martes, 31 de enero de 2012

La cultura de la queja


Irene Orce
ireneorce@gmail.com
Blog de coaching y desarrollo personal
La Vanguardia


“Nunca debe el hombre quejarse de los tiempos en que vive, pues no le servirá de nada. En cambio, en su poder está en mejorarlos”, Thomas Carlyle

La queja es una compañera fiel. Nos visita cada mañana cuando suena el despertador. Aparece en todo atasco de tráfico. Nos hace compañía en la cola del supermercado. Siempre atenta, acude cada vez que se da un inesperado cambio de planes. Nos escolta durante nuestra jornada laboral y nos asiste cada vez que oímos mencionar la crisis. Y jamás se pierde la llegada de la factura de la tarjeta de crédito. Es moneda de cambio común en todas las conversaciones. Nos quejamos de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestro jefe, del gobierno y de la oposición… A menudo, cuando algo no funciona protestamos antes, durante e incluso después de arreglarlo. Es así como, poco a poco, entre todos vamos construyendo y perpetuando la cultura de la queja.

Hemos sacrificado muchas horas en el altar de la protesta y el lamento, pero ¿alguna vez nos hemos planteado cuál es su coste real? ¿Qué nos aporta la queja? ¿Cuáles son los resultados emocionales que se derivan de esta actitud? Y ¿de qué manera influye en nuestras relaciones? En un primer momento nos ofrecen una zona de confort, un espacio que nos permite evitar, aunque sea temporalmente, enfrentarnos a aquello que requiere solución. Sin embargo, el consuelo que brindan se evapora con rapidez. La satisfacción de nuestras necesidades depende de nuestra capacidad de resolver problemas, contratiempos y conflictos. Y la queja constante merma nuestras posibilidades y recursos para lograrlo.

En última instancia, cuando nos quejamos no mejoramos ninguna situación. Más bien contribuimos a crear más malestar y potencial conflicto a nuestro alrededor. Eso no significa que no podamos compartir con los demás todas aquellas cosas con las que no estamos de acuerdo, simplemente darnos cuenta de que utilizar la protesta y la crítica a discreción puede resultar altamente perjudicial para nuestra salud emocional y la de quienes nos rodean. De ahí la importancia de hacernos más conscientes de la presencia y los efectos que tienen en nuestra vida, para aprender a regularlas y gestionarlas de manera más eficaz y menos dañina.

El foco de atención
“Sin razón se queja del mar el que otra vez navega”, Séneca

Vivir instalados en la queja resulta cómodo. En ocasiones, incluso útil. No en vano, cuando nos quejamos buscamos que otros se encarguen de solucionar nuestros problemas. Pero también nos incapacita. Nos lleva a estancarnos en el problema, en vez de llevarnos a construir la solución necesaria. Y a poner el foco de atención en lo negativo de la situación, en vez de valorar las alternativas que se abren ante nosotros. Poco a poco, va tejiendo una pantalla que nos inmuniza contra la responsabilidad. Así, vamos delegando en los demás las causas y las consecuencias de nuestras emociones, acciones y conductas. Nos convertimos en víctimas de nuestra realidad. Quedamos a merced de nuestras circunstancias, deseos y expectativas. Y cuando éstas no se cumplen, aumentamos nuestra cosecha de malestar.

Quienes viven instalados en la queja no son ajenos a la amargura. Si aspiramos a romper la influencia negativa de esta adicción, tenemos que comenzar por abrir el campo de visión y sumar en perspectiva. Ante cualquier contratiempo, podemos optar por buscar culpables y caer en la trampa de la discusión. Pero también podemos tomarnos el espacio necesario para transformar la queja, la crítica y el juicio en una propuesta constructiva. Tal vez no podamos cambiar nuestras circunstancias, pero sí podemos cambiar nuestra manera de interpretarlas. Para lograrlo, tenemos que romper el patrón negativo de pensamiento que nos lleva a operar desde nuestras carencias. Y el primer paso para conseguirlo es aprender a valorar todo aquello que damos por sentado.

De ahí la importancia de recuperar el arte de agradecer. De la mano del agradecimiento surge de forma natural la valoración, es decir, la capacidad de apreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos en el momento presente. Lo cierto es que cuanto más valoramos nuestra existencia, más abundancia experimentamos en la dimensión emocional de nuestra vida. Y cuanto más nos quejamos, más escasez padecemos. Prueba de ello es que aquello que no valoramos solemos terminar perdiéndolo.

