El Espectador
Diego Aristizábal
1 de diciembre de 2013
“Colabóreme”, resulta que esa es una de las palabras que más escucho en este país de favorcitos, en este país de conchudos sinvergüenzas.
Los malos estudiantes se acercan al profesor y con la carita más lastimera dicen: “Profe, colabóreme, mire que yo no fui tan mal estudiante, póngame el tres, no ve que de 2.5 a 3.0 no es mucha la diferencia”. Mientras tanto el profesor piensa que si no lo fuera no tendría por qué estar en esa situación tan incómoda.
La
pobre señora que hace el aseo en una residencia donde se gana un sueldo
mínimo, que no se lo pagan a tiempo porque el “pobre” patrón vive
quejándose de que el negocio no da así todas las residencias estén
llenas, debe soportar el lamento del jefe que dice: “Vea, colabóreme, no
ve que ya no tengo mensajero, ni tampoco vigilante, colabóreme, vea que
las cosas no están fáciles”. Y así entonces, lo que hacían tres ahora
lo hace una persona, que por culpa de los abusos de la colaboración,
llega dos horas más tarde a su casa con la misma ausencia de dinero,
pero a ella nadie le colabora.
Lo
mismo pasa con el conductor que al meterse en contravía, o al pasarse un
semáforo en rojo, o un “discreto” Pare, o lo que sea, al ver al policía
de tránsito al lado de su ventanilla le dice: “Señor agente,
colabóreme, mire que yo no lo hice con mala intención, mire que el
sueldo a duras penas me alcanza”. Lo mismo pasa en los juzgados, en la
política, en tantas cosas. “Colabóreme” ¿sí?, dicen enérgicamente las
voces que hacen lobby.
Este es el
país del “colabóreme” porque finalmente aquí nadie es culpable de nada,
la culpa aquí siempre es del otro o, en el peor de los casos, la culpa
es del sistema. Por eso, cuando no se le “colabora” a quien se lamenta,
se escuchan frases como: Yo no perdí, el profesor me hizo perder; yo no
cometí una infracción, el señor agente me multó porque no encontró a
otro pendejo. Y en el caso de los malos jefes, cuando alguien no les
“colabora”, no dudan en decir: “Definitivamente la gente aquí es muy
malagredecida”. Ni qué decir de lo que pasa en la política.
“Colabore
con el artista”, dice aquel que se sube al bus y canta terriblemente o
recita “Desiderata” como si fuera la gran pieza de la literatura
universal. “Colabore con la causa”, le dicen a los pobres niños que
ingresan obligados a la guerrilla y no saben ni un ápice qué es eso de
la causa. Los mismos curitas, o las hermanitas adoratrices de no sé
quién, ruegan antes de terminar las eucaristías para que sus feligreses
“colaboren”, sean generosos para que se puedan hacer los arreglitos
pertinentes.
Cómo se confunde ese
asunto de ayudar porque se quiere y ese asunto de abusar del otro que
teme y no es capaz de decir NO como una forma de dignificarse. Aquí
abusamos de la buena voluntad, del miedo que muchos tienen a perder
algo. “Colaborar” en este país se volvió una horrible forma de
atropellar. “Colabóreme, ¿sí?, no sea mugre”.
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