Diana Castro Benetti
El Espectador
27 enero 2012
La santidad ha sido una cualidad anhelada por toda cultura desde miles de años atrás.
Un estado límite con lo no humano, un valor cercano a la perfección de los cielos y desprovisto de errores y culpas. Y loable como es, toda santidad pareciera una ilusión arcaica e incómoda para el mundo de hoy. En las técnicas orientales de desarrollo espiritual, los diferentes estados de conciencia factibles son miradas interiores que aportan sentido a los actos cotidianos porque la búsqueda de la iluminación es en vida y no después de ella.
La realización interior de la que hablan las técnicas de meditación, no es nada diferente a lo que se vive durante el desayuno, una buena conversación, un abrazo largo y profundo con el hijo o el amante. Es una mirada simple. Estados de conciencia que surgen y se acomodan desde lo que somos hoy. Son la real integración con la vivencia y comprensión del mundo tal cual es. El samadhi o el nirvana no desechan el mundo real y cotidiano. Lo incluyen. Para el yoga, la realidad no es otra que la que es y sugiere que esa realización interna anhelada no está en los estados alterados de las visiones multicolores o de los sonidos estruendosos sobre otros seres por venir y mucho menos en la predicción exacta de eventos catastróficos que a base de miedo y esclavitud obliguen el buen comportamiento. No. Tal vez la realización propuesta por sabios de oriente está más cerca de lo previsto y es común antes que extravagante.
Cada momento de un estado de quietud es la atención a un respiro para hacer unión con el aire que nos rodea, el ruido que escuchamos, el dolor que sentimos, el río que fluye, el vaivén emocional que nos atrapa, el pensamiento que ronda al amanecer e incluso con ése beso que aún no hemos dado. Cada instante de exploración interior es un cortísimo espacio para reconocer que la iluminación no es otra cosa que la santidad sin histerias y una apuesta ética diaria. Tal vez, la realización personal ha de pasar primero por el diálogo franco con contrarios o con la simpleza de pagar los impuestos para construir una dimensión terrestre justa y equitativa. El sentido de la realización no puede darle la espalda a lo que en el mundo sucede.
Por eso muy lejos de las trompetas que anuncian tiempos renovados o ángeles sin arrugas, la realización de quien se sabe humano está en vivir su tiempo con la conciencia puesta en la implicación de sus decisiones. La sacralidad de la vida corriente pasa por acciones sin importancia de los héroes anónimos que somos en cada uno de los días. Este es el único paraíso luminoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario