El País
25 de marzo de 2016
Como aquella pequeña aldea de irreductibles galos
“que resiste todavía y siempre al invasor”, en el árido Nordeste
brasileño, una modesta especie de insectos sobrevive mientras muchas
otras sucumben al calor y a la sequía: las abejas.
Los agricultores de la región perdieron la cuenta de
cuántas reses han muerto en los últimos cinco años por la falta de agua.
Pero las mil colmenas, con entre 60 mil y 120 mil abejas -nativas y
africanas- a cargo de la Asociación de Apicultores de Carnaíba siguen
produciendo.
El Nordeste de Brasil es una región extremadamente sensible al cambio climático,
un fenómeno que tiende a intensificar la sequía y el calor recurrentes
en la zona. Y los insectos polinizadores, a su vez, dan muestra de cómo
está cambiando el clima del planeta.
"Las abejas van a sufrir con las altas temperaturas.
También a causa del calor, las flores en algunas partes del mundo se
están abriendo en diferentes momentos y los insectos no están ahí para
polinizar", explica Nadine Azzu, coordinadora de proyectos de la agencia
de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y coautora de un reciente estudio sobre la importancia de las abejas en el rendimiento de los cultivos.
El informe concluye que es cada vez más importante
encontrar maneras de mantener a las abejas activas todo el año.
Principalmente porque de los 100 cultivos que proporcionan el 90% de los
alimentos en el mundo, 71 son polinizadas por esos insectos, según la
FAO.
Los apicultores de Carnaíba han encontrado su propio
camino. Tratan de preservar y multiplicar las plantas de la región,
enseñar a los demás agricultores a convivir con las abejas y aprender
incluso de los depredadores naturales de los insectos.
"El hombre no crea la abeja, es ella la que crea al
hombre. Nos ayuda a mantenernos incluso cuando morimos, pues nos da la
cera", dice Luiz Alves Siqueira, presidente de la asociación de
apicultores. "Por más crítico que sea el año, jamás dejamos de
producir", añade.
Si no hay suficiente comida, él y sus colegas cuelgan recipientes en los árboles con una mezcla de miel y agua potable.
“Cuando uno se torna apicultor, también se convierte
en ecologista porque necesita mantener el entorno natural y mejorarlo
aún más", dice Luiz.
En Carnaíba, la producción varía cada año – fueron 9
toneladas de miel en 2014, 8,5 toneladas en 2015 -, pero el resultado es
siempre una miel muy sabrosa. Los apicultores también fabrican
productos como propóleos, cera (utilizada en los cosméticos y la
industria automotriz) y una especie de caviar a base de miel y especias.
La calidad de la producción y la organización de los
apicultores llamaron la atención de instituciones como el gobierno de
Pernambuco y el Banco Mundial, que llevan adelante el programa Prorural.
A través de esta iniciativa, que beneficia a 4.000 familias en todo el
estado de Pernambuco, los apicultores pudieron comprar equipos para
modernizar la producción.
Gracias a esto, ya pueden vender miel y sus derivados
dentro del estado y en el resto del país. "Quizá podremos exportar
algún día", pronostica Luiz.
* Mariana Kaipper Ceratti es productora online del Banco Mundial.
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