Por Héctor Abad Faciolince
6 de mayo de 2012
Todos tenemos un amigo catastrofista que nos manda como mínimo un
correo diario en el que se describen los horrores del mundo: focas
descuartizadas, desiertos que crecen, inundaciones, ríos contaminados,
pájaros atrapados en el mar por olas de petróleo, políticos que se
embolsillan la plata de la salud, congresistas con jubilaciones
astronómicas, guerrilleros africanos sanguinarios, niños secuestrados,
mujeres violadas, niñas a quienes extirpan el clítoris, conspiraciones
de los banqueros judíos, etc. En fin, nuestra dosis normal de miserias
cotidianas, el pan de cada día, con videos verdaderos, videos
mentirosos, idioteces antisemitas, mezclas confusas de realidad y
ficción. Denuncias serias al lado de propaganda vulgar, de mentiras bien
o mal intencionadas, de patrañas absurdas… De todo.
Uno de los últimos que me llegaron habla de
la reforma laboral alemana adelantada por la canciller Merkel. Un
comentarista, Antonio Brettschneider, les advierte a los desempleados
españoles sobre el horror de la realidad laboral alemana y las
catástrofes que les esperan en España si adoptan las reformas
propiciadas por Merkel (porque Alemania sigue siendo un país
“imperialista”, sostiene). En el video se desmiente el supuesto éxito de
las políticas laborales alemanas pues, si bien es cierto que pasaron de
5 a 3 millones de desempleados, y del 12% de desempleo al 7%, estos
nuevos trabajos creados son mal pagados, poco seguros y con más horas de
trabajo. Si quieren verlo, aquí está: http://bit.ly/wpbgJP.
Una
cosa, sin embargo, es ver este video con los ojos de un alemán o de un
español y otra cosa es verlo bajo la óptica de un tercermundista
colombiano. Todo en esta vida es comparación. De un perro grande decimos
que parece un caballo y de un caballo chiquito que parece un perro. Así
mismo la terrible Alemania neoliberal que se describe en el video,
trasladada a Colombia, sería considerada aquí un régimen populista, el
delirio demagógico de un gobierno afín al comunismo o algo así. Veamos.
El
horror alemán consiste en haber subido la jornada laboral de 35 horas a
37. Aquí estamos en 48 horas y éstas se consideran diurnas (a partir de
la absurda reforma de Uribe) hasta las 10 de la noche. Esto quiere
decir que de 6 a 8 a.m., o de 6 a 10 p.m., ya no hay recargo nocturno.
Las vacaciones remuneradas de un alemán duran un mes; aquí 15 días. Allá
el salario mínimo son 900 euros, más de dos millones de pesos; aquí la
cuarta parte, 566 mil pesos. Incluso suponiendo que allá la comida
cueste el triple (y no es así) las diferencias salariales son abismales.
Sigamos
con el subsidio de desempleo. Aquí existen las cesantías. Si uno
trabajó diez años, puede esperarse unas cesantías (nuestro subsidio de
despido) de diez meses. Un alemán, después de trabajar un año, puede
esperarse un subsidio de desempleo de otro año, si lo despiden. Pero hay
algo más: si no tienes ningún recurso en Alemania, el Estado te paga el
alquiler de un apartamento de 40 metros y la calefacción, más una ayuda
de 365 euros mensuales en efectivo. Una miseria, dice el comentarista.
Pero ay, si a los indigentes colombianos les dieran la cuarta parte de
eso (90 euros, 200 mil pesos) podríamos empezar a pensar que existen la
justicia y la compasión.
Esa curiosa idea de que allá están
jodidos y aquí estamos bien, cuando se estudian las cifras, es difícil
de entender. Como decían los viejos: es más rico el rico cuando
empobrece que el pobre cuando enriquece. Nosotros, pobres medio
enriquecidos, con respecto a Europa, seguimos siendo un pueblo
miserable. Que Europa sea mucho más desarrollada que Colombia es
descubrir el agua tibia; pero a veces conviene recordárselo, sobre todo a
esos europeos que viven en el sueño de la maravillosa América
tercermundista. Los países bolivarianos, no se les olvide, están en
condiciones incluso peores que las nuestras. Y la horrible Alemania,
comparada con Colombia, es una especie de ensueño socialista.
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