El arte de valorar y agradecer
“El secreto de la felicidad está en aprender a valorar lo que tenemos y dejar de lamentarnos por lo que perdimos”, Anónimo

En opinión de los expertos, “nuestra capacidad de valorar lo que tenemos es precisamente lo que nos permite disfrutar plenamente de nuestra existencia, centrándonos en lo que está a nuestra disposición y no tanto en lo que nos falta”. Sin embargo, en general nos regimos según la conocida ‘ley de Murphy’. Esta teoría popular y pesimista tiene como finalidad explicar los infortunios que acaecen en nuestro día a día. En esencia, establece que “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Y esta afirmación se aplica tanto a las situaciones banales como a las cuestiones más trascendentes. Así, siguiendo los dictados de la ley de Murphy, tendemos a enfatizar aquellos hechos que nos perjudican o que directamente no nos benefician. Y esta es la razón por la que cada vez que una rebanada de pan untada con mantequilla se nos cae al suelo, la mayoría de nosotros tendemos a recordar más vívidamente las veces en que cae con el lado de la mantequilla hacia el suelo. Es decir, que solemos quejarnos cuando esto ocurre, pero no solemos acordarnos cada vez que cae del lado opuesto. O incluso de cuando ni siquiera se nos cae.

Cabe señalar que existen alternativas a esta percepción egocéntrica. Cada vez más seres humanos están empezando a regirse por los principios que establece la denominada ‘ley de Wurphy’. Y ésta se basa en una simple premisa: “Aprender a vivir el misterio de la vida con asombro, dándonos cuenta de que el simple hecho de estar vivo es, en sí mismo, un regalo maravilloso”. Lo cierto es que en base a esta toma de consciencia ya no damos nada por sentado. Al percibir la realidad desde la óptica de la ley de Wurphy, encontramos cada día cientos de detalles cotidianos por los que sentirnos profundamente agradecidos. No en vano, la mayoría de nosotros dormimos sobre una cama y bajo un techo. Tenemos acceso a agua potable. Y a ciertos lujos con los que mantener nuestra higiene. Encendemos el grifo y sale agua caliente a propulsión. Comemos cada día. Tenemos nevera. Y despensa. Etcétera, etcétera, etcétera…

No hay mejor antídoto contra la cultura de la queja que la cultura del agradecimiento. No en vano, nos brinda la perspectiva necesaria para responder de la manera más eficiente, responsable y consciente posible ante los retos e imprevistos que surgen en nuestro día a día. En última instancia, nuestra capacidad de apreciar y valorar lo que sí forma parte de nuestra vida es infinita, tan ilimitada como lo es nuestra imaginación. El reto está en acordarnos cada vez que la tostada cae con el lado de la mantequilla hacia arriba. Y hacerlo también cuando no se nos cae. Incluso apreciar y valorar el hecho de podernos comer una tostada siempre que nos apetezca. Depende de nosotros: podemos decidir saborear la tostada…O quejarnos de que no queda mermelada.

En clave de coaching
¿Para qué me sirve quejarme?
¿Qué puedo hacer para cambiar aquello de lo que me quejo?
¿En qué medida quejarme me impide valorar el momento presente?

Libro recomendado
‘El Sinsentido común’, de Borja Vilaseca (Temas de Hoy)

© Extracto del artículo publicado en el suplemento de La Vanguardia ‘Estilos de Vida’ (ES)


lunes, 30 de enero de 2012

entrevista a Evelio Rosero


"Simón Bolívar fue especialmente cruel"

El autor colombiano es tímido, silencioso, pero sus libros gritan. Así ocurre con 'La carroza de Bolívar', en el que destroza el mito del Libertador.

Armando Neira. Bogotá. 26 de enero de 2012.
El País


Si no fuera porque él mismo cuenta que es autor de una obra literaria que abarca distintos géneros —novela, cuento, poesía, ensayo, teatro— para todos los públicos —niños y adultos—, Evelio Rosero (Bogotá, 1958) pasaría inadvertido tal como a él le encanta. "Mis libros son los que tienen que mostrarse, yo no". De gustos simples y lenguaje sencillo, llega a la charla en un moderno edificio en las faldas de los cerros orientales de Bogotá después de atravesar la ciudad desde el extremo occidental por entre el caótico tráfico. Al contrario de las clases media y alta que buscan vivir en este exclusivo sector de la ciudad por la sensación de estatus, él habita en la periferia en el mismo apartamento sencillo en donde ha dado vida a la mayoría de sus creaciones, alejado de cualquier bullicio. "Vivo lejos porque allá estoy tranquilo. No llega ni el ruido".

Con esta breve descripción, no faltará el lector que se lo imagine como un tipo huraño. Nada más lejano. Graduado de comunicador social, ganador del Premio Nacional de Literatura (2006), premio Tusquets de Novela por Los ejércitos (2006), y del Foreign Fiction Prize en 2008 también por Los ejércitos. Rosero es un conversador cálido y amable, siempre y cuando no haya cámaras, ni flashes. Es un artesano del oficio literario, que prefiere el anonimato porque lo importante —insiste— es la vida de sus libros. La carroza de Bolívar (Tusquets) ya empezó a hacer un fuerte ruido: en la novela se destroza sin contemplaciones el mito de Bolívar.

