lunes, 8 de octubre de 2012

Cafés que bien matan


Por: GONZALO CASTELLANOS
5 de octubre de 2012
El Tiempo


Es muy valiosa la presencia aséptica de los cafés Valdez y de otras empresas cafeteras imponentes, pero para darle de beber a la nostalgia conveniente sería que no desaparecieran El Automático, el San Moritz, el Pasaje y otros tantos.
 
Se sentían pasos de otros tiempos en Las Flores, hasta hace poco un sobreviviente café del centro bogotano. No era bonito; simplemente decorado por sugestivas decadencias, periodistas y oficinistas de mil vidas, incluso por el retrato de una mujer que bien parece la mía.

Cerró un lugar lleno de novedades sentimentales y hasta sementales, tutelado por una cabeza de toro de aspecto canino, deshilachada en tocatas de borracho. Infaltables los seres de la noche, los tragos con pavesas del tabaco de su propietario, un español bien colonizado por este nuevo mundo, o una afligida Serenata de Schubert, interpretada por Abdulah, el "libio" de vida jeroglífica; a veces se veía a Franco, creador del genial Copetín, esa caricatura del gamín que no llegó a imaginar cuánta indigencia poblaría este país. 

Decadente, es cierto, aunque hechicero por el simple hecho de que en muchos de nosotros el espíritu se sobrepone a la dictadura de la razón. Aunque cada día se abra otro y pese a la certeza de que los "muertos viejos deben dejar espacio a los muertos nuevos", es difícil resignarse a que desaparezcan esos cafés que le ponen colores al alma.

No fue mi tiempo el del esplendor de los cafés Windsor o Asturias, en los que se armó la ruleta rusa de la política nacional y se cocinaron ideas vanguardistas y otras extremadamente godas, que todavía echan chispas. Sin embargo, en forma que hoy el ICBF tildaría de inapropiada por los caudales de bohemia y palabras que allí corrían, muy chiquito anduve en El Automático, entre soñadores, poetas y periodistas enormes. A uno de ellos debo el ADN. 

Se vive de presente y anhelos, pero también de memoria. Es muy valiosa la presencia aséptica de los cafés Valdez y de otras empresas cafeteras imponentes, pero para darle de beber a la nostalgia conveniente sería que no desaparecieran El Automático, el San Moritz, el Pasaje y otros tantos, que resisten horas de exterminio en los centros de las ciudades, en las que el tono impersonal y atemporal tiene ímpetu difícil de detener. 

Un interesante proyecto que concrete el rescate de expresiones de la cultura popular y del patrimonio inmaterial que nos habita podría hallarse en la revitalización de la memoria y de los espacios de los viejos cafés. Cuánto, incluso, podrían apoyar y aprovechar en un propósito como ese las grandes nuevas marcas.

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