miércoles, 29 de febrero de 2012

En compañía de la soledad


Irene Orce
La Vanguardia

“La soledad es el imperio de la consciencia”, Gustavo Adolfo Bécquer

Soledad. Una palabra que para algunos significa refugio y para muchos representa una condena. Hay quien la busca con desesperación, y quien con la misma desesperación trata de librarse de ella. Como si de un imán se tratara, atrae emociones contrapuestas a cada uno de sus polos. Y terminar gravitando en uno o en otro depende de nuestra predisposición ante su presencia. No en vano, cuando la escogemos se transforma en nuestra mejor aliada, pero cuando impone su compañía se convierte en la peor de las invitadas. Su reputación promete malestar, aburrimiento, tristeza y fracaso social. En la era de la comunicación no existe acompañante más impopular. De ahí que tratemos de ahuyentarla con todos los medios a nuestro alcance.

Gracias a las nuevas tecnologías, vivimos más ‘conectados’ que nunca. Muchos de nosotros estamos localizables las 24 horas del día. Internet, las redes sociales y los teléfonos móviles han cambiado en gran medida nuestra manera de relacionarnos. La realidad es que cada vez compartimos más a través de una pantalla. Contamos con más facilidades para interactuar con otros seres humanos que en ningún otro período histórico. En este escenario, parece que la soledad no tiene cabida. Debería estar extinta. Sin embargo, las estadísticas sobre el aumento de ventas de antidepresivos y fármacos derivados hablan a gritos del sentimiento de soledad que acompaña cada día a millones de seres humanos. No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor. O tal vez baste con mirarnos al espejo.

Quizás sea el momento de analizar qué sucede cuando nos sentimos solos. Más allá de la incomodidad y el malestar, la sensación de aislamiento abre una compuerta al vacío que anida en lo más profundo de nuestro interior. Es entonces cuando surge nuestra desesperada necesidad de evadirnos y distraernos. La verdad incómoda que se encuentra tras esta realidad, es que en general son pocos quienes encuentran compañía consigo mismos. Lo cierto es que la soledad no deseada puede resultar apabullante, terriblemente dolorosa e incluso autodestructiva… pero también nos brinda la oportunidad de descubrir quiénes somos y de aprender a construir un vínculo más sano con nosotros mismos.

Mejor solos que mal acompañados


“Saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad”, Anónimo

Cuando nacemos, los seres humanos necesitamos del contacto físico para sobrevivir. A través de la piel nos comunicamos, exploramos y establecemos nuestros primeros vínculos con otras personas. En base a nuestras relaciones vamos construyendo nuestra realidad afectiva, y a medida que vamos creciendo, nuestra autoimagen. La soledad no aparece hasta que conquistamos la autonomía física y comenzamos a aventurarnos en el territorio de la independencia. Y si nuestra dimensión relacional está bien estructurada, es un elemento que nos permite profundizar sobre nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Según los expertos, “es un factor de equilibrio psicológico clave en el desarrollo humano, pues nos da el espacio y el tiempo que nos permiten poder reconectar con nuestras auténticas necesidades emocionales e inquietudes personales”. Sin embargo, cuando la soledad no deseada se extiende en el tiempo, adquiere un componente árido, emocional y afectivamente.

No en vano, gran parte del sufrimiento que genera la soledad se debe a la lucha permanente que mantenemos con ella. Sin embargo, lo único que conseguimos cuando la rechazamos es incrementar nuestro nivel de malestar. En cambio, si aceptamos su presencia podremos constatar que también puede aportarnos lecciones valiosas. Nos libera de la dependencia de los demás y nos obliga a encontrarnos con nosotros mismos. Al fin y al cabo, ¿qué dice de nosotros el hecho de que no estemos a gusto con nuestra propia compañía? Y ¿cómo pretendemos construir relaciones sanas si no hemos atendido primero la que mantenemos con nosotros mismos?

Si nos atrevemos a ir más allá del desierto de la soledad encontraremos un espacio de equilibrio que nos hace crecer en humildad y aprendizaje, nos ayuda a valorar más nuestras relaciones y nos conecta con la empatía. Si sentimos que no tenemos ninguna persona con la que poder compartir auténticamente y ningún proyecto del que formamos parte, tal vez sea el momento de plantearnos qué estamos haciendo nosotros para que eso suceda. Y la soledad nos brinda el regalo del tiempo para averiguarlo.

Independencia sana

“Es muy difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero imposible hallarla en ninguna otra parte”, Nicolás Chamfort

El primer paso para reconciliarnos con ella consiste en gestionar mejor nuestra manera de compartir. A menudo, quienes padecen de soledad suelen buscar cualquier oportunidad para descargar sus aflicciones. Lo cierto es que cuando llevamos mucho tiempo conteniendo nuestra necesidad de compartir, en cuanto vemos la oportunidad abrimos al máximo las compuertas. Y por lo general, no obtenemos los resultados deseados. Tal vez la descarga nos aporte un alivio momentáneo, pero no nos libera de la cárcel de la soledad. Somos nosotros quienes tenemos esa llave.

Al fin y al cabo, la soledad no entiende de física. Podemos sentirnos tremendamente solos en una sala llena de gente. No se trata de la cantidad de personas que nos rodean, sino de la calidad de los intercambios que realizamos con ellas. La necesidad de conectar con otras personas a un nivel más allá del superficial forma parte de la condición humana. De ahí la importancia de cambiar nuestra estrategia de comunicación. Si aspiramos a construir relaciones sanas, tenemos que empezar por interesarnos por los demás antes de avasallarles con un incesante monólogo. Y es que cada vez que nos abrimos a la escucha, conectamos con la parte más genuina de nosotros mismos.

Dedicar tiempo a establecer relaciones de calidad es el primer paso para liberarnos de la soledad no deseada. En última instancia somos seres sociales que necesitamos de los demás para construirnos a nosotros mismos. Y no sólo para cubrir nuestras necesidades afectivas, sino para afianzar nuestra autoestima. En este proceso también es importante utilizar nuestra mente de manera creativa, ocupándola con pensamientos estimulantes en vez de maltratarnos con pensamientos nocivos. Por ejemplo, cada vez que nos asalte el pensamiento “me siento solo”, podemos sustituirlo por la afirmación “estoy acompañado por mí mismo”.

No en vano, quienes sacan provecho de su propia compañía rara vez se aburren, y no necesitan de un ambiente externo favorable para sentirse bien. Es el resultado de darnos lo que necesitamos en vez de buscarlo en los demás. Depende únicamente de nosotros transformar el desierto de la soledad en un jardín secreto, un refugio del ruido que existe en nuestra vida. Un lugar donde podemos estar solos sin sentirnos desconectados del mundo. De ahí la importancia de comprometernos con el reto que propone la soledad. Si optamos por aliarnos con ella en vez de padecerla, podremos mejorar notablemente nuestra calidad de vida. Se trata de un proceso que requiere toneladas de honestidad y buenas dosis de voluntad. No en vano, implica mostrarnos desde la vulnerabilidad. Y estar dispuestos a realizar cambios importantes en nuestra conducta, nuestra actitud y nuestra rutina. Tal vez entonces seamos capaces de visitar ese jardín de vez en cuando, con la certeza de que estamos bien acompañados…por nosotros mismos.

En clave de coaching

¿En qué situaciones me siento solo?
¿Qué me aporta la soledad?
¿Qué pasaría si convirtiera la soledad en una oportunidad para conocerme mejor?

Libro recomendado

‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez (Cátedra)

© Extracto del artículo publicado en el suplemento de La Vanguardia ‘Estilos de Vida’ (ES)

martes, 28 de febrero de 2012

presencia


Por: Diana Castro Benetti
El Espectador


La presencia es el lugar del tiempo. Es el terreno donde no hay tapujos ni mentiras porque somos eso que revelamos cuando estamos. Pero resulta muy común que la mayoría de las veces estemos presentes sólo a medias.

Ni aquí ni en otro lado, como persiguiendo el pensamiento más inútil o el futuro más idiota. En los afanes, perdemos el momento precioso, o distraídos nos embelesamos con todas las ausencias que nos ocupan. Sin entusiasmos, gestos o cercanías, las peores presencias son aquellas que por ausentes ni opinan, ni dicen, ni hablan, ni acarician, ni escuchan.