Su lanzamiento se produce en el marco del Hay Festival de Cartagena de Indias, que concluye mañana. Además de presentar un nuevo libro, la noticia es que él estará allí. ¿Por qué huye de los encuentros de escritores? "Seguramente porque estoy escribiendo, o porque estoy convencido de que no hay mucho que decir después de lo que ya está escrito. Tampoco huyo permanentemente de los encuentros de escritores: allí suelen aparecer curiosos personajes para un cuento, y hasta para una novela", ironiza. Tiene un argumento para explicar el porqué en estos tiempos los escritores deben cumplir con unas asfixiantes agendas sociales. "Hay una relación con la cada vez menos frecuente demanda de libros", sentencia. "Los editores buscan estrategias novedosas, y entre ellas está la de llevar al mismo escritor a la palestra pública,empuñando su libro, como si clamara que lo lean. Para el escritor es una posición difícil, me parece. Que aparte de escribir el libro deba cumplir con una agenda publicitaria".

Le sorprende, sin embargo, que hay escritores que disfrutan mucho estos niveles de exposición. "Los escritores estrellas de la farándula me causan, como lector, una gran desconfianza. Por eso es bueno asomarse con atención a las tres primeras páginas, a ver si las obras de semejantes autores merecen tanto estruendo". Su caso es distinto. Está claro que pertenece a esa legión de escritores que no son tan famosos, pero sí muy talentosos. "Lamento que algunas de mis novelas, sobre todo las primeras, Juliana los mira, Mateo Solo, Las muertes de fiesta, no sean tan conocidas. Lo que no lamento es que yo sea desconocido. Compadezco a los verdaderamente famosos, los actores y cantantes, los futbolistas, los autores best seller: eso tiene que ser horrible".

No se trata de un asunto de timidez que resuelve con la escritura. "Me es muy difícil acceder a los demás. Al comienzo, cuando era un escritor joven, recurría al licor para desenvolverme en las reuniones. Un gran error, porque de vez en cuando se me iba la mano en el desenvolvimiento. Ahora, de viejo, no sufro, no me sudan las manos y no necesito del licor. Estoy sereno, puedo garantizar que no soy tímido, pero me agobio mucho. No soy introvertido, más bien un tipo al que lo cansan las más de las cosas, y por eso mismo es aburrido. Lo único que me sacude son los libros, los buenos libros, los que descubro y, sobre todo, los que releo".

En lo que sí no siente ningún temor es en la manera en que aborda la realidad colombiana. Aquí también se muestra modesto. "La realidad de cualquier territorio es buena materia prima para los escritores, siempre y cuando los merezca hasta el tuétano, los haga sentir inconformes, los haga gritar en la calle o en la cama, al despertar", dice. "En el caso de Colombia, es un país que sirve para cualquier manifestación de arte, porque aquí el espíritu es el único antagonista de la barbarie".

Con su laureada novela Los ejércitos, muchos críticos sentenciaron que estaba destinado a suceder a García Márquez, comparación monumental que él simplifica: "No voy a sucederlo; me sorprenden los críticos que así lo señalan. No me interesa suceder a nadie; pero sí me interesa lograr esa obra con que todo escritor sueña desde que empieza; una especie de sueño del que apenas nos acordamos, al despertar, y nos esforzamos por revivir. Yo tengo una obra en mente desde hace mucho, y no he podido encontrar el tono. Ojalá ocurra antes de que me muera". A propósito de Los ejércitos, ¿es imposible para un escritor colombiano marginarse en su obra del conflicto armado? "El conflicto armado es el pan de cada día en el país. La corrupción es otra manifestación de la violencia. Un escritor colombiano, necesariamente, lo expresará, aunque sea de manera inconsciente, y aunque se trate de un poema a las hadas. En algún recodo de cualquier fábula rosa la sangre escurrirá, porque esa es la triste realidad de cada mañana".

En lo que sí se muestra vehemente es en la calidad estética de la escritura. "Cada autor despliega su estilo, su punto de vista, ya estético, formal, ideológico. Pero una novela es una novela, tiene que ser, sobre todo, arte literario, no panfleto político, no un ensayo o compendio de denuncias y reflexiones y conclusiones. Mi interés primordial es el arte, aunque me encuentre escribiendo sobre los dedos mutilados de la mano que los secuestradores envían a los parientes de sus víctimas. Ese es un reto difícil que hay que asumir con rigor y resolver con la herramienta y la magia que solo entrega la literatura".

Rosero irrumpe en 2012, con la novela La carroza de Bolívar en la que el lector puede concluir que Rosero quiere acabar el mito de Simón Bolívar. ¿Es así? "No es solo literatura, es historia", exclama: "No es mi propósito desmitificar a Bolívar. Solamente decir la verdad, respecto de una mentira que se ha prolongado e hinchado durante 200 años. Es mi primera, y creo que la última, novela histórica. Fue como una camisa de fuerza que yo mismo me impuse. Pero cuando se trató de abordar la historia no me puse a inventar".

