Editorial
El Espectador
20 de mayo de 2014
EL RETIRO DE LUIS GENARO MUÑOZ de la gerencia de la Federación
Nacional de Cafeteros ha causado numerosas reacciones. Muchos de sus
contradictores gremiales han respirado con alivio, en tanto que buena
parte de la dirigencia cafetera ha lamentado su decisión.
Observadores y analistas, entre ellos el director de la
misión del café, Juan José Echavarría, han visto en la salida de Muñoz
una oportunidad para exponer sus tesis provocadoras, que en esencia
buscan cortar cualquier nexo del Estado con la Federación. Seguramente
en las próximas semanas, cuando surjan más nombres para reemplazar al
gerente en medio del debate asociado con las elecciones regionales y con
un incierto precio internacional del grano, tendremos más perspectivas y
posiciones sobre el debate cafetero.
Para
entrar en ese debate, sin embargo, conviene revisar lo que deja el
gerente que se retira, que no es poco. En estos seis años en que estuvo a
cargo del gremio cafetero enfrentó una revaluación persistente, un
ataque de roya sin precedentes y una ola invernal que tuvo un
significativo impacto en la cosecha. En medio de esas condiciones
complejas logró una reconversión cafetera sin precedentes en la historia
de Colombia. Renovar más de 3.300 millones de árboles, la mayoría
resistentes a la roya, no es tarea fácil, y ningún otro sector lo ha
logrado. El cambio en las cifras de productividad y de cosecha es, sin
duda, su principal ejecutoria, y las cifras no mienten.
Empero,
se nos antoja que el más significativo de los logros institucionales de
Luis Genaro Muñoz fue la profundización de la democracia cafetera.
Propios y extraños, contradictores o no, deben reconocer que el mayor
activo de la Federación y sus comités de cafeteros es su legitimidad,
reflejada en una participación electoral para elegir sus cuadros
directivos que supera el 67%. Muñoz habrá de ser recordado como uno de
los gerentes quizás más cuestionados por sus representados, pero a su
vez como el que más trabajó para que el gremio fortaleciera su
democracia y sus elecciones.
En el debate sobre el
futuro de la Federación, entonces, conviene tener una conversación más
profunda sobre las instituciones cafeteras, que reconozca sus avances,
sus retos, su necesidad de reformarse, claro, pero también sus
limitaciones. Un debate que defina las expectativas y su capacidad de
acción en el mundo de lo real. Como durante muchos años la Federación
reemplazó al Estado en las zonas cafeteras, aún hoy muchos, sobre todo
en las regiones, piensan que es quien determina el precio del café y
quien, además, todo lo debe hacer y todo lo tiene que resolver.
Aunque
hoy no tiene los recursos para seguir haciéndolo, ni en un mundo ideal
es conveniente que nadie reemplace al Estado, la Federación y sus
comités de cafeteros constituyen una institucionalidad excepcional en la
Colombia rural que sería lamentable desconocer de tajo porque no exista
tal cual en otros lugares del mundo, que es la idea que viene haciendo
camino. Un país con las inequidades que vivimos, donde el Estado ha sido
un ausente permanente en el campo, difícilmente va a alcanzar el
desarrollo rural deseado con una simple receta de libre mercado y
privatización. La limitada capacidad de actuar que han demostrado el
actual y los anteriores gobiernos en las zonas rurales —fuente y
alimento del conflicto armado— hace necesario valorar la
institucionalidad cafetera de una forma más profunda. Es importante que
el proceso de selección del nuevo gerente no se tome a la ligera y
contribuya a fortalecer la institución. Colombia no puede darse el lujo
de sacrificar una institución que tiene arraigo y capacidad de gestión
en el campo, cuando eso es lo que más falta hace allí.
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