Como biografías de abandonos y de anhelos, vamos caminando con lo inútil de las lejanías y las distancias imaginadas y mentirosas. Cargados hasta la médula de lo que no existe, nos da miedo el espacio vívido y le huimos a la plenitud. Pero resulta más doloroso aún cuando le damos juego a las torpezas y no percibimos lo que nos rodea ni escuchamos al extraño o al amigo. Podemos perdernos la canela y el café o la música y el silencio, pero es más punzante cuando nos perdemos la respiración acompasada y la mirada directa, cuando evitamos la locura de un roce o el escalofrío de un deseo. Perder lo que el otro nos cuenta, la caricia coqueta o la compasión profunda es perder lo que somos porque también somos todo aquello.

La presencia es más que un acto o una técnica esotérica. Es la única realidad concreta del don de la encarnación y el portal para el buen destino que descifra la inevitabilidad de la poesía que somos. Presencia vestida o desvestida, presencia profunda o enjuta, presencia atenta o mentirosa, toda presencia es la corriente de una existencia sentida y honda porque vuela con el pájaro o vive con el árbol. La presencia es el sonido, las calles, las nubes, el sol o el brillo de una estrella. Es la risa compartida, la emoción contenida y aquél abrazo tan cercano.

La presencia es lo que necesitamos del otro cuando narramos lo que nos acontece y, como un hilo invisible y un calor cierto, es la transformación y el regalo que nos hace la inmortalidad. Nunca inútil y mucho menos inocua, la presencia es todo lo que nos pasa cuando estamos por ahí.

otro.itinerario@gmail.com

sábado, 25 de febrero de 2012

Justicia en su caso


Editorial
El Espectador
12 de febrero de 2012


El 25 de mayo del 2000, la entonces periodista de este diario, Jineth Bedoya, acudió a la cárcel La Modelo de Bogotá con el fin de hacer una entrevista a algunos jefes paramilitares

Bedoya había recibido amenazas por cuenta de sus punzantes notas sobre las ilegalidades constantes al interior de los centros de reclusión del país. Una en especial, la que narraba una masacre en que los paramilitares tuvieron un rol activo, ocurrida el 27 de abril de ese año y que dejó 25 personas muertas y 18 heridas, fue la mecha que propulsó la cadena de mensajes desafiantes hacia ella. Para aclarar la situación, con una previa consulta a las autoridades, Bedoya decidió acudir ese día a la entrevista. Fue allí, esperando a que se tramitara su solicitud de ingreso, cuando la secuestraron y la sometieron a diez horas de tratos crueles y degradantes, para abandonarla luego en un despoblado en la vía de Villavicencio a Puerto López.

Son tragedias que llevamos para toda la vida y que lamentablemente nos las tenemos que tragar, porque no hay nadie ni hay un organismo que nos respalde ni nos ayude para poder salir adelante”, dice Bedoya, en un video que circula en la red, sobre su dramático caso, refiriéndose, por supuesto, a la inoperancia de la justicia en Colombia para casos como éste. Once años —de lentitud en la investigación y en la búsqueda de la verdad— pasaron impunemente para que por fin la autoridad competente empezara a aclarar la situación. En 2010 se dieron los primeros avances: la agencia de cooperación británica Oxfam entró a apoyar los reclamos de Bedoya y la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) llevó el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

El puntillazo más fuerte lo dio Viviane Morales, fiscal general de la Nación, quien desde que asumió su cargo decidió impulsar al caso de Bedoya. Primero a través de Justicia y Paz y luego por cuenta de la Unidad de Derechos Humanos. Los engranajes empezaron a andar: en el marco de esta investigación, Alejandro Cárdenas Orozco, alias J.J. —paramilitar de vieja escuela—, confesó haber participado en el secuestro y decidió someterse a la figura de la sentencia anticipada. De paso, fueron vinculados al proceso Emiro Pereira Rivera y Mario Jaimes Mejía, este último encargado de tramitar la falsa entrevista para proceder al secuestro, la tortura y el abuso sexual de los que fue víctima la periodista.

En El Espectador lamentamos estos hechos: no sólo por la terrible situación que tuvo que vivir Bedoya durante esas diez horas de tratos crueles (y los siguientes once años de impunidad), sino también por las amenazas que se vinieron contra el periódico, así como la posterior salida del país por parte de dos colegas. No podemos hacer otra cosa que aplaudir la valentía de Jineth Bedoya, quien persistió en su caso una y otra vez, sin miramientos, para que la verdad se esclareciera. Quisiéramos también pedirle a la justicia y a los organismos de investigación algo más (no muy descabellado): que se aclare la totalidad de los hechos.

La oscuridad que cubre los sucesos nefastos de este país es un cáncer que nos invade a diario. Y esa pasividad e ignorancia hacia las heridas que tenemos no sirve. Nos preguntamos, entonces, qué ocurrió ese 25 de mayo: ¿quiénes más están detrás de los hechos? ¿Cómo es posible que a las puertas de una cárcel —responsabilidad del Inpec, una entidad estatal— secuestren a alguien y lo torturen? Ya que se abrió la brecha —tarde, sí—, sólo pedimos que se llegue hasta el fondo. Y que, al menos, pueda cumplirse ese dicho que cuesta tanto: la justicia cojea, pero llega.

jueves, 23 de febrero de 2012

sobre el servicio desinteresado en la revolución personal


por:Dhyanamurti
El Espectador


“Oh Tabernero, el vino embriagante que serviste ha rebosado la copa de mi corazón, y ahora estoy enamorado de toda la humanidad(Sant Darshan Singh Ji Maharaj).

“No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás” (Leon Tolstoi.)

El servicio desinteresado a la humanidad es el secreto para vivir una vida plena, autentica, objetiva, el servicio desinteresado es contrario al egoísmo. Es un deber para La Revolución Personal, y es sabido que si cumplimos nuestros deberes, nuestros haberes llegaran sin pedirlos, sin esperarlos. Entre más energía pongamos en servir a los demás, más fluirá la energía divina en nosotros, el servicio desinteresado purifica nuestra alma y nuestro corazón. Los egos en la forma de egoísmo, celos y superioridad se diluyen, mientras que la humildad, el amor, la compasión, la tolerancia, y la misericordia se fortalecen y crecen como la espuma. Se amplía la perspectiva y la razón de vivir, se vive la unidad, nos volvemos amplios y generosos desarrollando un corazón grande y un alma noble. Obtenemos el conocimiento del Ser, de nosotros mismos, de nuestro “si mismo”, entendemos la unidad del Todo y la alegría y la felicidad nos embargan sin límites.

El servicio desinteresado es un paso importante en el camino de La Revolución Personal, nos acerca a la toma de consciencia, limpia y purifica nuestra mente llenándonos de virtudes y valores positivos. Nosotros hacemos parte del mundo, usted y yo, cómo no vamos a amarlo si al mundo pertenecemos? Amemos, sirvamos, seamos amables con todo el mundo. Volviéndonos sirvientes de la humanidad lograremos alcanzar nuestra realización.

No esperemos que los demás obren igual que nosotros, recordemos que nosotros ni nadie es perfecto, seamos tolerantes, comprensivos, caritativos y bondadosos. La mayoría de las personas hace lo que mejor puede, hagamos también nuestro mejor esfuerzo. Ayudemos a los demás. Utilicemos nuestra energía, nuestros conocimientos, nuestros bienes, nuestra educación, nuestras riquezas, nuestro intelecto, nuestras fortalezas y todo cuanto poseemos para mejorar a quienes lo necesiten y lo deseen.

Ningún ser humano es inferior o superior a otro, La Revolución Personal piensa que todos los seres humanos somos iguales, sentimos y hacemos cosas similares, nuestros organismos cumplen exactamente las mismas funciones. Otra cosa es que algunas personas desarrollan mas o menos sus aptitudes, pero en sí, somos iguales y como tales nos debemos respeto y consideraciones. Quien comprende lo anterior ha entendido el sentido de la vida y sabrá que es muy importante cualquier trabajo ya sea de jefe o de subalterno; lo esencial es hacer el trabajo que nos haya correspondido en forma diligente haciéndolo de la mejor manera que podamos, de tal forma que beneficie muchas más personas. No perdamos ninguna oportunidad de servir y ayudar a todo el que podamos. Pero no esperemos que cuando sirvamos o ayudemos, se nos reconozca por hacerlo, ya sabemos que es nuestro deber y hemos aprendido a disfrutarlo. Agradezcamos a la persona que nos permite servirle, gracias a ella nos llenamos de bienaventuranza.