Para él, entonces, durante dos siglos nos han mentido y Bolívar no era nuestro más grande héroe sino un hombre que actuaba como cualquier vulgar asesino. ¿En qué se basó para hacer semejante afirmación? "En la obra del historiador nariñense José Rafael Sañudo: Estudios sobre la vida de Bolívar. Sañudo no era un escritor antibolivariano, como siempre lo tildaron los otros historiadores medrosos y zalameros que tuvo y que tiene Bolívar. Sañudo es un historiador veraz. Sobre todo, eso es. Y su obra es el epicentro sobre el que giran mis personajes de ficción. De modo que sí hay ficción, sí hay una novela, pero basada en hechos históricos irrefutables".

¿Su conclusión, entonces, es que todo lo que nos enseñaron en las escuelas respecto de Bolívar es falso? ¿Hubo otro Bolívar? ¿Un matón y no el hombre valiente y digno que todos tenemos en el imaginario colectivo? "También a mí me dijeron lo mismo en el colegio, desde niño. Bolívar el héroe, valiente y honesto, gran estratega. Otra cosa oí de mi abuelo, de mi padre, de esporádicas conversaciones de gente de Pasto, ciudad en la que Bolívar fue especialmente cruel. La primera gran masacre de la historia de la república ocurrió en Pasto, en la Navidad de 1822, por órdenes de Bolívar. En todo eso me entretuve escribiendo durante algunos años; de manera que para mí es fatigoso tener que resumirlo ahora. Más bien invito al lector, pido su paciencia y su indulgencia para que acceda a La carroza de Bolívar y corrobore las cosas tal y como las compuso la literatura".

La novela de Rosero no tendrá solo repercusiones históricas sino, seguramente, también eco en nuestra realidad cotidiana. Basta echarle un vistazo al vecindario y escuchar a Hugo Chávez cuando da a entender que él es la reencarnación del Libertador. "Es otra de las tantas reencarnaciones que ha tenido Bolívar en toda la historia de Latinoamérica. Bolívar fue el ejemplo a seguir, el primer gran ejemplo, y el más nefasto".

Está claro que Rosero es tímido, silencioso, pero sus libros gritan. Quién podría imaginarse que este hombre sencillo al que le encanta escribir libros para niños ahora salga al balcón con un libro en el que destroza el legado de Bolívar. ¿Acaso no fue él el que nos dio la independencia de España y nos entregó la libertad? "¿Bolívar? ¿Y dónde quedan Miranda —a quien Bolívar traicionó y entregó a los españoles—, Sucre, Nariño, Santander, Córdoba, y, sobre todo, Manuel Piar —a quien Bolívar mandó asesinar por fusilamiento, como a Padilla—, y dónde quedan los indios y campesinos que lucharon a brazo partido por la independencia? Ellos fueron quienes lograron la independencia. Bolívar solo se dedicó a pulir sus proclamas, a aprovechar la victoria de otros, a intrigar e instaurar su poder perentorio, a despecho de las verdaderas necesidades de la república, la industria y la educación", asevera.

Rosero dice que uno de los hechos más difíciles de entender del conflicto armado de Colombia es que los paramilitares de extrema derecha, las FARC de extrema izquierda y el Ejército Nacional se autodenominan como los auténticos bolivarianos. "Es el ejemplo de la extraordinaria confusión que causaron a través de tantos años los historiadores medrosos y zalameros y la historia oficial sobre Bolívar. Su fisonomía política se ajusta a todos los radicalismos y pareceres".

Es inevitable volver al tema de Gabo. Él es Caribe, mar, extrovertido. Rosero se crió en el sur del país, viene de una zona montañosa, de una región fría. ¿Son dos visiones de Colombia antagónicas? "No. Ambas visiones se desprenden del mismo barco, la literatura", responde. Pero está claro que van en naves distintas. García Márquez con su libro El general en su laberinto le hizo un homenaje a Bolívar en el que a su vez lo menciona como un ser mítico y lo humaniza. Rosero va en contravía, y nos muestra su lado más sórdido. ¿Hay alguna intención previa para tomar distancia definitiva del premio Nobel? "No la hay. Discrepo de su mirada en torno a Bolívar. No estuvo muy bien informado, me parece. Pero Gabo es el escritor que más admiro. Es el único y último clásico vivo que hay en la tierra", dice antes de perderse de nuevo entre el sórdido sonido de buses, taxis y coches que atiborran las calles y avenidas de la capital colombiana. Cientos de personas anónimas se refugian de una tenue lluvia gris. Allí va Rosero, silencioso, casi invisible.

domingo, 29 de enero de 2012

El país de los doctores


Por: Mauricio García Villegas
El Espectador


Viene un amigo extranjero a almorzar a mi casa.

