El País
Winston Manrique Sabogal
19 de marzo de 2016
Dos filósofos invitan a rebelarse contra las felicidades prometidas y a perder el miedo a los sentimientos
…un asomo a la ventana para explorar la belleza de la calle, un silencio en casa que desvela los ruidos armoniosos de la vida, un beso que por temor se queda en la comisura de los labios…
Un lector en el Parque del Retiro de Madrid. Claudio Álvarez |
“¿Qué significa estar plenamente vivo, en vez de estarlo solo a medias o al 20%?”, se pregunta el historiador y pensador Theodore Zeldin, exdecano del St. Anthony College de Oxford. Tras esa pregunta, surge otra: “¿Cómo elegir entre las múltiples formas de escapar al sufrimiento y a la frustración, entre las diversas variantes de la religión (existen 4.200), entre ideales tan dispares como los de los estoicos y los de los románticos, el Renacimiento y los enciclopedistas, la ciencia y la tecnología, y así sucesivamente? Aunque hay más donde elegir que nunca, es inevitable la confusión. A desentrañar esa búsqueda ha dedicado los últimos 25 años Zeldin. El resultado lo cuenta en una treintena de historias reales de aliento reflexivo en el libro Los placeres ocultos de la vida. Una nueva forma de recordar el pasado e imaginar el futuro (Plataforma).
Crear una atmósfera
El ser humano ha convertido la búsqueda de la felicidad en un laberinto al desdeñar lo básico y convertir lo sencillo en una complicación, viene a decir el italiano Giuseppe Scaraffia en Los grandes placeres (Periférica). Una obra con más de medio centenar de pistas sobre esas dichas subestimadas a través de episodios vividos por personajes de la cultura bajo títulos que dejan claro el camino: Amueblar el vacío, Modales, Flores, Paseo, Indulgencia, Lágrimas... Según el filósofo italiano, “hemos olvidado que la felicidad no es un estado de ánimo edificante, y sí la suma de muchos pequeños placeres que en conjunto crean una atmósfera”.
…los buenos modales anhelados por todos pero aplicados por pocos, un minuto de atención para escuchar las ideas del otro, una caricia furtiva al amigo para dar optimismo en días grises…
Pero el sistema y el mundo contemporáneo exigen expectativas sobredimensionadas como vía para alcanzar la felicidad, coinciden los dos pensadores. A lo que Scaraffia añade que no nos contaron cómo buscarla. Pero recuerda que “Stendhal que pidió ir ‘a la caza de la felicidad’ dijo: ‘Hay que saber lo que te hace feliz y convertirlo en hábito’. Y para construir la felicidad se requiere sensibilidad, paciencia, cultura y memoria”.
Lo cierto, afirma Zeldin, es que los seres humanos se aburren: “Unos menos que otros. Incluso a quienes les gusta la rutina y siguen ligados a los hábitos familiares, de vez en cuando anhelan sorpresas diferentes. La economía mundial se basa en poner remedio al aburrimiento”.
El mundo digital es un ejemplo. Es un obstáculo o un amigo Internet para los pequeños placeres? Giuseppe Scaraffia lo tiene claro: “Internet no es el enemigo de los placeres de la vida. Es un amigo. Puedo escuchar en alguna plataforma la música rara que me gusta y que no comparto con nadie o ver pinturas y descubrir a nuevos artistas”.
Zeldin es más escéptico. Considera que siempre se ha esperado demasiado de las nuevas tecnologías, que invariablemente han producido efectos colaterales inesperados. “Evidentemente, Internet no ha sido un sustituto apropiado de la experiencia completa de contacto personal íntimo que proporciona a los seres humanos su placer más profundo. Sin embargo, no tiene sentido echar toda la culpa a la Red. El aislamiento de los individuos también se ha acentuado por el crecimiento de las ciudades monstruo. Yo disfruto de los placeres sencillos y también encuentro placer en investigar cómo se podría acabar con esa clase de barreras”.
Buscar la belleza
La solución está al alcance de todos. Está en descubrir el placer en cada cosa que se haga o en el trabajo, en aprender a disfrutar de la belleza que llega a través del cualquier sentido o del intelecto o de los sentimientos, recuerdan los filósofos. “La belleza es un prodigio cotidiano y un lujo de primera necesidad, casi siempre un proceso de transformación y tanteo, casi nunca una obra cumplida y cerrada”, escribe Antonio Muñoz Molina en el prólogo de El libro de la belleza. Reflexiones sobre un valor esquivo (Turner), de María Elena Ramos.
