sábado, 20 de diciembre de 2014

Fe


El Espectador
Diana Castro Benetti
19 de diciembre de 2014

Entrega no es esa palabra que encarna la culpa para quienes han cometido un delito y que refleja mal la felicidad de quienes creen que al ofrecerse a sí mismos y sin condiciones pueden poseer a un ser amado

Entregarse consigue, en ocasiones, ser la ruta para las necesidades insatisfechas y la depresión medicada, algo así como la sumisión a los deseos ilógicos de quienes tienen un poder siniestro.

Pero entregarse a los designios de la vida que se manifiesta y se mueve, es saber que lo magnífico y lo inconmensurable son la ley de cada instante cotidiano. Rendirse a la majestuosidad de la vida es el acto mayor de fe. Es la alegría mística que no conoce de ídolos hechos a semejanza, es la inocencia del corazón que no conoce maldad ni duda, es la razón ilógica que no conoce tesis ni antítesis y que inventa destruyendo estructuras y conceptos. La Fe, con mayúscula, es esa pequeñísima experiencia vital que nos incumbe; es la simpleza misma de un andar ligero; es la certeza de que somos más que una pila de huesos adheridos a tejidos, músculos y otras mecánicas corporales.

Quienes recorren un camino interior, el suyo, en algún momento comprenden que son las complejas circunstancias de vida las que ponen a prueba su fe como la muerte, el abandono o la traición. Una fe que poco tiene que ver con el mejor estilo de las iglesias que trafican con el temor. Una fe que no condena lo humano o que no excluye el sentido común.

Rendirse a los pies de las épocas navideñas no es exactamente seguir el consumismo desatinado. Y tal vez sí puede ser la intención de inclinarse a los pies de una luz presente, inmortal, arcaica, judía, cristiana o búdica. Es celebrar sin religión y con humildad. Es celebrar que la presencia de los cercanos aún es carne o que el pan alcanza para todos. Es reconocerse en los ojos de los desconocidos y atreverse a declarar al diablo una invención política. Es renovar en el propio camino en aquella fe que es todo y nada a la vez, esa fe hecha deber y libertad como expresión de un mundo que se imagina lejos de la esclavitud. Es reclamar la fe que se atreve a denunciar el miedo y reconocer el amor como factor común, fe que no es otra cosa que adorar el silencio de un infinito que jamás nos permitirá ser comprendido.


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