lunes, 4 de enero de 2016

Éxtasis


El Espectador
18 de diciembre de 2015
Por: Diana Castro Benetti



Dando tumbos nos vamos aproximando al paraíso anhelado. Unos más místicos que otros; unos más extremistas que otros. 

La búsqueda de retornar al lugar perdido, de sentirse parte, de ser un todo, es la pregunta de todos los días por los siglos de los siglos pero sin el amén de la respuesta final. Hay quienes encuentran sentido en la fe y otros en la lógica del argumento. Algunos navegan con la incredulidad y otros se sumergen en la comprobación del ensayo y el error. Pocas verdades; muchas búsquedas. La certeza es la gran ausente.

Y por estar sedientos de una pizca de éxtasis, prometen las religiones; prometen los sistemas filosóficos; prometen las técnicas que van al pasado y las que vienen del futuro. Prometen las novedosas metodologías y las rutas llenas de tradiciones sabias. Promete el gurú. Y todos prometen lo mismo: lo indescifrable, lo imposible y los milagros hechos de garrotes con zanahorias, mezclas de pecado y de culpa. Casi como una matriz recuperada, el edén se paga en dólares. Las poesías místicas, las meditaciones bajo la lluvia, las peregrinaciones al mar muerto o las drogas, los chocolates y el sexo, son las opciones que cada cual se inventa para no caer en el oscuro hueco de la catástrofe global inminente. El mundo de hoy pide su cuota de sufrimiento y de miedo, un mundo que recuerda que no hay placer sin pago y que no hay paraíso sin que el abismo nos rompa el corazón. Milenarismos resucitados y no todo es salvación.

Y en la ruta para comprender el abandono primigenio, se nos olvida que el éxtasis es el ser. Es el estar ahí, sin más, simplemente ser y simplemente estar. Estar como en una vaga presencia infinita, sin esfuerzo, sin exigirse, sin mentirse. Es ser el éxtasis más allá del placer inmediato. El éxtasis en el sonido del silencio, en el aleteo de un colibrí, en el hijo que nace. Es ser el éxtasis en la vida que fluye y la muerte que habla. El éxtasis en cada recuerdo que nos habita, en el amor perdido y en la locura de otro. Ser ese éxtasis que recorre el orgasmo de un amor compartido y la paciencia de la mañana. Ser el éxtasis en el cielo ahora, sin pecado, ni culpa. Éxtasis que es el pan, el agua, el camino, el cuerpo, los ojos, el tacto, la plegaria, el tú con yo, incluso cuando llegue todo ese novedoso fin del mundo que nos están vendiendo.

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