Lejos del paraíso
El País
DiegoA. Manrique
22 de marzo de2013
Bebo Valdés
sufrió el sino de tantos músicos cubanos. Tierra fabulosamente fértil
en ritmos y melodías, sus artistas se ven obligados a emigrar, por
conmociones políticas o, más frecuentemente, por la pura necesidad de
ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan
áspero como el de Cuba.
Así nos encontramos con biografías guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosión de la música habanera durante los rutilantes años cuarenta y cincuenta, funcionó como pianista, compositor, arreglador y líder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando llegó Nat King Cole para grabar en español.
Como tantos otros instrumentistas de su generación, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versión de las jam sessions con las descargas. También intentó dar la respuesta al mambo que popularizó Pérez Prado, con su batanga. Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.
De repente, el tajo de la Revolución y la primera oleada del exilio. Bebo dejó a su numerosa familia en La Habana y se buscó la vida en México, con el espléndido Rolando Laserie. Hubo luego estancias en Estados Unidos y España. Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel como Lucho Gatica. Había trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente. Más aún, cuando los azares del corazón le llevaron a Estocolmo, donde ejerció de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones.
Pero Bebo no se había perdido. Le podían borrar de los registros históricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de músicos cubanos dispersos por Europa y América. A principios de los noventa, cuando la discográfica alemana Messidor, decidió apostar por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le costó convencerlo que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos días. Nadie lo diría escuchando la finura de los arreglos, la energía de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y músicos residentes en Cuba.
Tenía 76 años y se le despertó toda la música que tenía adormecida. El proyecto de Messidor no prosperó pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak, entusiastas que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos. El público se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esqueléticos que iluminaban las imágenes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004). Su trayectoria vital inspiró Chico y Rita (2010), la película de dibujos animados de Trueba y Mariscal.
Pero la realidad fue más asombrosa que cualquier guion cinematográfico: un octogenario Bebo se convirtió en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lagrimas negras (2002), la colaboración con el cantaor Diego El Cigala. En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana. Y sí, terminó reencontrarse con el más famoso de sus hijos, también pianista gigante: Chucho Valdés. Las vidas cubanas, ya saben, son atípicas.
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