Publicado por El Rincón de Sele
9 de julio de 2012
Barichara, la niña de los ojos de Colombia, tiene el aroma a calidad de
vida, eso a lo que tantos aspiramos hacer nuestro en algún momento. En
este pueblecito tricentenario considerado por muchos, y con razón, el
más hermoso del país, el tiempo no vuela sino que pasa lentamente, el
clima no es bueno sino que es mejor, y la gente te embriaga con una
hospitalidad sincera y diría que innata. Los días aquí pasados me han
mostrado el que podría considerar un retiro soñado en el que una
colorida hamaca de tela sería mi bandera, los sonidos inconfundibles de
la Naturaleza en la noche la banda sonora original y los jugos de mil
frutas tropicales el elixir de la vida eterna. Escondida entre montañas,
pastos y cielos azules de rotundidad, vive esta linda localidad orgullo
del Departamento de Santander y de todo colombiano que ame su país.
Barichara significa en el antiguo lenguaje de los guanes “Lugar para el
descanso”. No me imagino en absoluto un nombre más apropiado para
definir su pose, su ritmo y sus múltiples posibilidades para acoger en
sus senos a las almas cansadas o hastiadas de rutinas y días grises.
Aquí todo es color, sonrisa y piar de colibríes cada mañana, senderos de
piedra enlazando casas blancas y ventanas de madera, y saludos de buena
gente ante un lento paseo sin rumbo. Ingredientes que mezclados nos
hablan de la buena vida en un lugar único.
Escribo estas líneas cuando la noche suena de forma natural, con el
rumor embriagante que posee el bosque cuando se apagan las luces. Desde
lo alto de un monte en los aledaños de Barichara tengo el atrevimiento
de vivir mientras escribo y escribir mientras vivo.
HOSPEDADOS EN UNA FINCA… COLOR DE HORMIGA
Ciertamente los primeros días en Colombia no pudieron ser más
prometedores. No sólo por abrirse ante nuestros ojos un país amable y
realmente bello, sino también por contar con la presencia de caras
amigas que nos hicieran más placentera nuestra estancia en tierras
colombianas. Como véis empiezo a hablar en plural porque en Bogotá se
incorporó la aventurera que faltaba, mi compañera de viajes preferida
que trajo su mochila para continuar un sendero que aún tiene
interrogantes en el título. Quien sino Rebeca, que deseosa de saltar el
charco, camina ya junto a mí disfrutando de un día a día esperanzador.
Pero, además de ella, aparecieron otros rostros amables y conocidos como Hernando Reyes (Club Altum) y Antonio Quinzán (Viajes y Fotografía),
con quienes pasamos buenos ratos en la capital colombiana. El propio
Hernando, un embajador de lujo que nos mostró las mil y una caras de
Bogotá, nos asesoró y recomendó EL LUGAR con mayúsculas para disfrutar y
descansar en Barichara, la cual iba a formar parte sí o sí de nuestra
ruta por Colombia. Hablo de la finca o reserva natural con hospedaje y
restaurante de “cocina atípica” conocida como Color de Hormiga,
una de las mejores sorpresas que he hallado dentro de este, también
atípico, viaje a América sin billete de vuelta. Jorge y Claudia al mando
con el mejor baluarte posible, la hospitalidad, regentan esta especie
de lodge ecológico en el que uno puede saborear la naturaleza y el
silencio del monte que se asoma a Barichara, a bordo de una habitación
con encanto, cómodas hamacas en el patio en el que desayunan los
colibríes y el significado real de la expresión “calidad de vida”. Pocas
veces he visto tan apropiada dicha acepción como aquí, y puedo no ser
objetivo porque hablo de Jorge y Claudia como mis amigos, pero es que
cuando se les conoce es imposible dejar a un lado cualquier
subjetividad.
Despertarse, sin importar el reloj, era siempre un placer porque fuera
los árboles y las plantas te daban los buenos días junto a decenas de
pajarillos de colores a los que no les incomodaba nuestra presencia.
Durante un buen rato, cada mañana, nuestras mesas de oficina pasaban a
ser las hamacas donde observábamos con un libro sobre aves en la mano,
cuál era cuál. Después charlábamos bajo la sombra de un delicioso
desayuno y preparábamos una jornada distinta ya fuera en Barichara o en
sus prometedores alrededores cargados de Naturaleza y buena energía.
