lunes, 28 de mayo de 2012

oda a la lentitud


El Espectador
María Elvira Bonilla
28 de mayo de 2012

Atrás han quedado los días de la pausa y la reflexión. De pensar antes de actuar. De tomarse el tiempo para pensar, para planear.


Ser intensos, bullosos, acelerados, son atributos que tienen especial valoración y reconocimiento en la actual dinámica social. Aunque el resultado final sea una quimera, una hojarasca que se lleve el viento que no deja sustancia ni sedimento. Porque aparentemente de lo que se trata es de hacer compulsivamente, ocuparse, sin reposo, siempre de afán, pegados del celular a la espera de mensajes, citas y compromisos. Un comportamiento que suele confundirse con la eficiencia, una reconocida virtud de la posmodernidad.

Contrario a la cultura del afán y el “hacerismo” ha surgido en Europa el movimiento por la lentitud voluntaria. Su principio es que “cuanto más despacio, mejor”. Propone saborear la comida, trabajar lo justo para vivir, cuidar y apreciar la naturaleza, disfrutar de la lectura de un poema, de una buena conversación; espacio y tiempo para simplemente estar. Sin agite, sin agenda. Buscan reivindicar los pequeños mercados locales donde se encuentran los frutos de la tierra, en contraposición de la actual estandarización de la oferta de alimentos, congelados, precocidos, que se han tomado los supermercados. “Hace cien años la gente comía más de cien clases diferentes de alimentos; en la actualidad nuestra dieta se compone de apenas diez o doce clases, sin distinguir sabores ni calidades”.

El movimiento de la comida lenta nace en Italia con el propósito de defender los alimentos y costumbres locales en contraposición a la comida rápida, de mala calidad. Una pequeña lucha que derivó en el concepto de ciudad lenta, con el que se intenta “frenar el modelo urbano norteamericano, que invade el mundo como otra forma de globalización”. Se proponen aumentar el número de parques y plazas, evitar las alarmas de los carros, eliminar las antenas de televisión con gran impacto visual, las vallas publicitarias, las señales de neón; recuperar espacios para el peatón y recurrir a fuentes de energía renovable, de sistemas ecológicos de transporte y universalizar el reciclaje de basuras. El movimiento aspira a construir una red global de ciudades y comunidades que compartan la idea de una ciudad armónica y con una actividad basada en la serenidad y el crecimiento colectivo a través de una vida lenta y reflexiva, saboreada si se quiere, y en espacios de vida a escala humana.

En Alemania hay un movimiento denominada Sociedad por la Desaceleración del Tiempo. Existe otro grupo, la Fundación por un Largo Ahora. Ambos buscan llamar la atención sobre la innecesaria velocidad con la que se actúa y hacer conciencia de la diferencia que hay entre la inmediatez que tanto atosiga y los procesos de cambio a largo plazo, más profundos y sostenibles.

Propiciar estos cambios de comportamiento no es tarea fácil. Pero poco a poco va calando aquello de que no por mucho madrugar amanece más temprano, y que vale la pena reivindicar el espacio para la sensatez tanto como para la acción. Tomarse el tiempo sin atropellar, sin la presión de la inmediatez, y aprender, con sabiduría, a tener ante todo mucha calma. 

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