Cuando terminamos de comer, le propongo que me acompañe a la universidad. Al salir del edificio en donde vivo, el portero me entrega la correspondencia y se despide con un amable “que le vaya bien, doctor”; de camino a nuestro destino paramos en un sitio, entramos en un parqueadero y el joven que cuida los carros me pregunta “¿se lo lavamos, patrón?”; finalmente, llegamos a la universidad y, cuando entramos a las oficinas, me aborda una secretaria y me dice: “no se le olvide mi profe que hoy tiene reunión a las 5”.

¿De dónde sacaste tantos títulos?, me pregunta entonces mi amigo extranjero; que patrón, que doctor, que profe. Entonces le explico que nada de eso tiene que ver conmigo, que ese trato es común en Colombia, que aquí todos los que pasan por la educación superior son doctores, que los que adquieren una mínima seguridad económica son patrones y que los que enseñan cualquier cosa, desde fútbol hasta quiromancia, son profes.

Así era en las sociedades nobiliarias, comenta mi amigo extranjero.

Es verdad, le digo yo, así era en la Colonia. En el siglo XVI los reyes se opusieron a que los conquistadores, que por lo general eran gente del común, recibieran títulos de nobleza por sus hazañas (le tenían miedo a una aristocracia independentista en América). No obstante, ellos, y luego los criollos, y en general todos aquellos que se sentían más que los indios o los esclavos, empezaron a crear toda suerte de ceremonias y de fórmulas de cortesía (tan imperiosas como las leyes mismas) para diferenciarse de quienes consideraban inferiores. Una de esas fórmulas era el uso del “don” (y del “doña”) como indicador de señorío. Pero el don se generalizó tanto que perdió su propósito. En la edad media el “don” estaba destinado a Dios (nuestro señor don Jesucristo) y a los santos; luego se extendió al rey, a sus amigos, a la corte, y cuando llegó a América se difundió por todas las clases sociales e incluso por todas las razas (a la Malinche, la amante indígena de Hernán Cortés, se la llamaba Doña Marina), hasta perder buena parte del sentido que tenía. Las palabras “doctor”, “patrón” o “jefe” cumplen hoy la función que tenía el “don”; pero están corriendo la misma suerte que corrió este último cuando empezó a ser utilizado por el don nadie.

O sea que, me dice mi amigo extranjero, aquí nunca pasó lo mismo que ocurrió durante la Revolución Francesa, en donde fueron eliminados todos los apelativos que denotaban diferencia entre las personas. En esa época, los revolucionarios se dirigían a los demás con el mote de “ciudadano” o “ciudadana”, y si lo hacían por medio de una carta terminaban diciendo: “fulano de tal, tu igual en derechos”. Incluso al Rey y a los más altos funcionarios del Estado se los llamaba “ciudadano”.

No, qué va, agrego yo, nuestras revoluciones nunca lograron implantar la idea de que todos somos iguales, con independencia de nuestros apellidos, de nuestros bienes o de nuestros diplomas.

Lo grave de todo esto, insisto yo, es que las palabras no sólo reflejan el mundo que vemos, sino que lo recrean. La realidad termina siendo un reflejo de la manera como hablamos. Si algún día reemplazamos esas palabras (doctor, jefe, patrón) por las universalmente utilizadas de señor y señora, quizás entonces cambie nuestra manera de ver el mundo social.

A todas estas, se acerca una mujer vestida con uniforme de criada y le pregunta a mi amigo extranjero: “doctor, ¿desea un tinto?”.


sábado, 28 de enero de 2012

Barichara estrena carro de bomberos



En un acto en el que se entrega, por segunda vez consecutiva, el restaurado Palacio Munipal y con la presencia del Ministro de Interior Germán Vargas Lleras, se presentó al servicio de la comunidad este camión de bomberos...

viernes, 27 de enero de 2012

diálogos con el alcalde Iván López



El alcalde de Barichara, Iván Alonso López Vesga, junto con un grupo de asesores, está recorriendo las diferentes veredas del municipio, con la intención de escuchar a los diversos habitantes y crear el Plan de Desarrollo Barichara para el período 2012-2015.

En un diálogo fructífero, en el marco de la escuela veredal, con la comunidad de Santa Elena bajo, se trataron temas varios como el medio ambiente, agricultura, ganadería, vías, educación, vivienda, electrificación, servicios básicos, salud,
recreació, cultura y deporte, entre otros.

Ojalá esta tónica de democracia participativa prevalezca en sus 4 años de gobierno. Desde aquí, nuestros mejores éxitos...

jueves, 26 de enero de 2012

¿Debe un juez ganar en un mes lo que un maestro de escuela en doce años?


Blog: Vientos del Brasil
Por: |
26 de enero de 2012
El País

En Brasil un juez puede ganar en un mes lo que un maestro de primaria en una escuela pública en doce años, y lo que un trabajador con sueldo base, en 20 años. La noticia la dan hoy los grandes diarios y ha creado perplejidad. Enseguida ha habido quien ha afirmado que se explica así el que Brasil sea quizás el país del mundo con mayor carga tributaria (36%), que se come cuatro meses de salario de un trabajador, y con tanta deuda pública.