No hagamos un acto mecánico del servicio desinteresado a la humanidad, hagámoslo como un acto devocional consciente. El servicio a la humanidad es la mejor forma de acercarnos a Dios. Nosotros solo somos instrumentos, no hacemos todo de tal forma que debemos actuar solo como administradores no como propietarios. Entreguémonos en cuerpo, mente y alma al servicio desinteresado, no nos preocupemos por el resultado, no idealicemos el éxito ni el fracaso.

Realmente es bastante difícil hacer servicio desinteresado, casi siempre nos servimos a nosotros mismos, o lo hacemos solo para lograr nuestra pureza, inclusive, ni siquiera debemos pensar en hacer las cosas “para que Dios este contento”. Es sencillo solo debemos pensar en servir al pobre, al enfermo, al deprimido, al ciego, al afligido y al que sufre; amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos, como también a los animales. Pero también debemos servir a los ricos y a los poderosos, así toda sensación de superioridad es eliminada. El servicio desinteresado a la humanidad es para la paz no para la confrontación, es el significado de la vida, mientras más energía pongamos en servir a otros más fluirá la energía universal hacia nosotros, no hablemos demasiado de lo que hacemos en el servicio desinteresado, limitémonos a hacer, vivamos para los demás, así conseguiremos el estado de bienaventuranza.

Sirvamos, amemos, abracemos, seamos amables, abramos nuestro corazón, convirtiéndonos en un sirviente de la humanidad. Busquemos los humildes, desconsolados, afligidos y alegrémosles y llevémosles consuelo sirviéndolos sin escatimar. Sirvamos a nuestros padres, nuestros mayores, nuestros maestros y a nuestros huéspedes. Eliminemos la miseria y el sufrimiento, sirviendo, sirviendo y sirviendo. Vayamos a un hospital, visitemos los enfermos, sentémonos a su lado, sonriámosles, digámosles palabras de consuelo, iluminemos su camino. Nos liberaremos de la vanidad y el egoísmo, ayudemos sin quejarnos, sin sufrir, aceptemos los insultos cuando alguien los profiera en nuestra contra, elevémonos por encima de ellos, mantengamos la mente fría y equilibrada, compartamos lo que tenemos. Olvidemos nuestro propio nombre, nuestras propias obras. Pensemos en la humanidad como una sola unidad. Vivamos para el servicio desinteresado a los demás.

No perdamos ninguna oportunidad de servir. Hagámoslo con alegría, de buena gana. Nunca creemos discordia, siempre armonía y paz. No hablemos de lo que hacemos por los demás, limitémonos a hacer. Seamos conscientes de eliminar el ego con nuestro servicio desinteresado, concentrémonos para hacer nuestro trabajo, seamos constantes, descansemos pero no nos quedemos quietos en exceso.

Puede parecer extraño y quizás muchos de los lectores no puedan soportar el hecho de que agradezcamos a quien servimos, pero es un privilegio para nosotros el que haya personas que nos permitan nuestro crecimiento, agradezcamos el que los demás confíen en nosotros para hacer algo por ellos. Usted puede intentarlo, la próxima vez que surja una oportunidad de hacer desinteresadamente algo por alguien y muy especialmente si son trabajos de los que llamamos humildes, por ejemplo limpiar, ordenar, etc. Hagámoslo disfrutando y agradeciendo el servicio que prestamos, esto es algo muy gratificante.

El servicio desinteresado a los demás es liberador y nos perfecciona, además atraemos personas de buena voluntad las cuales estarán dispuestas a ayudarnos en el momento que lo necesitemos. Cuando liberamos nuestro egoísmo del sufrimiento y realizamos actos por los demás por el solo placer de hacerlo, alcanzamos la serenidad y una alegría profunda. Cuando lo hacemos de esta forma no sufrimos en caso de no obtener lo que esperábamos.

martes, 21 de febrero de 2012

evolución de la obra para el beneficiadero del café



Desde el día 23 de enero, cuando hicimos una entrada en el blog sobre el material adquirido para la obra del beneficiadero, no habíamos dicho nada más... Pues bien, aquí una muestra de cómo ha ido avanzando la construcción, desde la limpieza del terreno hasta la enmaderada del techo...

lunes, 20 de febrero de 2012

Los tiempos están cambiando





por Héctor Abad Faciolince
El Espectador
19 de febrero de 2012

La película tiene el color de mi infancia: los años 60.

La reconstrucción es perfecta: la ropa, los muebles, las calles, los carros, el corte de pelo y, sobre todo, el quiebre en las costumbres cotidianas, el progreso moral que se dio en esa década. The Help (Historias cruzadas, aunque debería llamarse Servicio doméstico o Criadas y Señoras), como en su momento La cabaña del tío Tom, señalan un cambio de época. En ambos casos las tintas se recargan un poco, la realidad maniquea de blancos y negros tiene algo esquemático y sentimental, pero es precisamente eso lo que permite que todos entendamos claramente el problema. Exagerar, muchas veces, es la mejor forma de hacerse entender.

Trato de explicarme: la novela de Harriet Beecher Stowe (publicada en 1852) sirvió para que el gran público norteamericano entendiera por qué era urgente abolir la esclavitud y por qué había una ética superior en los abolicionistas que en los partidarios de mantener el esclavismo. Cuando Lincoln, durante la Guerra Civil, conoció a Stowe, dice la leyenda que exclamó: “¡Conque usted es la mujercita que inspiró esta gran guerra!”. Y es que las novelas son más importantes de lo que los críticos piensan: las novelas consiguen desarrollar la imaginación moral de las personas; hacen que los lectores se salgan de sí mismos y vean la realidad desde el punto de vista del otro.

Las buenas películas consiguen lo mismo y The Help nos sitúa en un momento en que se dan pasos que parecen pequeños, pero que son gigantescos en el camino de la civilización. Cuando hablan del siglo XX, los intelectuales —con sus eternos lentes de color macabro para ver el 900— suelen fijar su atención en la primera mitad: Hitler, Mussolini, Stalin, las dos grandes guerras, Hiroshima y Nagasaki: una carnicería tras otra. Se les olvida señalar que todos aquellos dictadores fueron derrotados y que las bombas nucleares nunca se han repetido. No sólo la segunda mitad del siglo XX, hasta hoy, es la más Larga Paz de la historia moderna (entre los países ricos), sino que ha sido el escenario de una revolución extraordinaria: la de los derechos civiles, la revolución humanitaria.

En un momento clave de la película se oye una canción, la canción que para muchos fue el himno del movimiento por los derechos civiles (por la liberación de la mujer y la libertad de los gays, contra la segregación de los negros y el maltrato infantil): “The Times They Are A-Changin’,” de Bob Dylan. La canción le avisa a todo el mundo (congresistas, políticos, escritores, padres de familia) que los tiempos están cambiando y que los perdedores van a empezar a ganar.

Lo que en The Help es historia pasada de los años 60 estadounidenses, en Colombia es presente. El problema ético del servicio doméstico ha sido siempre un tormento en mi cabeza. He escrito mucho sobre “las muchachas del servicio”, como se les dice aquí, y ellas están tan presentes en mi imaginación y en mis libros como mis hermanas. El buen trato, el salario decente, las prestaciones sociales legales, el horario adecuado, los descansos, no atenúan la culpa. Viven en nuestras casas, en familia, pero no son de la familia, y obedecen; hay una relación subordinada. Y algo más grave: quizás echarlas, prescindir de ellas, sea incluso más infame que contratarlas, al menos aquí, hoy. Ver esta película nos refresca esa culpa y aviva el dilema moral.

Cuentan que cuando Uribe visitó a ese extraño presidente de Estados Unidos que fue Jimmy Carter, dos cosas lo sorprendieron: que le pidiera que no aspirara por segunda vez a la reelección y que él mismo le hiciera y le sirviera el café en la cocina, pues no tenía empleada del servicio. Esa visión desapegada del poder (y del servicio) indica que de nuevo “los tiempos están cambiando”. Nosotros, como siempre, vamos detrás. Yo, por lo pronto, he invitado a Rosa, la muchacha que viene a mi casa tres veces por semana, para que vaya a ver la película con una amiga.


domingo, 19 de febrero de 2012

El río de Antonio Dorado





Por Alfredo Molano Bravo
El Espectador
19 de febrero de 2012


Se estrenó esta semana ‘Apaporis’, documental de Antonio Dorado sobre uno de los ríos más fascinantes y desconocidos del país. Nace en los humedales situados entre la serranía de la Macarena y las sabanas del Yarí.

