lunes, 22 de abril de 2013

A propósito del día internacional de la Tierra


El Espectador
21 de abril de 2013

Por el Planeta que queda

Tres expertos en temas ambientales analizan esta fecha que, más que motivos para celebrar, presenta grandes desafíos.

Brigitte Baptiste, Eduardo Gudynas, Tomás León Sicar
Brigitte Baptiste, Eduardo Gudynas, Tomás León Sicar

Hace 43 años que el mundo celebra el Día Internacional de la Tierra. Miles han sido los eventos, las promesas, las reflexiones y los compromisos. Los resultados, en cambio, son pocos y cada vez más alarmantes.

Que la Tierra y sus ecosistemas permitan la vida y el sustento humano no ha sido suficiente para que el mundo asuma medidas contundentes que permitan conservar los recursos y aseguren la supervivencia de las generaciones que aún no llegan.

Una vez más los países conmemoran el Día Internacional de la Tierra y son más los desafíos que los motivos para celebrar. El Espectador consultó a tres especialistas en el tema ambiental para que plantearan sus reflexiones al respecto.

Brigitte Baptiste, directora del Instituto Alexander von Humboldt, se refiere a la importancia de evitar visiones unánimes del mundo y de reconocer la diversidad para conservar el planeta. Por otro lado, Tomás León Sicard, profesor asociado de IDEA - Universidad Nacional de Colombia, insiste en la necesidad de poner la mirada sobre el suelo, uno de los recursos más importantes y que aparece rezagado a la hora de desarrollar políticas.

El uruguayo Eduardo Gudynas, referente en América Latina en medio ambiente y desarrollo, señala, por ejemplo, que los retos de la región se dan en momentos en los que sus países se han convertido en destinos para la extracción de recursos.

Pactos con la Tierra
Tomás León Sicard, profesor asociado IDEA-Universidad Nacional.


Es difícil celebrar con entusiasmo el Día de la Tierra en un país como Colombia que, es preciso decirlo, ni siquiera conoce cuál es el estado de su recurso suelo. Ese gran desconocido, ese recurso maltratado pero que se invoca constantemente en los foros públicos, presenta un estado lamentable, retratado en las escasas, atrasadas y a veces heterogéneas estadísticas nacionales. Las del Ideam y el Instituto Geográfico Agustín Codazzi reportan que la pérdida de suelos (erosión), calificada como de moderada a severa, fluctúa entre el 15 y el 32% del territorio, mientras que cada año van a dar al mar alrededor de 429 millones de toneladas, que provienen de nuestras cuencas hidrográficas.


¿Por qué se pierde el suelo de Colombia? ¿A qué se debe y qué impactos genera este desangre silencioso? La erosión es un fenómeno irreversible que pasa desapercibido para muchos. La tierra no le duele a Colombia. Excepto quizás cuando aparecen las inundaciones, las sequías o se derrumban algunas carreteras. 


La mayor causa de la erosión y de los procesos degradativos del entorno reside en los sistemas convencionales de cultivo y en la constelación de factores socioeconómicos que los respaldan. En sistemas que apuestan a los monocultivos, a dejar los suelos desnudos, al uso masivo de plaguicidas. Si hubiera algún motivo para celebrar hoy, es que en el fondo del túnel aparecen movimientos de agricultura ecológica capaces de establecer nuevos pactos con la tierra, más allá del paradigma competitivo. Pactos de respeto, solidaridad y armonía.

Cuando la Tierra se detenga
Eduardo Gudynas, Centro Latinoamericano de Ecología Social (Claes).


Hace un buen tiempo vi la nueva versión de El día que la Tierra se detuvo. No era una película de ciencia ficción clásica, los extraterrestres no invadían nuestro planeta, sino que buscaban salvarlo. ¿Salvarlo de quién? De nosotros, los humanos. La película no es muy buena, pero plantea una cuestión fundamental La Tierra, y más específicamente, la biósfera, esa delgada capa que alberga toda la vida, no nos pertenece. En tiempos evolutivos somos apenas unos recién llegados, y debemos compartirla con millares de otras especies. Sin embargo, con una gran dosis de petulancia, ignorancia y utilitarismo, hemos logrado poner en riesgo a toda la Tierra.