El alma debe ser entrenada, como diría Plotino, recuerda Ramos. Y así el hombre, escribe la experta, “debe tornar la mirada hacia el interior de sí mismo, donde habría de encontrar grandes bienes que son precisamente la señal dejada en el alma humana por la creación. Pero si aún no encuentra esa belleza al interior, deberá hacer un trabajo más consciente y paciente, semejante al del escultor”.
No se trata tanto de hacer la vida mejor, sino de convertirla en algo más interesante, afirman Zeldin y Scaraffia. Los filósofos piden desterrar prejuicios, vergüenzas y miedos para evitar la sensación de haber malgastado la vida. Recomiendan quejarse menos y buscar metas más emocionantes, arriesgar en la aventura. Sentir. Vivir un olor que recupera un paraíso perdido o ante una buena noticia de alguien decirle al oído: “Estoy contento”.
Quitarse las máscaras
En el teatro de la vida, la gente para protegerse enmascara sus
verdaderos deseos y olvida los placeres sencillos y cotidianos, explica
Theodore Zeldin. A eso, agrega el filósofo inglés, se suma el hecho de
que muchas personas están encorsetadas en prejuicios y tradiciones que
los llevan a convertirse en lo que creen que quieren ser. No se aceptan.
Son profundas autotraiciones porque, añade Zeldin, “el prejuicio es el
obstáculo más firme a la apertura de la mente. No obstante, si bien
arruina las vidas de aquellos a los que discrimina, aumenta la
autosatisfacción de los que lo abrigan: los conforta en sus hábitos y
los libra del esfuerzo de tener que escuchar atentamente opiniones
ajenas. Esa es la razón por la que el prejuicio sobrevive tan
obstinadamente”.
“La ambición convencional suele chocar con los anhelos más profundos, mientras el fingimiento y la hipocresía han impregnado muchos aspectos de la vida”, se lamenta Zeldin. Esta civilización, asegura el experto, “nos invita a cubrirnos la cara con una máscara adecuada a nuestra posición en ella, y nos disuade de hablar con demasiada honestidad de lo que pensamos y sentimos de verdad. Por eso propongo que ninguna ley, ni ninguna institución pública pueden hacernos verdaderamente felices. Tan solo en la seguridad de la estricta vida privada es posible intercambiar abiertamente pensamientos profundos e inexpresables”.
La mayor revolución del último siglo han sido las nuevas relaciones entre las personas de todos los sexos y edades, afirma Zeldin. “Una revolución que está incompleta, y muchas cosas dependen de cómo prosiga. Las personas están hambrientas de afecto —no solo de recibirlo, sino también de darlo”.
“La ambición convencional suele chocar con los anhelos más profundos, mientras el fingimiento y la hipocresía han impregnado muchos aspectos de la vida”, se lamenta Zeldin. Esta civilización, asegura el experto, “nos invita a cubrirnos la cara con una máscara adecuada a nuestra posición en ella, y nos disuade de hablar con demasiada honestidad de lo que pensamos y sentimos de verdad. Por eso propongo que ninguna ley, ni ninguna institución pública pueden hacernos verdaderamente felices. Tan solo en la seguridad de la estricta vida privada es posible intercambiar abiertamente pensamientos profundos e inexpresables”.
La mayor revolución del último siglo han sido las nuevas relaciones entre las personas de todos los sexos y edades, afirma Zeldin. “Una revolución que está incompleta, y muchas cosas dependen de cómo prosiga. Las personas están hambrientas de afecto —no solo de recibirlo, sino también de darlo”.
1 comentario:
Gracias Mauricio por compartir tan interesante artículo que permite reflexionar en qué he puesto el sentido de mi vida.
Qué me produce bienestar y felicidad y, ciertamente en las cosas más pequeñas y casi imperceptibles de belleza, bondad y verdad compartidas con otro ser humano, es cuando se produce la magia de decir 'soy con otro feliz'!!!
Rescato la frase del texto:
El hombre, “debe tornar la mirada hacia el interior de sí mismo, donde habría de encontrar grandes bienes que son precisamente la señal dejada en el alma humana por la creación. Pero si aún no encuentra esa belleza al interior, deberá hacer un trabajo más consciente y paciente, semejante al del escultor”.
Todos escultores de nuestra propia felicidad y corresponsables de la armonía de nuestro entorno...
Un abrazo, gloria inés
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