Corre transversalmente, rompe con su fuerza los tepuyes de Chiribiquete para unirse con el río Caquetá y desembocar juntos en el Amazonas. Son aguas que saltan de raudal en raudal y que forman uno admirable, el Jirijirimo, donde el río cae en cascada unos 50 metros, formando nubes de lluvia y arco iris. Los accidentes de su curso han dificultado la explotación económica, pero no la “evangelización de naturales”. El saqueo del caucho y del chicle durante la Segunda Guerra Mundial dejó, paradójicamente, una ganancia: las detalladas investigaciones de Richard Evans Schultes (1915-2001) sobre etnobotánica, que mostraron la trascendental importancia que para la humanidad tiene la sabiduría indígena de las comunidades amazónicas. Apoyado en ese espíritu, Wade Davis revive en el libro El río la aventura científica de quien fue su maestro, que Antonio Dorado capta magistralmente en el documental. Evans hizo un inventario de las manchas de árboles de caucho para el Departamento de Estado, pero se apasionó por la selva y por los pueblos que la habitaban, conocían y gozaban. Dejó, además de textos científicos y diarios, una colección de fotografías verdaderamente artísticas. Davis escribió el libro sobre esa aventura en el Apaporis, y Dorado una película sobre El río para contar la historia del saqueo de la selva por los comerciantes y de la destrucción de conocimientos indígenas por parte de las Iglesias. Dorado no hace sus denuncias en tiempo pasado, sino en presente y en futuro. No se trata sólo del caucho, de la madera, del curare, sino también de la coca, del oro, del coltán, del robo de la sabiduría de los chamanes por parte de las firmas farmacéuticas y, sobre todo, de la destrucción sistemática de la selva. Las imágenes de Dorado son admirables y aterradoras: la motosierra aserrando bosques y amenazando comunidades, el Estado fumigando, la guerrilla atacando, y el país impávido. Y al tiempo, nos pasea por la chagra donde los indígenas cultivan la coca, la yuca amarga, la pipuña —chontaduro—; nos lleva de cacería al monte donde preparan el curare, cazan el mico, buscan la apreciada larva de mojojoy, y nos pasea por la maloca donde crían a sus hijos, aman a sus nietos, celebran sus danzas, preparan el mambe, interrogan el firmamento y miden el tiempo. Apaporis nos pone frente al inminente arrasamiento de culturas que conocen el secreto de la conservación de la selva amazónica, el uso de propiedades botánicas de muchas plantas desconocidas por nuestra brutal civilización y la desaparición de sus lenguas, ritos e interpretaciones del infinito. ¡Pavorosa realidad! ¿Cómo puede ser posible que asistamos a un holocausto cultural —tan de moda por la globalización— para que unos pocos y poderosos capitales se lucren con la explotación del Apaporis y en general de la Amazonia? ¿Cómo una sabiduría que ha logrado vivir de la selva amazónica sin destruirla puede ser inferior al atesoramiento de recursos minerales en manos de unos pocos inversionistas? Porque hoy ya no se habla en abstracto: la Cosigo Resources, una empresa aurífera canadiense, está detrás del oro —o de lo que encuentre— en la región, que por lo demás no es sólo un resguardo indígena, sino un parque nacional.

La Corte Constitucional está en mora de fallar una tutela interpuesta desde hace varios años por los indígenas, que busca impedir que sean aceptadas las 23 solicitudes de títulos mineros que cursan ante el Ministerio de Minas para entrar a saco en la tierra de la anaconda y el jaguar. La última secuencia de la maravillosa obra de Dorado muestra un indígena que ha cazado una paloma con un dardo untado de curare disparado con cerbatana. En sus manos, rezándola y soplándola, la saca de la muerte. El cazador-curandero sonríe levemente a medida que el pájaro revive, como si la sonrisa no fuera expresión de su dicha, sino el medio para devolver la vida, obra milagrosa de un “dios vivo”. Si con Apaporis el país volteara la cara un instante a mirar la selva, Antonio habría cumplido su objetivo, que tanto trabajo y sacrificio le ha costado.

viernes, 17 de febrero de 2012

opinión y réplica


Los ateos según Alfonso Llano
Juan Gabriel Vásquez
El Espectador

9 de febrero de 2012

Lo que resulta más molesto de la última columna de Alfonso Llano no es el insulto barato —dos veces llama tontos a los que no comparten su fe religiosa—, ni tampoco la total ausencia de lógica discursiva, sino el paternalismo y la condescendencia.

Explica Llano que escribe su columna “para consuelo de algunos ateos”, y lo hace con la misma actitud y la misma retórica de todos los creyentes que viven convencidos de que quien vive fuera de su religión es menos feliz o sufre incluso de algún defecto moral. A mí, como a todos los ateos, me han llamado arrogante más de una vez: ¿cómo me atrevo a sostener, desde mi pequeña humanidad, que Dios no existe? Pero la arrogancia consiste más bien en tener convicciones que no admiten la más mínima duda y considerar ofensivo que se les pidan pruebas; la arrogancia es imponer esas convicciones a los demás o considerar que los demás están necesitados de consuelo por el hecho de no tenerlas.

Es lo que acaba de hacer —una vez más— Alfonso Llano. Ha traído a los testigos que los proselitistas religiosos siempre han usado: Albert Einstein y Bertrand Russell. Los proselitistas creen que invocar al hombre de ciencia más notable del siglo XX es el mejor de los argumentos contra el ateísmo; y ahí está Llano citando una frase perdida en que Einstein “intuye la existencia de Dios”. En ninguna parte de la frase, por supuesto, hay una declaración sobre las convicciones religiosas de Einstein; sí la hay, en cambio, en otras citas menos ambiguas y más literales. Por ejemplo: “Nunca he creído en un Dios personal y nunca lo he negado”. Por ejemplo: “La idea de un Dios personal me resulta bastante ajena e incluso me parece ingenua”. Bertrand Russell, a quien Llano llama tonto a pesar de no haber copiado bien su apellido, es el enemigo favorito, y así aparece en su columna. Russell, por supuesto, fue quien llevó más lejos la idea de que la inexistencia de Dios no se puede probar, sino que la carga de la prueba corresponde a quienes sostienen su existencia. Un tipo peligroso.

A los ateos les dice Llano: “están en todo su derecho, pero piénsenlo bien: no sean suicidas”. La presunción de que está destruyendo su vida quien no cree en algo de lo que no hay prueba es, cuando menos, curiosa; pero es también deshonesta, porque finge que la moralidad sólo existe desde que existe la religión; finge, por lo tanto, ignorar —o es que realmente ignora— que en el discurso moral del cristianismo no hay nada de importancia que no estuviera ya en Platón o en Aristóteles. Y sin embargo los proselitistas como Llano se permiten decirles a los ateos que su vida es moralmente inferior. Pero no sé de qué me sorprendo, si hace sólo dos años el líder de esta misma iglesia se atrevió, en un ataque de profunda ceguera moral, a equiparar a los ateos con los nazis. El Vaticano le restó importancia al asunto: las palabras del Papa no habían tenido mala intención, dijeron, pues él “sabía bastante bien lo que es la ideología nazi”. Y eso es cierto, claro: uno no pasa por las Juventudes Hitlerianas sin aprender algo.

Para tomar prestado el argumento invencible de Richard Dawkins, le recordaré a Alfonso Llano que él no cree en Zeus ni en Thor ni en Júpiter ni en Bachué. En otras palabras, también él es ateo. Yo simplemente le gano por un dios.

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¿Dueños de la moral?
Juan Gabiel Vásquez
El Espectador
16 de febrero de 2012

A grandes rasgos, las críticas que provocó mi última columna se dividieron en dos: las que la consideraron inútil y las que la consideraron censurable.

Las últimas no me sorprendieron mucho, porque nuestro mundo lleva ya varios siglos instalado en esa idea: cuestionar la religión, cualquiera que sea, es algo que simplemente no se hace, y hacerlo es visto como un crimen (en el peor de los casos) o una lamentable descortesía (en el mejor). Me sorprendió, en cambio, la reacción de quienes consideraron que toda esta discusión sobre Dios y la fe es inútil. Declaro no entenderlo: desde el punto de vista de la mera inquietud intelectual, la existencia o inexistencia de Dios me parece un asunto urgente. Si Dios existiera, ¿qué tipo de criatura sería? ¿Cómo funcionarían sus atributos? ¿Y por qué no deberíamos hacer estas preguntas?