Lo de Color de Hormiga proviene de la especialidad culinaria de su
restaurante, las hormigas culonas, capaces de dar sabor a las comidas
como nadie se hubiese imaginado. De hecho Jorge es el creador de la
salsa de hormiga culona, la cual aplica con maestría en sus platos. A
muchos nos puede parecer raro cocinar con hormigas, pero para los
santandereanos (que no santanderinos) es una tradición que viene de muy
lejos en el tiempo y de la que se sienten muy orgullosos. El propio
restaurante, Color de hormiga, al que ya vale la pena acudir por sus
tremendas vistas, aparece bien destacado en la guía Lonely Planet, cosa
que el propio dueño conoció cuando el libro ya llevaba varias ediciones.
No tardaré en hablaros en este blog de una experiencia “color de
hormiga”, porque reconozco que me planteé desde el principio abrir el
paladar para adaptarme a los gustos locales.
BARICHARA, POSIBLEMENTE EL PUEBLO MÁS BELLO DE COLOMBIA
Bajar el sendero de tierra roja que comunicaba nuestro alojamiento
con Barichara nos mostraba cada vez más cerca la fisionomía del pueblito
santandereano que muchos le otorgan la no azarosa calificación de ser
el más bello de Colombia. Las montañas de fondo, con nubes de algodón
entrelazadas, se recortaban en la silueta horizontal que se topaba con
nuestra mirada impaciente.
Barichara nos esperaba abajo con su abanico de calles y cuadras en
cuesta, sus paredes de piedra y barro encaladas hasta el tejado y sus
puertas y ventanas jugando a teñirse de colores diferentes. Nuestros
pies nunca tardaban en acoplarse a la perfección al suelo adoquinado que
se subía o se bajaba del montículo sobre el que está levantado el
pueblo.
Esta fue tierra de indios guanes, pero Barichara no fue fundada hasta
1705 cuando los españoles quisieron conmemorar una aparición de la
Virgen María tallada en una roca. El milagro fue el resorte para que
allí fuera construida una iglesia y, posteriormente, una aldea que no
hace mucho cumplió trescientos años. Tres siglos llevados a la
perfección y premiados con todo tipo de adjetivos y títulos tales como
Monumento Nacional en sí mismo. Y aunque pasó desapercibido durante
mucho tiempo el turismo ha puesto su mirada en esta localidad porque no
hay viajero que no se marche feliz de haberlo conocido. Doy fe que estos
días creo haber encontrado otro de esos retiros en los que dar un baño
de positivismo y calma a mi espíritu.
En Barichara no hay que buscar grandes monumentos ni nada parecido. Ese
no es, ni mucho menos, el objetivo del que viaja hasta este bello
pueblito. Su secreto está en la conservación de sus calles y viviendas
tricentenarias, la capacidad demostrable de no dejar que el tiempo corra
ni los relojes funcionen con la presión de un vengativo minutero. Lo
mejor que se puede hacer es departir alegremente con los baricharas o
patiamarillos, pasear sin rumbo u observar la sencillez de unas casas
cuyas puertas están permanentemente abiertas (es significativo en un
país en el que los medios de comunicación de todo el mundo cuestionan
constantemente su seguridad). Nada más… y nada menos.
Con la cámara en la mano y el Sol con su constante y fogosa compañía,
recorrimos cada recoveco de un pueblo amable, de ritmo relajado que
afortunadamente (y espero que por mucho tiempo) no se ha vendido a la
mediocridad de ser impersonal. Barichara tiene carácter y sus labios
dibujan sonrisas a los siempre bien recibidos caminantes. Aunque
ciertamente aquí nadie es foráneo o extraño, es un huésped más de la que
puede ser una de las banderas de ese acertadísimo lema de Turismo de
Colombia que asegura que “el riesgo es que te quieras quedar”. Suscribo
cada letra al tiempo que saboreo un refrescante jugo tropical.
Las fotografías, idénticas a las que podrían haberse hecho hace diez,
cincuenta o cien años (salvo cuando se cuela algún vehículo moderno),
retratan Barichara sin la justicia de lo que pueden ver unos ojos cuando
se dirigen a su hermosa y cálida sencillez.
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