domingo, 9 de mayo de 2010

La soledad y la conciencia de existir


Francesc Torralba

Somos esencialmente sociables. Experimentamos el deseo de sintonizar con los otros, de establecer vínculos, redes de afecto. Aristóteles lo expresó nítidamente: “Quien vive solo, o bien es un dios, o bien una bestia”.


Amar la soledad y buscarla no significa viajar constantemente de un lugar a otro, recorrer desesperadamente toda la geografía. Un ser se hace solitario en el momento en que se da cuenta de que su soledad es inalienable, que va con él y que dondequiera que vaya, siempre está solo. A partir de aquel momento su soledad es real y no potencial.

La vida solitaria por el hecho de ser silenciosa, disipa la cortina de humo de las palabras que cada persona coloca entre su mente y las cosas. En la soledad permanecemos cara a cara con la desnudez del ser de las cosas. Entonces nos damos cuenta de que la desnudez de la realidad no es objeto de temor, ni de vergüenza. Está vestida con la amable comunión del silencio y el silencio se relaciona con el amor. Entonces, aquel mundo que hemos intentado dominar con nuestras palabras, conceptos, ideas, esquemas, que hemos intentado controlar y explotar tecnológicamente se nos aproxima, ya que el silencio nos enseña a conocer la realidad, respetándola allí donde las palabras la han profanado.

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