Pero hubo una reacción minoritaria: la de quienes me pidieron pruebas. “Para usted, la moral cristiana estaba ya en Platón o en Aristóteles”, me dijo alguien por correo electrónico. “¿Me puede decir en qué se basa?”. El asunto me fascina, porque uno de los rasgos más irritantes del proselitismo religioso es esa convicción de que una vida moral, una comprensión sofisticada del bien y del mal, es imposible fuera de la religión. Eso, como entenderá cualquiera, quiere decir: fuera de la Biblia. Benedicto XVI dijo en enero —éste es un ejemplo entre miles— que la paz y la justicia sólo son posibles dentro de la moral objetiva de los Diez Mandamientos. Y eso es lo que me parece abiertamente incorrecto: pues ni los preceptos morales del famoso decálogo, en todo lo que tenía de humano, ni los pecados capitales, desde los salomónicos del Libro de Proverbios hasta los que estableció el papa Gregorio I, dicen nada que no se hubiera discutido —de manera más rica y con menos dogmatismo— en los libros IV, V y VII de la Ética Nicomáquea.

El espacio de una columna no es suficiente para mostrar más que unos atisbos de lo que digo, pero dense ustedes una pasada por el libro IV: allí habla Aristóteles de lo que él llama las “virtudes éticas”, y nadie puede leer lo que se dice sobre la liberalidad sin pensar en su contrario, la avaricia, o en la virtud de la caridad, que nos venden como exclusivamente cristiana. Nadie lee lo que se dice sobre la vanidad sin pensar en la Epístola a los Gálatas; o lo que se dice sobre la altanería sin pensar en el orgullo según el rey Salomón. De hecho, mi edición de la Ética —a cargo de alguien que conoce la Biblia infinitamente más que yo— recuerda que ciertos pasajes del Evangelio según San Lucas ponen en escena, por medio de relatos y parábolas, lo mismo que Aristóteles discute con lenguaje filosófico.

De manera que no: no es cierto que nuestro sentido moral nazca con la Biblia (ese libro maravilloso que todo el mundo debería conocer, aunque sólo fuera para entender a Shakespeare y a Faulkner y a Miguel Ángel y a Bach); ni es cierto que una religión, cualquiera que sea, tenga el monopolio sobre la moral; ni debería parecernos normal que sea de ellas, las religiones, el poder de definir o juzgar lo que está mal y lo que está bien. Pues una mirada a la historia basta para darnos cuenta de que, a la hora de las definiciones y los juicios, no han estado demasiado lúcidas.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Problemas colombianos


Hector Abad Gómez - Tomado del periódico Alma Mater, Universidad de Antioquia.

En Colombia no aprendemos a pensar. Sólo nos enseñan a obedecer, a aceptar lo que “los superiores” digan. En la casa, el papá es el que manda y todo lo que él dice es la verdad y la ley. En la escuela, la maestra y el maestro dan sus clases y hay que aceptar todo lo que digan. En el Colegio Secundario el Director es la Suprema Autoridad. En la Universidad, los viejos profesores saben todas las respuestas a cualquier problema. ¿Para qué preocuparnos, pues, por pensar por nosotros mismos? El mejor hijo es el que obedece todo; el mejor alumno es el que lo acepta todo; el mejor ciudadano es el que por nada protesta y hace todo lo que le diga el Gobierno civil, militar o eclesiástico.

El manifestar inconformidad es peligroso. No sabemos qué dirán los demás; a dónde llevarán su acusación; qué consecuencias puede tener nuestra inconformidad. ¿Cómo, entonces, se nos puede pedir a los colombianos que seamos demócratas? En Estados unidos se dice que “la democracia comienza en casa”. También el mal Gobierno comienza en casa. En nuestros hogares no se estimula la libre discusión de los problemas familiares. El padre es un dictador, cuya opinión omnipotente no puede ser discutida por nadie. La madre enseña a los hijos a obedecer, por la paz del hogar. Y la historia se repite en todos los círculos y en todas las capas sociales. Si el periódico dice una cosa, tiene que ser la verdad. Calibán nunca se equivoca para los que lo leen. Los que creen que siempre se equivoca, nunca lo leen.

Los liberales leen solamente periódicos liberales; los conservadores leen solamente periódicos conservadores. Los médicos no se sienten a gusto sino entre médicos; los abogados entre abogados; los ricos entre ricos; los pobres entre pobres; los literatos entre literatos. Porque tampoco nos enseñan a conocernos, si no a desconfiar los unos de los otros. Las ideas se van así fijando y estereotipando y el necesario cambio no se presenta.

Todos tenemos nuestros prejuicios sobre las diferentes profesiones y actividades. Depende de lo que en la casa nos enseñaron en nuestros primeros años. Para los nacidos en ciertos hogares el sacerdote o el maestro siempre tienen la razón. En los hogares de militares se enseña que la milicia, la disciplina, la bandera, es lo más digno. En los de abogados que la ley es la única guía. En los de los médicos que la ciencia es el único camino. Todo lo demás es sospechoso.

Los rojos son malos y los conservadores buenos. O los godos son malos y los liberales buenos. No hay discusión, ni otra alternativa. A las mentes en formación no se les deja libertad de escoger. Cambiar de idea es un crimen. Advertir que pudiéramos estar equivocados, es una cobardía. Sugerir que papá puede no tener razón es una blasfemia. Estar en desacuerdo con una idea del maestro es indisciplina y así sucesivamente. En este medio, no hay, ni puede haber, libertad de pensamiento. “Librepensador”, que es requisito esencial para la democracia, es una mala palabra; se confunde con masonería, ateísmo, maldad. Las ideas nuevas, originales o distintas son siempre productos infernales y como tales hay que mirarlos con horror o con desprecio y cerrar los ojos, el corazón y la mente, para no dejarse contaminar con ellas. Hay “libros malos”, “ideas malas”, “hombres malos”. Que por definición son aquellos que tienen pensamientos diferentes a los que nosotros creemos son la única verdad.

En todo esto, naturalmente, hay muchos grados. Como en toda sociedad biológica, los temperamentos de todos los individuos no son iguales. Hay una “curva normal” que describe estadísticamente estas naturales variaciones. A un lado de la curva están los espíritus estrictos, exagerados, fanáticos, superconvencidos de que la verdad está en su yo, en su familia, en su círculo, en su religión o en su país; y todo lo demás es error. Al otro lado de la curva están aquellos que creen que nada es verdad. Pero en el medio de ella está una gran mayoría de temperamentos “normales” cuyo modo de obrar o reaccionar estará de acuerdo con la educación o enseñanza que reciben, generalmente influenciada solamente por uno de los dos extremos. En Colombia, y en general en todos los países latinoamericanos con marcada influencia española, la educación es de tipo estricto, autoritario, magistral, que impide todo desarrollo a la facultad de pensar libremente. Esto pudiera explicar nuestros odios, nuestro sectarismo, nuestra ceguera política, nuestra desconfianza del vecino que no pertenece a nuestra misma “clase”, nuestra desconfianza del profesional que no pertenece a nuestra misma profesión. Explica también la desconfianza del pobre por el rico; del rico por el pobre; del religioso por el irreligioso, y viceversa; del médico por el militar, del abogado por el ingeniero. Hay también desconfianza del empleado público por el periodista y del periodista por el empleado público; hay desprecio del ignorante por el sabio y del sabio por el ignorante.

Esta falta de conocimiento entre los colombianos se explica por la fijación de conceptos desde nuestra infancia; por nuestra incapacidad de pensar individualmente por nosotros mismos; por nuestra educación tiránica, dictatorial y autoritaria, en nuestros hogares, en las escuelas, en los colegios, en las universidades y en la vida, la que nos impide acercarnos a “los otros”, sin prejuicios y sin desconfianza. No hay libertad de pensamiento en el individuo, ni hay comunicación entre los diversos grupos de colombianos. Por educación hemos adquirido conceptos fijos e ideas estereotipadas que nos hacen cerrar los ojos y sospechar de todo aquel que no sea de nuestro círculo, de nuestra clase, de nuestra profesión, de nuestras ideas, o de nuestra actividad.

Este es un problema del pueblo colombiano al cual debemos muchos males y cuya solución sólo puede empezar cuando se reconozca y aprecie en toda su extensión y magnitud.



martes, 14 de febrero de 2012

Por San Valentín, regala flores sin espinas


Por: | 13 de febrero de 2012
El País

Esta entrada ha sido escrita por ISABEL ORTIGOSA, Responsable de Incidencia y Comunicación de InspirAction España.

Durante la temporada de San Valentín, 500 millones de flores colombianas se venderán en todo el mundo. Según datos oficiales, en 2010 Colombia exportó 1.100 millones de dólares. Sin embargo, los trabajadores que han preparado estos exquisitos arreglos florales habrán visto una realidad muy distinta a la de la prosperidad, estabilidad y beneficio económico de la que parece hacer gala el sector.

