viernes, 7 de noviembre de 2014

Misión productividad y competitividad


El Espectador
*José Manuel Restrepo Abondano
1 de noviembre de 2014

Café de Colombia.

Se conocieron las primeras conclusiones de la Misión Rural que lideró José Antonio Ocampo, así como la Misión Cafetera que estuvo a cargo de Juan José Echavarría. 
Se conocieron las primeras conclusiones de la Misión Rural que lideró José Antonio Ocampo, así como la Misión Cafetera que estuvo a cargo de Juan José Echavarría.

Ambas abordan uno de los temas más complejos para el desarrollo productivo del país, como es el estado del sector rural y la urgencia de ajustes a un sector productivo que dista mucho del nivel ideal de competitividad.

Lo primero que debemos reconocer es el papel clave que ha jugado en nuestra historia y que debería jugar dicho sector agrícola y particularmente el cafetero en el desarrollo regional, en la generación de empleo y en exitosas historias locales. Aún recordamos de jóvenes las conversaciones con nuestros abuelos cafeteros sobre las dificultades que ellos tenían, o las clases de café en Colegios y Universidades. Era normal por ejemplo en una facultad de economía la clase de Economía y Política Cafetera, dada la importancia de dicho producto en nuestra economía política. En contrasentido a esta realidad, también recordamos la ausencia de una verdadera cultura de consumo de café que hizo que por años nos acostumbrásemos al “café filtrado” malo y con muy poca concentración.

La misión rural y los borradores de la cafetera tienen por lo menos tres grandes conclusiones. De un lado, la existencia de un sector que se ha venido acostumbrando a un modelo asistencialista, sin que dichas prebendas tuviesen relación directa con la productividad. En segundo lugar, el deterioro o ausencia de institucionalidad en el sector agrícola, que se demuestra en muy poco acceso a crédito, nulas posibilidades de desarrollo tecnológico, talento humano muy mal formado, entre otros asuntos. Finalmente un crecimiento en los niveles de pobreza y marginalidad rural, que tienden a pauperizar la vida campesina y desincentivarla, al punto que las generaciones más jóvenes aspiran a dejar el campo para llegar a las ciudades y si es necesario vender las parcelas o tierras que ellos heredan de sus mayores.


Curiosamente, en el sector cafetero buena parte del diagnóstico anterior no existió o por lo menos era menos evidente. La institucionalidad fue siempre fuerte a través de la Federación de Cafeteros y Comités Departamentales, en donde los productores acudían a créditos, tecnología, insumos, semillas, capacitación e incluso acompañamiento. Igualmente, el sector cafetero se sucedía en zonas bastante menos pobres, en donde incluso la propia producción motivaba mayores niveles de prosperidad. Existía eso sí un alto nivel de asistencialismo, que se soportaba en pactos nacionales o internacionales de precios, que garantizaban la compra de cosechas y con ello el ingreso medio del agricultor.

Lo que es común a todo el sector agrícola y ahora también al cafetero, es que este modelo de poca provisión de bienes, públicos y paternalista, terminó por minar la competitividad, aparte de construir una institucionalidad que monopolizó todas las funciones, en un típico ejemplo de una regulación perversa desde el punto de vista de economía política. La Federación termina compitiendo, exportando, regulando y diseñando políticas publicas, y termina siendo juez y parte de un modelo productivo. Para muchos, terminó siendo un Estado dentro del Estado.

Por el otro lado, los pequeños productores, bajo la modalidad de mercados ficticios, con precio y/o cantidad de compra garantizados, sobreviven basados en dichos privilegios, con muy poco incentivo a mejorar y más recientemente protegidos económicamente por un programa de protección al ingreso cafetero que benefició a un 10% de cafeteros, que se llevaron el 60% de dichos recursos.

La realidad es que lo que nos hace falta ahora en este sector y particularmente en el del café es una misión productiva y competitiva, que se atreva a evaluar la viabilidad rentable de dicho negocio, así como su perspectiva de futuro. Que evalúe posibilidades de darle valor agregado al mismo, que revise todo el sistema de regulación y de institucionalidad y que sin temor alguno y así reciba rayos y centellas, tenga la valentía de recomendar un curso de acción para un sector productivo que, sin los subsidios y beneficios, ve una reducción dramática de ingresos año tras año, derivada de mayores costos y menores oportunidades en los mercados internacionales, así como una reducción en la participación en los mercados del mundo.

*JOSÉ MANUEL RESTREPO ABONDANO
jrestrep@gmail.com / @jrestrp

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