Una de las asignaturas pendientes en Brasil es , sin duda, el de los sueldos de los funcionarios públicos de ciertas categorías. No es posible, por ejemplo, que un juez llegue a ganar cifras tan astronómicas, como describe hoy la prensa nacional, con datos oficiales del Consejo Nacional de Justicia (CNJ)

Sobretodo si comparamos esos sueldos a los de los otros trabajadores, incluso públicos, como los maestros. Según esos datos, por ejemplo, en Rio, un juez puede llegar a ganar en un mes 150.000 reales ( 65.000 euros). La mayoría consigue ganar 50.000 reales , cuando el sueldo oficial debería ser de 24.117 reales. Más aún, hay jueces que además de esos sueldos astronómicos, reciben de repente en su cuenta cantidades de 400.000 reales (180.000 euros) extras en un año. Hubo algún juez que recibió hasta 1,600.000 reales (730.000 euros)

En 2010, en Rio, 112 jueces recibieron más de 100.000 reales por mes y nueve más de 150.000. Y lo mismo en Brasilia donde hasta un técnico judicial, sin estudios universitarios, recibe 39.000 reales (17.000 euros).

En el Consejo Nacional Judicial justifican esos súper sueldos de los jueces y funcionarios de justicia porque, por ejemplo el Tribunal de Rio, cuenta con un fondo propio para administrar y que muchos jueces “venden parte de sus vacaciones” o acumulan varios cargos.

Según la ley, ningún funcionario del Estado podría superar el techo del sueldo oficial de un magistrado del Supremo que es de 27.000 reales (12.000 euros). Sin embargo, en la práctica eso no se cumple. Los mismos diputados y senadores, acaban costando al Estado, por mes, 120.000 reales (50.000 euros) cuando sus sueldos no deberían superar el techo del sueldo mayor de un funcionario público. Un diputado puede tener hasta 20 asesores pagados por el Estado mas innumerables otros privilegios que ellos mismos se van regalando.

Siempre tuve un gran respeto por la justicia, desde que mi padre, maestro rural en Galicia, al igual que mi madre, nos infundía el respeto por dicha institución, sin la cual, nos decía, un país nunca será libre y equitativo. Y nos ponía el ejemplo de la balanza, símbolo de equilibrio y de la justicia. Y viviamos, entonces, tiempos de dictadura.

Sin duda, que un juez o un magistrado deben ganar bien pues su responsabilidad es fundamental en el marco de una democracia. Es, por hacer una redundancia, una tema de “justicia”. Y no me parece mal que un juez pueda ganar hasta diez veces más que un maestro de primaria en una escuela del Estado. En España creo que ni ganan en esa proporción.

Ahora, lo que sí parece “injusto”, es que un maestro, cuya responsabilidad social, sin ser como la de un juez, es también muy importante ya que está formando con su trabajo y dedicación a las nuevas generaciones, y que es un suplemento esencial de la educación que los niños reciben en la familia, necesite, como aquí en Brasil, trabajar veinte años, para ganar lo que un juez de Rio en un mes. Es totalmente desorbitado.

O que un juez pueda llegar a ganar en un mes doscientas veces más que un trabajador con un sueldo base, que para comprarse, por ejemplo un piso del valor de lo que gana un juez en un año, necesita pagar la mitad de todo lo que gana en una hipoteca durante treinta años.

Brasil ha mejorado mucho en estos últimos veinte años. Antes, el 80% de la gente vivía en la pobreza o en la miseria. Hoy, de diez brasileños, seis son considerados como de clase media, aunque muchos de esa esa clase media ganen hoy 140 veces menos al mes que un juez o un magistrado. Sin contar que un maestro se jubila con poco más de mil reales (400 euros), mientras que un juez o un alto funcionario del estado lo hace con el sueldo completo de 10.000 euros, al mismo tiempo que puede acumular varias jubilaciones, algo que se está ahora debatiendo. Por ejemplo, un diputado puede usufruir a veces hasta de tres jubilaciones: la de diputado, la que le queda si fue también gobernador o la que le pertenece por algún otro cargo que haya podido tener en una empresa pública pudiendo llegar hasta a 30.000 euros.

Hay quienes se preguntan por qué entonces los brasileños no salen a la calle para protestar por esas injusticias tan patentes. La respuesta es que de alguna forma todos han mejorado un poco en relación a años atrás, que todos o casi todos tienen trabajo aunque ganen en él doscientas veces menos que un alto funcionario público, sobretodo porque es un país, al igual que en muchos de América Latina, en el que los ciudadanos están acostumbrados desde antaño, a que unos, los privilegiados, puedan ganar infinitamente más que los otros, los de a pie, los sin privilegios. “Siempre fue así”, dicen entre resignados e impotentes.

Hay también quien recuerda que en la empresa privada hay ejecutivos que ganan también en esa proporción . La diferencia sin embargo es que los sueldos de los jueces o diputados o gobernadores no los paga la empresa privada, los pagan los impuestos de todos los trabajadores brasileños, lo que es totalmente diferente y claramente injusto.


( Fue un error.Cambiaron el cheque del diputado por uno de maestro. Y no resistió)

Pd: Yo diría que en Colombia no estamos muy lejos de esta realidad brasileña, por no decir que en toda América Latina...


miércoles, 25 de enero de 2012

muere en un accidente el director de cine griego Theo Angelopoulos





Gregorio Belinchón
El País

Que Theo Angelopoulos haya muerto atropellado por la moto de un policía en Atenas es una cruel ironía del destino. Porque el cineasta griego, Palma de Oro en Cannes en 1998 con La eternidad y un día, era uno de los líderes del cine pausado, de que la acción transcurriera parsimoniosamente delante de la cámara, como en algunos de los más bellos momentos de La mirada de Ulises (1995), su trabajo más conocido en España. Y de un policía, además, él, que sufrió la dictadura militar para bien y para mal: para mal, porque cerró el periódico en el que trabajaba; para bien, porque eso le impulsó a hacer cine. Angelopoulos, de 76 años, fue atropellado por una motocicleta cuando cruzaba una calle en el barrio de Kératsini, en Atenas.

Nacido allí en 1935, el director descubrió su vocación por el cine a finales de la década de los sesenta, después de haber abandonado la carrera de abogado y licenciarse en Literatura en París. En la capital francesa llegó a apuntarse a una escuela de cine, pero decidió volver a su patria y dedicarse al periodismo. Trabajaba como crítico de cine en el diario Demokratiki Allaghi cuando los militares dieron el golpe de estado en Grecia en 1967 y el periódico fue clausurado. Y se pasó al cine. “En mi infancia, yo iba a las salas como a una fiesta, con amigos, vecinos... Era una acción social, surgían amigos, amores... La televisión destruyó todo ese tejido social, porque la ves solo”, recordaba en 2008 en Madrid, cuando estrenó el documental Un lugar en el cine, de Alberto Morais, que coprotagonizaba junto a Víctor Erice. Angelopoulos, cuyas películas solían ser de gran duración, echaba de menos el éxito en taquilla de filmes de tres horas, “hecho que sí ocurría hace décadas”, e insistía en la importancia de la educación. “Tanto en general como en que en las escuelas se vea cine, se hable de cine, se enseñe a ver cine”. Un cine como el suyo. Su primer largometraje, Anaparastasi (1970), logró el suficiente reconocimiento como para que pudiera filmar la trilogía conformada por Días del 36 (1972), El viaje de los comediantes (1975), y Los cazadores (1977), que describían la historia de Grecia desde los años treinta a los setenta. El éxito internacional le granjeó un nombre en el panorama europeo. “Soy un hombre pesimista, porque creo que las nuevas generaciones de cineastas no lograrán sacar adelante sus trabajos, más aún si optan como yo por una visión muy personal”, solía repetir en las entrevistas. En los ochenta realizó películas menos políticas, como Viaje a Cythera (1984) (Premio al mejor guion en Cannes) o Paisaje en la niebla (1988) (León de Plata en Venecia) antes de volver a ponerse de moda con sus tomas largas , bajo la lluvia o brumosas, que marcaban La mirada de Ulises (1995) (premio de la crítica en Cannes), protagonizada por Harvey Keitel, y La eternidad y un día (1998), con Bruno Ganza, Palma de Oro en Cannes. Pero cada vez le costaba más sacar financiar sus trabajos, y hubo que esperar hasta 2004 para que arrancara una trilogía con Eleni. Volvía el Angelopoulos más político, que hablaba de la inmigración y enclavaba sus historias de amor en mitad de momentos importantes de la historia de Grecia. Cuatro años después llegó su continuación, El polvo del tiempo, en la que Willem Dafoe encarnaba a un director estadounidense que rodaba un filme sobre sus padres, griegos. Junto a Dafoe también actuaban Irene Jacob y Michel Piccoli. El coguionista era otro grande, Tonino Guerra, ejemplo del profundo amor de Angelopoulos por Italia: muchos de sus filmes fueron coproducciones habitualmente financiadas por la RAI.

El pasado mes de septiembre recibió en Barcelona el premio Terenci Moix a la Trayectoria Cinematográfica por "su poderoso lenguaje visual" y su capacidad para hermanar poesía y cine. Allí volvió a dar muestra de su lucidez y de su pesimismo. Casado y con tres hijas, Angelopoulos no solo ha dejado inacabada su última trilogía, sino que nunca podremos ver el incisivo análisis que prometía ser El otro mar, filme que preparaba sobre la crisis en su país.



lunes, 23 de enero de 2012

material



Desde la última semana de diciembre de 2011 comenzamos la construcción del beneficiadero del café.

