sábado, 15 de octubre de 2011

el precio de tener la razón - aprender a escuchar


Irene Orce
La Vanguardia


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Aprender a escuchar
“La razón es un sol severo: ilumina pero ciega”, Romain Rolland

Si aspiramos a trascenderlo, tenemos que comenzar por atrevernos a examinarlo y cuestionarlo. En la medida que seamos capaces de desidentificarnos de nuestro ‘mapa mental’ estaremos más receptivos a valorar las opiniones ajenas, el primer paso para superar el mal hábito de querer tener siempre la razón. De este modo podremos comenzar a dejar de responder de forma reactiva e impulsiva, lo que pone de manifiesto que no estamos prestando verdadera atención a nuestro interlocutor.

Frente a esta situación surge otra pregunta incómoda: en nuestras relaciones con los demás, ¿realmente escuchamos? Desde pequeños vamos a la escuela para aprender a hablar y a escribir, pero nadie nos enseña a escuchar. Solemos pasar nuestros días limitándonos a oír. Y canalizamos nuestra necesidad de establecer relaciones sociales desarrollando distintos tipos de escucha. Probablemente, la que más utilizamos es la denominada ‘escucha de buenas intenciones’, que consiste en compadecer y tratar de convencer a nuestro interlocutor, intentando imponerle nuestro punto de vista.

Sin embargo, con esta actitud no logramos mejorar su situación. Este resultado es fruto de la mala comunicación y nuestra falta de atención hacia el otro. Cambiar esta inercia tóxica pasa por comprometernos con nosotros mismos y nuestras relaciones, trabajando nuestra capacidad de escuchar activamente. No en vano, cuando escuchamos dejamos de juzgar, y creamos un espacio de comprensión que nos permite responder a nuestro interlocutor desde la responsabilidad y la consciencia. No se trata de ver quién tiene la ‘razón’, sino de crear un clima de empatía, confianza y autenticidad, en el que es posible comprender las necesidades, sentimientos y motivaciones de la otra persona. Ésa es la esencia de una conversación enriquecedora, incluso transformadora. Para lograrlo, basta con que de vez en cuando nos preguntemos qué preferimos: ¿tener la razón o ser felices?

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