martes, 19 de marzo de 2013

A propósito de 'Lo que no tiene nombre' de Piedad Bonnett


Narrar el duelo 

Revista Arcadia
Entrevista de Giuseppe Caputo
nº 89 del 15 de febrero al 14 de marzo



Este sufrimiento incesante, que no da frutos, me hace pensar en El mito de Sísifo, el ensayo de Albert Camus, y el planteamiento del suicidio como único problema filosófico que importa. En ese libro, Camus habla del suicidio como obra de arte. ¿Puede hoy, luego de la muerte de Daniel, verlo así?

No. La frase de Camus es demasiado literaria. El suicidio es una decisión dolorosa que nace de no encontrar alternativas. No es un performance, aunque a veces, desde afuera, parezca así.


Ese ensayo también presenta el suicidio como una confesión. Para Camus, matarse significa “confesar que la vida es demasiado para uno o que uno no la entiende”. O confesar que no vale la pena la molestia. A. Álvarez, por su parte, habla del suicidio, también como una confesión, pero específicamente como una confesión de fracaso. ¿Qué opinión le merecen ambas aproximaciones al suicidio?

Como dice Camus, un suicidio es la más desgarradora de las confesiones. Muchas veces, además, una confesión silenciosa: de impotencia, de cansancio, de rendición. En mi concepto, un suicidio es muchas veces una salida honrosa. Puede ser, también, una confesión de fracaso ante una batalla perdida. Pero jamás un fracaso en el sentido convencional en que esta sociedad entiende el término. Se suele esperar que la gente transite por los mismos caminos, y el que no lo hace –o no se casa o no tiene hijos o no va tras una meta profesional o no construye un patrimonio– es, a los ojos de muchos, un fracasado. 


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