En efecto, actualmente los humanos se apropian de casi la mitad de la materia orgánica generada por los ecosistemas terrestres, más de un tercio de la productividad de los océanos y aproximadamente el 60% del agua dulce. El Indicador de Vida Planetario, que evalúa la vida silvestre, señala una caída del 60% entre 1970 y 2008. En América Latina se ha reducido un 50%.


El cambio climático ya nos golpea y en un futuro cercano estaremos hablando de otros cambios planetarios, como los desarreglos en los flujos globales de nitratos y fosfatos. Actualmente consumimos en un año un 50% más de los recursos renovables disponibles para ese mismo tiempo. Por lo tanto, a la Tierra le toma un año y medio renovar todo lo devorado en el año anterior.


En América Latina tenemos mayores márgenes, ya que la apropiación de recursos naturales está por debajo del consumo nacional en casi todos sus países. Por ejemplo, la biocapacidad de Colombia es estimada en 3,89, mientras que su apropiación de recursos es de 1,80 (medida en hectáreas de recursos ecológicos en tierras y mares).


Sin embargo, en la región persiste una intensa extracción de recursos naturales, con todos sus impactos. Pero éstos no son aprovechados por nuestros países, sino que son exportados como materias primas para sostener el consumo de las economías industrializadas y emergentes. Más del 80% de las exportaciones colombianas son materias primas, o sea naturaleza.


Todas estas evidencias científicas son abrumadoras. Nos encontramos frente a las llamadas “transiciones críticas”: cambios ecológicos a escala planetaria, en corto tiempo e irreversibles. No sabemos cuándo cruzaremos ese umbral, pero cuando ocurra ya será demasiado tarde para reaccionar. La Tierra finalmente se detendrá.

Tierra sólo hay una
Brigitte Baptiste, directora del Instituto Alexander von Humboldt.


En estos tiempos de Mama Pacha, el ambientalismo latinoamericano recoge de algunas tradiciones indígenas la idea del planeta como un ser que siente y es pródigo por igual con sus hijos humanos, animales y vegetales; una idea hermosa que aparece también en otras geografías e impulsó algunos ecofeminismos. No resulta fácil sin embargo entender la propuesta de adopción oficial de esta figura animista de origen quechua en un mundo lleno de ideas y visiones de la biodiversidad, derivadas de centenares de tradiciones culturales que, precisamente por venir de otro tanto de contextos ecosistémicos, no se amañan a la visión de la pollera cultivadora que protege al mundo de los Andes centrales americanos. 


Los pueblos amazónicos, de ríos y raudales; los pescadores caribes de tortugas y lebranches, navegantes coralinos; los agrestes cazadores del cardonal y la sabana, o los herederos de las voces yorubas de los bosques pluviales imaginan el origen de los tiempos cada uno a su manera.

Recordemos, eso sí, que Tierra no hay sino una, así haya otros planetas promisorios para migrar y colonizar, y que todo aquello en que nos convirtamos en el futuro provendrá de esas historias entretejidas que cada tradición ha construido. La Tierra es incierta, cambiante, caprichosa si se quiere, y no hay método o manual que indique cómo se ha de vivir en ella de manera definitiva, pues nosotros hacemos parte de su evolución y hemos de interpretar y dirigir el cambio hasta donde su complejidad lo permita, ojalá con asombro, creatividad, solidaridad con todas las formas de vida y voluntad de paz.

 Evitemos pues en estas celebraciones de la diferencia la tentación de definir, otra vez, visiones unánimes del mundo, así sea con las mejores intenciones, y hagamos de todos los símbolos de vida un partenón pródigo de verdades que no necesitan decretos ni ejércitos para imponerse. ¡ celebremos la complejidad, en la diversidad!


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