domingo, 17 de marzo de 2013
Los arrecifes del naufragio cafetero
El Espectador
Mauricio Botero Caicedo
16 de marzo de 2013
El editorial de El Espectador del domingo pasado afirmaba: “El subsidio (de 800 mil millones de pesos) es una salida de emergencia que ha permitido levantar el paro, pero el naufragio de la industria cafetera sigue su curso”.
Para el autor de esta columna (opinión que coincide con el editorialista), la caficultura colombiana va a naufragar, y va a naufragar en los arrecifes de arrogancia, prepotencia y soberbia que caracterizan a la ‘institucionalidad cafetera’. Refiriéndose a dicha arrogancia, la revista Dinero (marzo 8/13) hace serios cuestionamientos: “La dirigencia cafetera se extravió. La Federación nunca logró entender cuál sería su misión en un mercado internacional sin cuotas. La producción entró en una caída secular y la entidad se quedó todos estos años echando el mismo cuento y esgrimiendo el mismo rosario de excusas: que el cambio climático, que los precios, que la revaluación, que la baja fertilidad, que la broca, que la roya…”.
De la dirigencia de la Federación de Cafeteros se oyen insensateces como las de aquel funcionario que para justificar la pésima calidad de los cafés que nos hemos visto en necesidad de importar de Vietnam, Perú y Ecuador, manifestaba con desdén que “el consumidor colombiano tiene acostumbradas sus papilas gustativas a los cafés inferiores”.
Esta peregrina afirmación se puede asemejar a que los colombianos sólo deberíamos importar y conducir Renault 4, ya que nuestros ‘hábitos automovilísticos’ se habían acostumbrado a ese tipo de vehículo. En reciente entrevista, un miembro de la Comisión Cafetera afirmaba con mal disimulada prepotencia: “Yo nunca he simpatizado con la siembra de robustas… si me convencen de que es buen negocio, lo sembraremos”. Si la anterior fuera una simple opinión de un caficultor no tendría la menor importancia, pero al tratarse de las simpatías o antipatías de un alto dirigente de la ‘institucionalidad’, la totalidad de los caficultores no tiene alternativa distinta a sembrar lo que les ordenen. Un exgerente de la Federación insiste despectivamente en que la “autoría intelectual y material del paro les corresponde exclusivamente a los cafeteros grandes, los comercializadores y los exportadores”, tácitamente afirmando que las decenas de miles de cafeteros que se unieron al paro no pasan de ser unos borregos.
Como afirmábamos en una columna hace unos meses: “La ‘institucionalidad cafetera’ se quedó por fuera de los grandes cambios que se estaban gestando a nivel mundial, tanto en el caso de los cafés de alta calidad, como en aquellos de consumo masivo. El resultado de esta miopía es que hoy no dominamos los mercados de los cafés ‘especiales’ y nos colocamos en la absurda necesidad de importar del Vietnam, Ecuador y Perú el 70 por ciento del consumo interno”. Lo que ya no es aceptable es que la Federación pretenda seguir siendo el árbitro indiscutible de los gustos del consumidor y, por ende, de lo que tiene que producir el caficultor.
Jorge Humberto Botero, expresidente de Asoexport, con perspicacia señala que “uno de los grandes errores de la Federación, entre muchos otros, es la obsesión por el precio que no les dejó ver que la variable fundamental es el margen”. Colombia tiene un serio problema de productividad dado que en el país se producen sólo siete cargas por hectárea, mientras que en el Brasil se produce el triple. Y la solución, como bien lo señala el editorial de Dinero arriba citado, “no está en darles más subsidios o plata a los cultivadores, como se ha hecho en los últimos años. Los cafeteros no pueden seguir viviendo de la limosna que les da el Gobierno. Hay que encontrar otras maneras para volver sostenible una actividad de la que viven 550.000 familias, cerca de dos millones de personas en total. Si la Federación no logra dar respuesta a los padecimientos de los cultivadores, quizás debería desaparecer”.
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