martes, 12 de marzo de 2013

Vivir de otra manera



El País
12 de marzo de 2013


Una vida equilibrada no es utópica; es una vida de sabiduría, libre de mediocridad


¿Es ideal cualquier vida por desarrollarse simplemente en un mundo ideal o es ideal precisamente porque el mundo en que vivimos presenta alguna imperfección? Si el carácter ideal de la vida no guarda relación con el del mundo no habrá garantía alguna de que alcanzar la vida ideal suponga alcanzar el mundo ideal. ¿Cómo podemos concebir una vida ideal sin considerarla un objetivo alcanzable? Según Aristóteles, los hombres definen lo que es una vida ideal en función de la consecución de la felicidad, que puede alcanzarse explotando al máximo las posibilidades vitales, en una sociedad que mantenga un equilibrio entre excelencia moral y rectitud. Siguiendo a Aristóteles, podríamos decir que la vida será ideal cuando la persona sea capaz de vivirla de manera ideal, es decir, hallando un equilibrio entre la excelencia moral y la rectitud. De este modo, en todos los hombres podrá detectarse la búsqueda de la vida ideal, ya sea por medios placenteros o dolorosos, siempre que la vida se sitúe en un equilibrio de excelencia moral guiado por la propia virtud y sin respetar necesariamente las normas. Siguiendo la lógica aristotélica, la felicidad procedería de una vida virtuosa, definida fundamentalmente por la consecución de un equilibrio en la vida y las actividades del sujeto.

Es improbable que los comportamientos y opciones extremos conduzcan a una felicidad auténtica y duradera. Sin embargo, no hay pautas absolutas para desarrollar una vida equilibrada, que es la que se compone de opciones y compromisos equilibrados. Ojalá pudiera acabar aquí y decir que una vida ideal es el resultado de una existencia compuesta de elecciones morales. Pero, ¿acaso podemos decir que en una vida ideal no hay necesidad de acciones moralmente virtuosas? Sigue siendo cuestionable que una vida de opciones y compromisos equilibrados reporte necesariamente a todo el mundo una vida ideal. En consecuencia, una vida equilibrada no es ni una utopía ni una concepción sistemática de una vida mucho mejor alcanzada mediante la inteligencia y la voluntad humanas. La utopía es la vida soñada hecha carne. Es un modelo imaginado a la espera de plasmarse. Es la imagen de un mundo perfecto. Pero la humanidad, al ser imperfecta, no puede habitar un mundo perfecto. Esa es la razón de que los proyectos utópicos siempre hayan sido ideas impuestas. Por el contrario, una vida de excelencia no pretende imponerse a los demás. Es un horizonte común de ejemplaridad para todos los seres humanos. Una vida de excelencia es una vida dentro de la vida en la que la ejemplaridad se mantiene mediante el compromiso individual con esa excelencia, que es un noble estado mental. No es una imposición de lo bueno y lo malo. No tiene nada que ver ni con la riqueza ni con la fama, ni tampoco con las ambiciones políticas. No es ni una renuncia al mundo ni una nostalgia de otros mundos. Es la adopción de esa noble actitud vital que siempre ha simbolizado el concepto de sabiduría.

Una y otra vez, siempre que los seres humanos se han preguntado cómo es posible que alguien sea feliz y justo en su mundo, han tenido que recurrir a la sabiduría. Sófocles solía decir que “la sabiduría es el componente supremo de la felicidad”. Pero la felicidad, por sí sola, nunca es suficiente. Para que la felicidad cree seres humanos felices se necesita también una fuerte y fría sabiduría. La felicidad sin sabiduría no puede más que producir banalidad y mediocridad. En estos tiempos, la felicidad se relaciona con el conocimiento, el poder y la riqueza, no con la sabiduría. Es cierto que la sabiduría consiste en ser sabio en el propio tiempo, pero también en tener la capacidad de dudar de la ejemplaridad de ese tiempo. Pedro Abelardo lo sabía cuando dijo que “el comienzo de la sabiduría se encuentra en la duda; al dudar llegamos a la pregunta y buscando podemos tropezarnos con la verdad”.


No se puede ser sabio únicamente con la sabiduría del propio tiempo, porque bien podría ser que esa sabiduría no fuera más que ignorancia. En consecuencia, se podría decir que ser sabio es ser maduro en y con la vida, porque esta es el único consejero fiable. Es decir, la sabiduría vital está en la propia vida. Por tanto, una vida de excelencia será una vida de sabiduría, libre de brutalidad y mediocridad. En la vida y para poder vivirla, hace falta experiencia para separar lo accesorio de lo esencial. Como señaló Dietrich Bonhoeffer, eso es “reconocer lo importante dentro de lo fáctico”. De este modo, para pensar en una vida ideal que sea un estado de madurez y ejemplaridad humanas necesitamos concebirla como una actividad ética, como lo que Aristóteles denominaba eupraxis (buena acción).

Mantenerse fiel a la ética no es desear que nuestra vida discurra lo mejor posible, sino hacer lo que éticamente es mejor para cambiarla. Después de todo, una vida de excelencia puede definirse como una existencia vivida de otra manera. Si logramos esa vida, podremos decir que es la mejor que se puede alcanzar. En consecuencia, una vida de excelencia será la consistente en vivir éticamente lo mejor que podamos. Será una vida ideal constituida por un completo abanico de actividades humanas guiadas por la excelencia, no solo por la diversión. La excelencia no radica en la repetición, sino en lo que está a nuestro alcance realizar. No se logra fácilmente. En consecuencia, una vida ideal mantiene una relación directa con nuestro compromiso con la excelencia. Como dijo Séneca, “la vida es como una representación teatral: lo que importa no es la duración sino la excelencia del drama”. Para quienes creen en la vida como excelencia, el ideal es la propia vida. Afanarse por alcanzar la excelencia es un método seguro para alzar nuestra vida por encima de la mediocridad. La excelencia es mejor maestra que la mediocridad. Es una labor, no una premisa. Es el resultado gradual de esforzarse siempre por hacer las cosas con nobleza y ejemplaridad. En consecuencia, sería un error pensar en una vida de excelencia que fuera un estado de perfección, ya que esta no es la única alternativa a la mediocridad. La excelencia es una alternativa más ética. Cuando vivimos en la excelencia, puede que no sepamos qué aspecto ideal está presente en nuestra vida o en una vida ajena. Pero sin duda sabremos que, si hay una vida ideal, se basará en vivir de la forma más noble e ideal que podamos.

Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo


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