Jornadas interminables, falta de cobertura sanitaria y de desempleo, despidos ilegales, enfermedades profesionales. Esto es lo que se esconde debajo de gran parte de la industria floricultora colombiana. Las mujeres (65% de la mano de obra) trabajan a un ritmo frenético a cambio de un salario muy bajo, en condiciones insalubres. En InspirAction denunciamos que estas empleadas se ven obligadas a realizar muchas horas (en temporada alta, jornadas de hasta 20 horas al día) para ganar lo suficiente como para sobrevivir. La mayoría no goza de baja por enfermedad o por maternidad, pocas están amparadas por alguna cobertura sanitaria o de desempleo y aún menos consiguen ahorrar para el futuro.

Según un estudio de la Corporación Cactus, institución apoyada por InspirAction, en la Sabana de Bogotá son varias las empresas de flores que exigen a sus trabajadoras el certificado de ligadura de trompas. El 82.8% de las empresas piden además prueba de embarazo, atentando contra los derechos laborales de las mujeres, porque se las está discriminando para acceder al empleo, y contra sus derechos sexuales y reproductivos. Más del 34% de las y los operarios están contratados por intermediarios, lo que genera confusión en cuanto a quién es realmente el empleador y por lo tanto, a quién debe reclamarse cuando se presentan incumplimientos.

Los trabajadores de flores reciben el salario mínimo mensual vigente en Colombia (286,5 dólares). A pesar de que el sector ha sido constantemente beneficiario de subsidios estatales (al rededor de 120 millones de dólares, entre 2004 y 2008) la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores, Asocolflores, reportó que en el año 2010 se recortaron 12.000 empleos en el sector. Sin embargo, la producción no ha bajado, debido a la imposición de topes de rendimiento inhumanos, tras la reducción de personal, que han provocado un aumento de las enfermedades profesionales. El crecimiento de la productividad por cada trabajador ha aumentado 36% en los últimos años, lo que corresponde en cierta medida a los puestos de trabajo que el gremio ha eliminado paulatinamente. Se calcula en los últimos años la oferta de empleo en el sector ha disminuido en un 20%.

La supuesta crisis del sector ha sido el argumento, o el pretexto, para justificar una mayor degradación de las condiciones laborales, desconocer derechos mínimos fundamentales en el trabajo, la no entrega de dotaciones (vestido y calzado de labor), la supresión de prestaciones, y los despidos colectivos realizados de manera ilegal. En muchas ocasiones se ha encontrado que lo empresarios ni siquiera han pagado las cotizaciones al sistema de seguridad social en salud y pensiones de sus trabajadores.

Nos unimos a las demandas de diversas las organizaciones sociales y sindicales del sector floricultor colombiano para la celebración del Día Internacional de las Trabajadoras y Trabajadores de las Flores. Ésta sería una manera de reconocer el valioso aporte que hacen a la economía de sus países y de poner en primer plano sus reivindicaciones laborales, y su derecho a la contratación directa y a la organización sindical, en un sector que genera en Colombia cien mil empleos directos y ochenta mil indirectos, y que vive un proceso acelerado de precarización.

Este San Valentín, yo pensaré en ellas antes de comprar flores. En Graciela, en Herminia, en Alba. ¿Y tú?

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PD: No tienen desperdicio las opiniones de los lectores, creo que también vale la pena leerlos.

lunes, 13 de febrero de 2012

Colombia: boceto para un retrato


Por Héctor Abad Faciolince
El Espectador
09 marzo 2009


Una revista mexicana les pidió a varios escritores del mundo que hicieran un breve retrato de su país. Héctor Abad Faciolince hizo uno sobre Colombia.


Colombia me parece un buen resumen del mundo. Una élite prevalentemente blanca en el color de la piel, que constituye un poco menos del 10% de la población total, que vive en los climas más fríos y ocupa las tierras más fértiles, es dueña del 80% de la riqueza general (las minas, la agricultura, el ganado, los bancos, las industrias) y controla el poder político. Otro 40% de la población, un poco más oscura en su aspecto exterior, trabaja duramente, más que para llegar a ser élite, para no caer en la pobreza del otro 50% de la población, que vive en las tierras más cálidas y menos fértiles o en las partes más duras de las ciudades, que es negra, india, mulata o mestiza, y que nunca está del todo segura de poder comer o de tener agua limpia al día siguiente.

El primer mundo desarrollado (espejo de Europa, Estados Unidos y algunas partes del Lejano Oriente) está representado por esa élite de piel clara, que se aprovecha de las materias primas y de la mano de obra barata del resto del país. Viven bien, comen bien, estudian en los mejores centros, tienen excelentes hospitales y se mueren de viejos. La clase media, los pequeños empleados, algunos obreros con buenos contratos, son el espejo de los países emergentes como México o Brasil. El 50% de los pobres que apenas sobreviven, se parecen a África, a las regiones y naciones más pobres de Oriente, y también, por supuesto, a la misma América Latina menos desarrollada. Así es el mundo, y Colombia se parece mucho al mundo, en tamaño pequeño.

Recorrer Colombia es una bonita experiencia sociológica: si uno empieza por el Norte, en el desierto de La Guajira, podrá visitar la mezquita de Maicao, comer quibbes como los del Líbano, ver mujeres de origen árabe con velo musulmán y hasta deleitarse al postre con las waclavas de miel y frutos secos. Si atraviesa las fértiles llanuras de Córdoba, Bolívar y Sucre, encontrará inmensos hatos de ganado Brahman, traído de la India hace más de un siglo, con sus morros henchidos de grasa y carne, y con la parsimonia envidiable de las vacas sagradas. Si se trepa por la cordillera de los Andes encontrará valles alpinos con ganado Holstein o Jersey, como en Suiza, Inglaterra o Canadá, e incluso campesinos de ojos azules que ordeñan las vacas y hacen queso en las montañas de Antioquia. Si se hunde en las selvas del Chocó podrá sentirse en África de repente, con unos negros grandes y dulces que llevan la música por dentro y la pobreza por fuera, aunque con gran dignidad. Si se atreve a internarse en las selvas amazónicas, se sentirá en partes del Brasil, con ríos inmensos y parsimoniosos, árboles innumerables, calor intenso y bichos raros. Si va a los departamentos del Cauca y Nariño, en el sur, podrá figurarse que está en Bolivia o en Perú, con indios que vienen de ramas remotas de la familia quechua, cuyo imperio se extendió hasta allí, pero que hablan lenguas locales que Evo Morales no entendería.

Y en este viaje imaginario encontrará también, por supuesto, aquello que se considera más típicamente colombiano: plátanos y yuca en tierra caliente, cafetales y pájaros en tierra templada, campos petroleros y minas de oro y carbón explotadas en general por inmensas transnacionales europeas o norteamericanas, plantaciones de mata de coca con mafiosos que matan por defender las rutas de su cocaína, guerrilleros salvajes que secuestran y extorsionan, paramilitares sanguinarios como nazis, un Ejército que no pocas veces comete crímenes tan horrendos como los de los grupos ilegales, y un Estado que, según se acerque o se aleje de las grandes capitales, es capaz de controlar o no el territorio de la nación.

¿Qué nos falta en esta rápida descripción geográfica del país? Dos largas costas, la del mar Caribe y la del océano Pacífico, entre delfines y playas coralinas, hasta tibias bahías escogidas por las ballenas que van y vienen de los polos para hacer ahí, en el centro de su recorrido, esos ruidosos y salvajes apareamientos que los humanos llaman el amor. Algún puerto industrial, como Barranquilla, donde judíos y árabes conviven y compiten por el comercio; una ciudad de belleza legendaria, Cartagena de Indias, en donde el centro se parece a Andalucía y la periferia a Bangladesh; y por último el puerto más feo de todo el océano Pacífico, Buenaventura, en donde la ventura está siempre al borde de convertirse en desventura.

Colombia es también, como el mundo, un país de ciudades en el que la mayoría de la gente vive en humeantes conglomerados urbanos acromegálicos y no en el campo. Lo distinto estriba en que, a diferencia de la mayoría de los países de Hispanoamérica, la capital del país, Bogotá, no se roba la casi totalidad de la población urbana, sino que pululan las ciudades con más de un millón de habitantes: Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira, Cartagena, Manizales. Salvo los puertos, la mayoría de estas ciudades (y por ende de la población del país) está en las cordilleras, en altos valles o en altísimos altiplanos. El motivo es muy simple: el clima duro del trópico, la humedad y los insectos de las tierras bajas se soporta mucho mejor en la altitud de las montañas. Por eso tenemos un país muy extenso, pero al mismo tiempo muy densamente poblado en la cordillera y casi desierto en las llanuras y en las selvas.

