jueves, 11 de diciembre de 2008

Yu - Mex


Hace días iba detrás de un artículo que había leído en julio de 2006 en la separata 'Culturas' de el diario catalán La Vanguardia. Y gracias a su hemeroteca finalmente lo encontré. Recuerdo que me había llamado la atención porque habla de una cosa bien curiosa y es que en la antigua Yugoslavia, bajo la dictadura de Tito, este había resuelto el problema del imperialismo cultural mirando hacia México y sus rancheras.


En los años cincuenta, multitud de cantantes yugoslavos se entregaron a la música mexicana concienzudamente vestidos de mariachi. La estirpe de los eslavos charros es una de las subculturas más sorprendentes de la Europa del otro lado del antiguo Telón de Acero.


En 1948, el mariscal Tito, líder de la entonces Yugoslavia, se rebeló ante el agobiante marcaje de la Unión Soviética de Stalin. Durante la guerra mundial no había recurrido al ejército rojo para expulsar las tropas invasoras del eje, y eso le permitió una política má
s independiente de Moscú. Los yugoslavos fueron expulsados de la Internacional Comunista, y la situación provocó un cambio en las relaciones internacionales, pero también creó una necesidad de puertas adentro. Yugoslavia necesitaba desmarcarse culturalmente de los soviéticos, pero no podía recurrir a sus vecinos –lógicamente filocomunistas–, ni a la Europa occidental, bajo protección estadounidense.




Buscar una alternativa no era fácil, pero encontraron una solución que cumplía las características básicas: un país lejano, que no pudiera invadirlos, que no mostrara dependencia de las grandes potencias y que exaltase la moral revolucionaria. Las películas mexicanas evocaban épica y repetidamente una revolución que apelaba a la de los ideólogos socialistas. En particular, tuvo mucho predicamento la película Un día de vida (Emilio Fernández, 1950), un historia de rivalidades entre un oficial y un condenado a muerte durante la revolución, un drama de lágrima tendida que fue proyectado hasta la saciedad.

Acompañando el éxito de la cultura mexicana comenzaron a formarse falsos grupos de Mariachis por todo el país. El escritor Miha Mazzini (Jesenice, Eslovenia, 1961) está obsesionado con esta época. Está preproduciendo una película de ficción, titulada Paloma Negra, y un documental, y ha construido una web (http:// friends.s5.net/mazzini/ovitki/) donde recopila un nutrido muestrario de portadas de disco y canciones en formato digital, desde Ay Chabela, aún hoy un clásico incombustible en los hoteles de la zona, hasta temas compuestos por los locales, como el sorprendente Ja sam pravi meksikanac (Yo soy mexicano de verdad). En su visión de los intérpretes, Mazzini los separa según el vestuario. A un lado pone a quienes actuaban luciendo el traje mexicano, como Ljubomir Mili (y el conjunto Paloma) Y otros como Nikola Karovik o Slavko Perovik que lo hacían sin ir de charros sino que los músicos acompañantes lucían las botonaduras de plata.

Entre las intérpretes femeninas, confiesa una predilección por la voz grave de Nevenka Arsova, pero deja claro que la reina del Yu-Mex era Ana Milosavljevik.

Los discos Yu-Mex son un ejemplo extraño de subcultura importada y un reflejo deformado de lo que en nuestro caso puedan ser los discos de grupos españoles dedicados al rock o al heavy. Escuchar Doce cascabeles traducido al croata produce una sensación similar a la que tiene un angloparlante al escuchar las adaptaciones de Elvis Presley.


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