Lo primero, claro está, el material: cemento, ladrillo, varilla, teja, arena, gravilla... aquí una pequeña muestra de ello.

viernes, 13 de enero de 2012

los 4 sentidos



jueves, 12 de enero de 2012

el negro


Rosa Montero
El País

17-05-2007

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

Y la polémica...

viernes, 6 de enero de 2012

el pequeño equipo



jueves, 5 de enero de 2012

Cuando el café es cultura


Por: Joseccapel
El País

No existe en Europa una tienda de cafés como la que tiene Salvador Sans en Barcelona (www.cafeselmagnifico.com) Al menos que yo conozca. Y no precisamente por el tamaño del local, pequeño e inaparente, sino porque Sans, de quien soy amigo desde hace años, es uno de esos profesionales que aúna pasión y cultura. Aparte de que en facebook se muestre muy activo, el contenido de su propia web y los carteles de su minúsculo mostrador lo dicen todo.

Tuesta a diario, muele y vende cafés de Guatemala, de Colombia, de Etiopía y de muchos otros orígenes. Pero no cafés anónimos, sino micro lotes procedentes de fincas concretas, situadas a alturas variables y cosechados por agricultores con nombres y apellidos.

Ayer a media tarde se me ocurrió pasar a saludarle y, de paso, disfrutar con alguno de los cafés que prepara en un rinconcito de la barra. Como la tienda estaba a reventar me detuve observando una máquina con probetas de cristal situada en el escaparate. “ Es para infusionar café en frío”, me dijo enseguida.

“Te invito a participar en una experiencia. Vamos a probar una mezcla de dos variedades de café de Panamá, --caturra y typica--, cultivadas a 1.700 metros de altura. Y las vamos a preparar de tres maneras distintas”. Cuando le dije que yo solo sabía de la existencia de arábicas y robustas, me soltó que de los arábicas existen 600 variedades, entre ellas dos básicas, typica y borgón y que de esta última procede la caturra. Vaya ignorancia la mía, pensé enseguida.

El primer café lo infusionó en una maquinita manual denominada “Aeropres”, sistema intermedio entre el café de filtro y el sistema de presión italiano. Para 2 tazas utilizó 17 gr de café y 3 decilitros de agua Bezoya, su favorita porque carece de residuos. Bastaron cuatro minutos en un cilindro de cristal con el agua a 80/ 85 º C con posterior extracción por presión por el sistema de jeringa. ¿Resultado? Un café delicadísimo que me sirvió en una copa tipo borgoña para apreciar mejor sus aromas. Dulce, sedoso, suavemente ácido con abundantes notas cítricas y un ligero amargor de fondo. Espléndido. Una infusión que muchos españoles calificarían de agua de castañas.

El segundo lo preparó en una cafetera “Chemex”, la típica Melita con filtro de papel. Para dos tazas 30 gramos de café y ½ litro de agua. Colocó el café en el fondo y fue vertiendo el líquido caliente en dos tiempos. Primero muy poco para lograr la preinfusión y luego el resto procurando que el agua no mojara el papel y evitar que arrastrara los sólidos solubles. Eso fue lo que me dijo.

¿Resultado? De nuevo un café delicadísimo similar al primero, abundante en toques dulces y ácidos pero con mayor potencia en la boca.

El último fue un simple espresso. Colocó en el porta 7 gramos para dos tazas e hizo la extracción con una máquina convencional con la presión bien regulada. ¿Balance final? Algo completamente distinto. La sensación ácido / dulce de las dos primeras muestras se había invertido. Ahora era ácida y mucho más amarga.

“Haz una cosa”, me dijo. “Prueba la famosa espuma del espresso con una cucharilla”. Lo hice y su amargor era tremendo. Vaya conflicto.

Le deje hablar porque sus comentarios nunca tienen desperdicio: “El café espresso iguala calidades, mejora los malos y empeora los buenos. Aún así no estoy en contra. Hay un tipo para cada momento. Lo que defiendo son los orígenes. Hay cafés tan buenos que juntarlos es una herejía. ¿Qué pasaría si mezcláramos un “Chateau D´Yquem con un Pingus? Los cafés cosechados a más altura son los más ácidos y finos...

La degustación de uno de estos cafés que Salvador Sans prepara a la vista tiene un coste de 5 euros para dos personas.


miércoles, 4 de enero de 2012

nuestros ángeles



"Aunque no hubiera infinito ni eternidad, aunque sólo tuviera estos ojos que tanto amo, con los que veo el nacimiento del día, el amanecer de rosa y grana, también te amaría, ángel de la muerte, también te amaría porque eres tan triste y porque eres también tan nuestro, también te estimaría porque nos extiendes encima el manto del olvido y nos liberas de la indefinida permanencia. Después de haber dicho esto, me sentí inmensamente liberado, como exonerado de una inmensurable angustia. Me sentí yo mismo, asumido plenamente, tranquilo y seguro.”

Nuestros ángeles de Jordi Llimona