El 98% de los colombianos hablamos en castellano. Las variedades de nuestro español dependen de si estamos cerca del mar, de cara al mundo, o aislados en las montañas, pero en general podría decirse que, quizá por estar nuestro país a mitad de camino entre el Río Grande del norte y el Río de la Plata, nuestro castellano tiene una cadencia bastante comprensible para casi todos los que viven en el ámbito de la lengua. A esta aparente neutralidad de nuestra variedad lingüística se debe tal vez ese lugar común que dice que hablamos el español más hermoso y correcto de América.

La política nos apasiona, como a los ciudadanos de cualquier parte del mundo, y también tenemos la ilusión de que la vida depende del cambio ritual de los gobernantes. Desde hace más de seis años nos gobierna un terrateniente antioqueño de baja estatura, ojos claros y buenos modales (aunque los pierde con facilidad cuando se enoja, y se enoja mucho). Un requisito tácito para pertenecer a su gabinete es haber padecido secuestros o asesinatos a manos de la guerrilla. Muchos de sus ministros han tenido esa trágica experiencia, en la propia piel o en la de familiares y amigos muy cercanos. Eso los hace odiar, con razón, a las Farc, empezando por el primer mandatario, cuyo padre fue asesinado por esta banda de narcotraficantes que se hace pasar por guerrilla revolucionaria. Bueno, es ambas cosas, una guerrilla degradada a mafia que no deja por eso de ser a ratos una guerrilla con ideales rebasados por la historia. Uribe fue elegido por la mayoría de los colombianos para derrotar a ese grupo, las Farc, del cual el 95% de la población estaba harto. Lo ha logrado en parte, pero a costa de perdonar demasiado a los paramilitares y a costa de gastarse la mejor tajada del presupuesto en fortalecer al Ejército.

Casi nadie, ni yo mismo, se opone a que derrote a la guerrilla. El problema es que al hacerlo se descuida lo más grave para nuestro desarrollo: la desigualdad y la miseria. Del 50% de la población pobre, de su condición inhumana, sale cada año apenas un porcentaje ínfimo, aunque constante. El agua sigue siendo impotable incluso en algunas de las regiones más lluviosas del mundo. No tenemos ni una sola autopista en todo el país. La educación pública es de muy mala calidad y no es universal. La gente desplazada del campo por la guerra se hacina en las ciudades en condiciones de vivienda y de vida intolerables. El Presidente reza rosarios en público y no está muy interesado en el control de los nacimientos. Pero aquello para lo que fue elegido, aquello que prometió —derrotar a las Farc—, lo está cumpliendo, y por eso la mayor parte de la población lo apoya todavía con un fervor religioso.

Escribimos libros, hacemos unas cuantas películas al año, ganamos una o dos medallas de bronce en los Juegos Olímpicos, somos buenos escaladores en ciclismo y tenemos una selección de fútbol que teme mucho hacer goles. Tenemos dos o tres cantantes populares que el mundo adora, aunque a mí no me entusiasmen. Nuestros tres escritores más grandes, en todos los sentidos de la palabra grande, viven en México (García Márquez, Mutis y Fernando Vallejo), como si el aire impuro del D.F. fuera fecundo para su prosa. Tenemos unos cuantos museos no muy buenos, pero de vez en cuando surgen grandes talentos aislados en la ciencia o en el arte. Somos unos 44 millones los que seguimos viviendo aquí, y otros 4 viven repartidos por el mundo, sobre todo en Venezuela, Europa y Estados Unidos. El país es muy verde y su naturaleza no es nada pobre. Medellín, la ciudad en la que vivo, no es la peor de América Latina ni tampoco la más violenta, por mucho que en años anteriores haya sido la capital mundial de la mafia. Pasamos de 6.500 asesinatos al año a 650, y por eso nuestra tasa de homicidios es inferior a la de Caracas, a la de México e incluso a la de Washington.

No somos ni el infierno ni el paraíso. Somos un purgatorio que intenta arrancar almas de la perdición y aspira a seguir, aunque muy despacio, a un paso desesperantemente lento, el camino del progreso que otros llaman cielo.


sábado, 11 de febrero de 2012

misticismo musical




Kayhan Kalhor & Shujaat Husain Kahn and Swapan Chaudhuri
(live) Ghazal the Rain - Eternity

El conjunto musical se llama Ghazal. Este trata de la unión de 3 músicos de diferentes orígenes que cada uno es un maestro en el estilo musical que toca.

Por un lado tenemos a Kayhan Kalhor. Este músico nacido en Kermanshah, Iran, se especializa en la música tradicional Persa, la cual tiene sus orígenes hace centenas de años en el antiguo Imperio Persa. Su instrumento es el kamancheh, un instrumento de cuerdas que se toca con arco. Su sonido es parecido al del violín, ya que comparte su ancestro con el mismo. Sin embargo, al no ser tan agudo, chillante y limpio, a veces se puede parecer al violoncello. Este músico, además de este conjunto, forma parte de Masters of Persian Music, un conjunto que, como dice su nombre, se dedica a tocar música tradicional Persa.

Luego tenemos a Shujaat Khan. Este músico de India se destaca por su uso tan original e increíble del sitar, el instrumento más popular del país. Este instrumento es de cuerda también. Las cuerdas pasan por debajo de los trastes, a diferencia de la guitarra que pasan por encima. Además de las cuerdas que se pueden tocar con los dedos, tiene varias cuerdas de “simpatía”, las cuales vibran cuando se toca con las cuerdas tocables la misma nota en la que esta afinada alguna de ellas. Si una esta afinada en Re y en una de las tocables se toca Re, esta vibrará. El canto de Khan es muy aclamado también, el cual esta incluído en esta banda. Su discografía es extensa, con más de 60 álbumes.

Finalmente tenemos a Swapan Chaudhuri. También proveniente de India, su instrumento es la Tabla, que, aunque su nombre es singular, es un par de instrumentos de percusión. Este instrumento de percusión es el más popular del país. Su forma (a diferencia de lo que toda persona de lengua española pensaría) es como un tambor pequeño y redondo. Pero a diferencia de la mayoría de instrumentos de percusión que marcan el ritmo, este puede afinarse en notas.

Este álbum nos lleva no solo al mundo de estos músicos, sino a uno nuevo creado por la combinación de la música tradicional Hindú con la Persa. Esto se transforma en un viaje místico; una aventura por paisajes enormes.

Este disco salió en el 2003 a través de la discográfica alemana ECM, y es su 4to disco. Es un disco en vivo que cuenta con 3 canciones:
  1. Fire
  2. Dawn
  3. Eternity
Como en ambos estilos musicales la improvisación es tal vez el elemento más importante, los 3 temas se basan en la improvisación. Y como también es común en ambos estilos, los temas son largos, durando 18:18, 14:58 y 19:50 minutos.

Cada tema tiene en si una temática, o sea, tiene su propio sentimiento. Sin embargo, al ser tan duraderas, cada una nos lleva por varios lugares.

Pero en fin es todo un viaje, una misma historia. La homogeneidad se siente en parte porque todos los temas están hechos en Re. Con esto me refiero que, aunque hay variaciones de escalas a lo largo de los temas, son todas escalas de Re. Y la nota pedal (la nota que da como base a la música) es Re. De esta forma se puede sentir que siempre estamos en la misma historia.

Fire y Dawn están en escalas menores, mientras que Eternity está en escalas mayores.

El disco empieza con Fire. El tema empieza con poco volumen, pero con melodías muy trágicas. En el correr del tema el volumen va aumentando hasta que llega un momento en que explota.

más en: Black Beauty

miércoles, 8 de febrero de 2012

Colombia emerge de la violencia


Carlos Fuentes
8 de Febrero de 2012
El País

Hace un par de décadas, me reuní en Londres con el promotor cultural Peter Florence. Hablamos de la necesidad de un festival que compitiese, al menos regionalmente, con el muy famoso y concurrido de Edimburgo, en Escocia. Pensamos en el país de Gales y su gran tradición. Como los escoceses hablan escocés, los galeses hablan galés y esto los distingue del mundo anglo-londinense. Se creó, pues, el festival en el pequeño poblado de Hay-on-Wye. Su patriarca sería un famoso residente local, Eric Hobsbawm. Su geografía, el paisaje de colinas rodantes y bosques esporádicos.

