domingo, 7 de diciembre de 2014

Contra la pobreza, el mejor café


El País
María Fernández
7 de diciembre de 2014

Una cooperativa de caficultoras de Colombia consigue mejorar sus ingresos con productos de mayor calidad gracias a la cooperación con una empresa española.

Cuatro mujeres de la asociación AMUCC muestran la distinta maduración del grano del café en la región colombiana del Cauca.


Esta historia la empezaron a escribir tres compañeros de facultad en 1990. Ese año Ricardo Oteros, Vicente Arregui y Raúl Gil fundaron en Madrid Supracafé, una empresa nacida de un proyecto que habían desarrollado durante la carrera de Económicas en la Complutense. Oteros viajó a Colombia para sellar una alianza con Expocafé, una sociedad exportadora afincada en Bogotá nacida de la unión entre campesinos, cooperativas y la Federación Nacional de Cafeteros del país. La idea de los españoles era distribuir en Europa café de alta calidad en un momento en que los bares y las casas abusaban de la variedad robusta, un producto más amargo, con menos aroma y más cafeína que el café arábica, más delicado pero de menor producción.

La pequeña empresa comenzó a sumar vínculos con los productores, el elemento más vulnerable de una gigantesca cadena que en el mundo mueve centenares de miles de millones y que, a menudo, paga precios de miseria a los agricultores. En Colombia, además, la producción se veía impregnada por la violencia del conflicto armado y los tentáculos del narcotráfico.

Supracafé inició en 1999 un programa social con la Cooperativa de Caficultores del Cauca, una zona castigada pero excelente para el cultivo de las bayas. Se apoyó en mujeres, muchas viudas debido al conflicto, o sometidas a situaciones de miseria, sin estudios y acosadas por una sociedad machista. Pedían ayuda para establecer sus cafetales, tener fertilizantes y poder construir secaderos. Los españoles se comprometieron a comprarles el café a mejor precio y a financiar el desarrollo de sus cultivos. Así nació la asociación de mujeres caficultoras AMUCC, que abarca 12 municipios del Cauca, con su centro en Huila, de 220.000 habitantes. “Estaban convencidas de que debían ser las cabezas de familia”, cuenta Lara Mansilla, del equipo de Responsabilidad Social de la compañía. No les resultó fácil: al principio sus maridos les impedían reunirse y las acompañaban. Hasta que ellas empezaron a ridiculizarlos exigiéndoles que se vistiesen con ropa femenina. Mansilla ha estado hace unos meses en la zona de producción y asegura que la asociación de mujeres caficultoras tiene un peso y un respeto enorme. “Les costó, pero consiguieron autonomía”, añade Beatriz Meneses, natural de Colombia y responsable de innovación de la empresa.

Mientras, Supracafé, todavía una sociedad modesta, se autoimponía la donación de un tributo por cada kilo que importaba, procesaba y comercializaba. Donó, entre 1999 y 2005, 51.521 dólares (41.830 euros) a las campesinas. A partir de ese año alumbró, junto con otras 15 pymes españolas, la fundación Cafemundi para apoyar proyectos en los países productores a través de programas de comercio justo. Desde ella siguen colaborando económicamente con AMUCC (65.000 euros en los últimos siete años) para desarrollar el Cauca con la tecnología que se adapte a los cultivos. “El proceso que sufre el café en origen es parecido al del vino, con la diferencia de que la mayoría de los terrenos cultivados en Colombia no siguen un proceso sistemático. ¿Qué es mejor, cultivar de norte a sur o de este a oeste? ¿Es bueno que la radiación solar incida sobre la planta o es preferible un sistema de sombrío? ¿Cómo se hace la fermentación? Todas esas cuestiones se resuelven sin criterios precisos, es todo muy artesanal. Nosotros intentamos que aprendan a controlar el proceso y garanticen la calidad”, señala Mansilla.

La empresa española dio un último paso en 2005: compró fincas de cultivo en Colombia, a 1.860 metros de altura para mejorar su producción, de 400 toneladas al año. Supracafé aspira a tener ahí un centro tecnológico que permita mejorar el ‘beneficio’ (el proceso de transformación del café), y en el que trabaja junto a investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid y Cenicafé para determinar los más de 30 factores claves para la elaboración de la bebida. “Los campesinos se sorprendieron cuando decidimos no cercar la finca. Les dijimos que era un proyecto cooperativo. Que si ellos producían según unos estándares, nosotros le garantizamos la compra de la cosecha”, aseguran en la empresa. Paralelamente han empezado a desarrollar líneas de investigación para aprovechar productos de biomasa del árbol del café, ya que actualmente se desaprovecha más del 95% de la planta y es la principal fuente de contaminación de los recursos hídricos de las cuencas cafeteras.

Su trabajo, por el que operan como  facilitadores y promotores de productos en libre competencia de mercado (no han reclamado derechos de exclusividad para el café), ha merecido esta semana uno de los tres premios que este año ha concedido la fundación Seres, que trabaja para el desarrollo de la responsabilidad social de las empresas. Otros dos proyectos reconocidos por Seres han sido la iniciativa “yo soy empleo”, del BBVA, por la que se han creado 5.900 puestos de trabajo tras una inversión de 26 millones de euros, y el programa de formación en hostelería del grupo VIPS para 1.000 jóvenes.

Hasta el momento el proyecto de Supracafé ha conseguido ayudar a 500 familias caficultoras, el 99% con parcelas que no llegan a una hectárea de superficie. La empresa recibe el producto en España, en una nave situada en Móstoles (Madrid) y todos los días muele y envasa el grano para su distribución, fundamentalmente entre restaurantes y hoteles. 

En 2013 Supracafé obtuvo unos beneficios de 196.297 euros con una facturación de 4,8 millones. Su plantilla está compuesta por 27 personas, la mayoría con contratos fijos. Sus fundadores nunca se habían preocupado por dar a conocer el proyecto en público. Su objetivo es romper el ciclo perverso de bajas producciones, limitados ingresos y mínima capacidad de reinversión de los agricultores que provoca una pérdida enorme de calidad en el café.

Con la ayuda a las mujeres, que también venden su cosecha a otras empresas, incluidas grandes multinacionales, la pyme española ha conseguido dar un pequeño paso. Han cambiado una historia iniciada por tres hombres en otra de mujeres valientes. 


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