Vanguardia Liberal
2 de febrero de 2013
Puno Ardila Amaya
Jairo Delgado Lerzundy falleció el pasado 25 de enero. Vanguardia Liberal rinde homenaje a su memoria, como gestor y alma de la cultura en Barichara, con apartes de una entrevista sostenida hace apenas unos meses, con ocasión del II Festival de Música.
Jairo Delgado Lerdunzy (q.p.p.d) |
¿Por qué hace usted un festival de música que no cuenta con patrocinio del Estado ni de la empresa privada?
Realmente, la empresa privada sí se ha vinculado con nuestro propósito, porque hay quienes de manera generosa, como Pacho Serrano, solo por mencionar a una persona (un verdadero príncipe, aunque no lo conozco todavía), han aportado a la realización del Festival, y debe destacarse fundamentalmente el respaldo de los hoteles de Barichara, con los que puede contarse siempre.
El Festival está saliendo por ciento cuarenta millones (cada festival de piedra costó entre ochenta y noventa millones), pero la plata que dejó mi padre está bien invertida, y del rendimiento se saca para hacer estos festivales. Entonces, ¿quién los paga? Mi viejo. Pero, por ejemplo, de la Gobernación, a pesar de las promesas, no he recibido ningún apoyo. En general, el apoyo del Estado para el Festival es nulo, y yo ni tengo palancas, ni conexiones políticas, ni tengo alguna intención política, ni estoy en esas maquinarias, ni me gusta esa vaina, ni sirvo para ir a lagartear, de modo que no me preocupa eso; en realidad, mi viejo me dejó el dinero para hacer estas cosas, y lo he invertido bien, así que la ausencia del Estado me importa un carajo (risas).
¿Cómo nació entonces la Fundación Delgado y la idea de los festivales?
De mi padre, Jorge Delgado Sierra, nacido en Barichara. Cuando enfermó e iba a morir, me avisaron y me vine de Washington. Alcancé a encontrarlo en su último día de lucidez, y me dijo que como yo era el único de sus hijos que había prestado servicio a la comunidad, que manejara la Fundación y que mirara qué podía hacer en Barichara. Tenía entonces trescientos mil dólares que me daban la posibilidad de hacer cosas aquí. Vi que había solo ocho talladores, porque la gente pensaba únicamente en trabajar en oficinas, y con la ayuda de Joaquín Beltrán organicé el Festival de Talla en Piedra, e invitamos a todas las embajadas. En el segundo festival eran treinta escultores, la mitad colombianos y la mitad extranjeros, y los pelados de aquí comenzaron a ver que salían en el noticiero, y con los pedacitos de piedra comenzaron a hacer sus propios trabajos. Entonces, al final de los festivales, los niños decían que querían ser talladores de piedra cuando fueran grandes, y es eso lo que quiero, que los pelados de aquí no tengan que migrar, y que puedan tener suficientes fuentes de empleo, y que más bien venga la gente, por ejemplo, a grabar aquí. Salvamos la talla en piedra y quinientas familias viven de ello; compré las fuentes y las instalé en el parque: cumplí con eso, y dije “ahora quiero quinientos músicos; que uno camine por Barichara el fin de semana y haya músicos tocando por todos lados; que los muchachos se entusiasmen con la música”.
Con los festivales, se rodaron películas, y el mundo comenzó a volver sus ojos a nuestra región, y pusimos a Barichara en el mapa: se volvió importante. Ahora estoy en el plan de hacer lo mismo con la música y con las profesiones afines, como grabaciones y video.
¿Cómo es que no pudo nacer en Barichara?
Yo nací en Bogotá porque mi familia salió de Barichara huyéndole a la violencia. Tengo cincuenta y siete años, pero mi papá me trajo cuando tenía doce, y entonces tocaba viajar por carretera destapada. Cuando los conservadores se tomaron el poder, le avisaron a su papá, don José María, y el abuelo se llevó a la familia, y por eso yo nací en Bogotá. Mi papá construyó las torres Barichara, y allá, cuando hablaban de Barichara, la gente pensaba que se referían a los edificios, no al pueblo. Todo para mi papá era Barichara; en el homenaje a Aquileo Parra, mi viejo trajo al pueblo a Alfonso López, inauguraron la Casa de Aquileo Parra, y declararon a Barichara monumento nacional, lo que ha servido especialmente para proteger al pueblo.
¿La gente diferencia la filantropía de la locura? Mire que gastarse tanta plata en Barichara y no en usted…
Es muy difícil para muchos entenderlo, porque la gente siempre piensa en que hay algo detrás de los festivales (“diga la verdad, ¿usted quiere ser gobernador de Santander?”), o que quiero hacer plata con esto, porque en nuestra región no hay la mentalidad de hacer trabajo por la comunidad. Todo lo que hago es voluntario; se paga a todos los músicos, incluso a los de mi grupo, pero yo no cobro. Para mí es una felicidad. ¿Qué saca uno con ser el más rico del cementerio? Lo bonito es que el día en que uno se vaya a morir, que esté en la cama, en el final, en sus últimos días, piense “¿qué hice en la vida, carajo?: hice el festival de talla en piedra de Barichara, hice el festival de música de Barichara, hice el parque que dejé a Barichara”; eso es mucho más chévere que dejar un poco de plata para que se la peleen los herederos.
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