Hay se expandió de su primera localidad galesa a Belfast, Nairobi, Las Maldives, Kerala, Beirut y, en lengua castellana, a Segovia, Cartagena de Indias y Zacatecas. Patrocinado por la gobernadora Amalia García, el festival se mudó cuando el siguiente gobierno no le dio el mismo apoyo que Amalia. Xalapa, en cambio, recibió a Hay con entusiasmo. Hoy, Hay-Xalapa entra a su segundo año de vida, custodiado por el Rector de la Universidad Veracruzana, Raúl Arias Lovillo y animado por el muy atento y vivaz público de la capital xalapeña.

A la reunión de Cartagena de Indias concurrieron escritores latinoamericanos de la nueva generación. El boliviano Edmundo Paz Soldán, la argentina Claudia Piñeiro, el mexicano Xavier Velasco, la brasileña Nélida Piñón, los peruanos Mario Bellatin y Gustavo Rodríguez, el nicaragüense Sergio Ramírez, los españoles Carmen Posadas y Javier Moreno, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y los colombianos Belisario Betancur, Santiago Gamboa, y Juan Gabriel Vázquez. Amén del nigeriano Ben Okri, el italiano Bruno Arpaia y el norteamericano Jonathan Franzen, cuyo título más reciente, Libertad (Freedom) es una extraordinaria incursión en el mundo moderno de los EE.UU. A los personajes y la trama, Franzen añade, con “libertad”, historia y ética, política y noticia, sicoanálisis y ensayos fuera (sólo en apariencia) del contexto.

Junto con Sergio Ramírez y Javier Moreno, participé en un encuentro en el teatro Adolfo Mejía con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Abierta a un público que llenó el recinto, la conversación fue variada pero se ajustó al enunciado, “ideas para un mundo en transición”. Subrayo que el Presidente Santos se presentó en un escenario público, sin límite de entrada, y lo subrayo porque dudo que muchos jefes de estado latinoamericanos participen de manera tan libre en un evento abierto a todos. Ello sólo subraya la popularidad y respeto que los colombianos otorgan a Santos, rechazado sólo por los extremos de derecha e izquierda.

Es explicable. Santos ha negado a la guerrilla el apoyo de los campesinos a los que ha entregado tierras propias en lo que equivale a una reforma agraria colombiana. La narcoguerrilla ya no es el santo patrono del campesinado. Santos --como Cárdenas en México-- les ha dado la tierra, no los narcotraficantes que así pierden su clientela agraria. A los pueblos de Colombia, Santos ha enviado soldados originarios del lugar, que cuentan con la amistad y hasta el parentesco de los habitantes locales. El presidente ha continuado, en estas condiciones, la lucha contra los narcos de derecha e izquierda, robándoles apoyo e inflingiéndoles las penas previstas por una legalidad en proceso de restauración.

No todo es perfecto. Colombia emerge apenas (a duras penas) de largas décadas de violencia. Santos ha optado por la ley como respuesta, aunque también con la fuerza cuando es (y lo es mucho) necesario. A los gobiernos vecinos, sobre todo a los de Caracas y Quito, Santos les ha tendido la mano, después de años de rechazo y enemistad. Si ellos no la toman, la culpa no será de Santos. Si la toman, el presidente colombiano podrá llevar adelante su proyecto: respetar la ley y contar con la ciudadanía.

En la reunión de Cartagena, Santos se unió, además, al proyecto esbozado por los ex-presidentes Cesar Gaviria, Ernesto Zedillo y Fernando Henrique Cardoso. La legalización (o des-criminalización) de la droga. La política represiva, dijo Santos, es “una bicicleta estática”. Para Colombia, añadió Santos, se trata de un asunto de seguridad nacional “porque el narcotráfico alimenta y financia todos los grupos ilegales”. La política actual ha fracasado. Hay que cambiarla, y sólo se puede cambiar mediante un acuerdo internacional. Santos propone trascender las decisiones nacionales elevando el tema al ámbito global al cual pertenece.

Es notable que un presidente gobernante trate con tanto valor y claridad este tema. Las políticas contra el narcotráfico han dejado miles de muertos (cincuenta mil sólo en México). Han desacreditado a las fuerzas oficiales que ganan una y pierden tres. Han fortalecido a las bandas criminales que al cabo operan con impunidad. Se ha desconocido el destino de las drogas --los EE.UU.-- y no se ha identificado ni a los usuarios ni a los distribuidores en territorio norteamericano.

Además los narcos financian la guerrilla colombiana. De manera que el asunto, ante todo, incumbe al Presidente Santos internamente. En vez de quedarse plantado allí, Santos ha tenido el valor y el buen sentido de elevar el tema a la comunidad y a las organizaciones internacionales. Veremos si, venciendo prejuicios y cegueras, prospera el desafío de Santos.

Carlos Fuentes es escritor


martes, 7 de febrero de 2012

muerte masiva de abejas y colibríes en provincia Comunera


Nancy Gómez Cala
Vanguardia Liberal


En alerta se encuentran los grandes y medianos productores de los apiarios del Socorro y varios municipios de la Provincia, porque cada vez es mayor el número de abejas que aparecen muertas alrededor de los arbustos del denominado ‘balso negro’, planta de nombre científico Ochroma Pyramidale, así como dentro de sus flores.

Así lo denunció el empresario apicultor Daniel Clemente Blanco Osorio, vice presidente de la Asociación de Apicultores del Socorro, Asoapicom, quien informó que “desde hace tres años se viene presentando el fenómeno de la pérdida de las abejas, que van a la flor y no regresan. Antes de eso las cosechas eran buenas, luego de lo cual le echamos la culpa al invierno, pero todo parece indicar que es otra la causa”.

Explicó que evidenció la situación en su finca, donde hay siembras importantes de balso negro, empleado desde hace pocos años ampliamente para dar sombra a los cultivos de café, en reemplazo del guamo y otras especies nativas.

Me puse a observar que estas fincas son orgánicas, pues no hay fumigaciones de ninguna especie y sin embargo las abejas están desapareciendo. Encontraba cantidad de abejas muertas al lado de las colmenas, revisé con detenimiento las flores del árbol balso negro y me di cuenta que ellas se metían pero no salían, entonces fue cuando miré que en el piso había flores que habían caído, llenas de abejas muertas, de todo tipo de polinizadoras, así como avispas”, relató.

Los colibríes son otras víctimas fatales

Indicó que al parecer el grado de toxicidad de la planta es alto y podría representar un peligro para estas especies, así como para los colibríes, que también fueron encontrados sin vida junto a la planta.

Zonas identificadas

Según Asoapicom, el problema fue identificado en las veredas Bosque, Honda, Alto de Chochos, Alto de Reinas y en la vereda Barro Negro del municipio de Palmas del Socorro, así como en la vereda Bosque de Pinchote.

Lo más grave, es que al parecer, productores de la región piensan sembrar alrededor de 500 mil hectáreas de esta especie de planta que parece estar acabando con las abejas de la provincia, así como con los colibríes.

El caso fue puesto en conocimiento de la Corporación Autónoma Regional de Santander y del Comité de Cafeteros, con el fin de evaluar la situación y establecer soluciones a este serio problema ecológico.

el balso morado está acabando con las abejas


Nancy Acuña Rodríguez
Vanguadia Liberal


El Balso Morado está afectando la producción de abejas en todo Santander, de acuerdo a lo expresado por Luis Fernando Wandurraga, apicultor habitante de la vereda El Resumidero.

El problema radica en que dicho árbol produce una flor acampanada a donde llegan las abejas para extraer el néctar pero quedan atrapadas allí.

El árbol por su rápido crecimiento es plantado para dar sombra a los cafetales pero afecta a apicultores.

“Hay plantaciones de unos seis años que en el piso ve uno cualquier cantidad de abeja muerta y entre las flores hemos encontrado abejones, avispas, colibríes”, detalló Wandurraga.

Esta situación ha venido desmejorando la producción de miel desde hace unos cinco años, pues el apicultor afirma que antes sacaba unos 20 kilos o hasta 30 kilos de néctar por colmena pero desde hace dos años sacó 10 y el año pasado 5 kilos.

“Vamos y revisamos y los apiarios se encuentran totalmente acabados, no hay abejas pecoreadoras. Incluso uno alimenta las abejas para mantenerlas y listas para cosecha pero tan pronto deja uno de alimentarlas se caen porque las pecoreadoras salen y no vuelven”, según dijo.

El problema está en todo Santander, pues otros apicultores le han manifestado esa situación en sus zonas, puntualizó.