sábado, 13 de noviembre de 2010

Silencios



Por: Diana Castro Benetti
El Espectador 12 de noviembre

Si el movimiento produce sonidos, la quietud persigue silencios. Aunque resulta obvio que el quedarse quieto no es garantía para el silencio.

Desde las técnicas del yoga, la pausa es parte de la ruta, parte de la lógica y de la acción, parte de la reflexión sobre un sistema vital que no tiene descanso. Parar y agarrar un instante de quietud o atesorar un segundo para la nada es el néctar de quien adora su respiración.

La quietud en el yoga es un arte, asunto poco fácil en días de fanatismos complejos en posturas, sensaciones e ideas. La quietud que se busca es aquélla que marca la línea entre un correr del tiempo y una detención de los sentidos. Busca un sosiego que no se encadene a un ritmo de vida agitado pero que tampoco evite sus encrucijadas. La quietud del yoga explora la calma de los sentidos y su maestría está en la sencillez de la vista, la serenidad del oído o el estoicismo del olfato. Espacios de pausa que contrarrestan los sabores y que le ofrecen al tacto la libertad de sus ataduras con los otros. Esta quietud es la placidez dentro de un sinfín de movimientos y, también, la imposibilidad dentro de la realidad de los deseos.

Pero entre pausa y quietud, siempre queda el barullo interno, ese que es loco, exótico, inesperado, inacabable, implacable y cierto. Griterío de voces, deseos, imaginaciones, suposiciones, juicios y contaminaciones. Bullicio igual al de muchos y al de todos; bullicio de bus, de tarde y de ayer; bullicio que busca un silencio íntegro acorde a su infinitud de años, prácticas, búsquedas e intenciones.

Y es en esa quietud de los sentidos donde puede nacer el silencio. Ese que se parece a un instante único de vacío o de totalidad. Silencio que cuando se es consciente de él, ya se ha ido y pierde su arraigo a esta vida que es agitación. Silencio sin movimiento que puede, si quisiera, anclarse en los dedos, en los pies o en cada vértice del cuerpo. Silencio que se reconoce como estado alterado de conciencia o que se parece a un atisbo de iluminación, pero que cuando logra existir no se parece a nada.

Pausa. Silencio. Retiro. Ayuno. Silencio escurridizo, pero posible en el instante donde la quietud es el arcano de todo sonido. Este sigilo escudriñado entre los movimientos y acompasado con la vida, con los ritmos, con los destinos, es el gozo del silencio y la quietud de las despedidas y de los retornos. En cada respiración, los silencios llegan sin pedir permiso.

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