Alfredo Molano
El Espectador
2 de marzo de 2012
El café fue el cultivo por excelencia del país desde fines del siglo XIX hasta fines del XX. En gran medida la democracia que el sistema tolera se debe al café por la sencilla razón de que su producción no ha estado ni está en manos de terratenientes, como las de la caña de azúcar y la palma africana. La colonización cafetera fue un movimiento de campesinos rasos, y aunque poco a poco algunos se fortalecieron y se convirtieron en empresarios, nunca llegaron a ser terratenientes como sucedió en Cundinamarca, razón que, por lo demás, los arruinó.
EL CAFÉ FUE EL CULTIVO POR EXCElencia del país
desde fines del siglo XIX hasta fines del siglo XX. En gran medida la
poca democracia que el sistema tolera se debe al café por la sencilla
razón de que su producción no ha estado ni está en manos de
terratenientes, como las de la caña de azúcar y la palma africana. La
colonización cafetera en Antioquia, Caldas, los Santanderes, Tolima,
Huila y Cauca fue un movimiento de campesinos rasos, y aunque poco a
poco algunos se fortalecieron y se convirtieron en empresarios, nunca
llegaron a ser terratenientes como sucedió en Cundinamarca, razón que,
por lo demás, los arruinó. Fue una colonización de ladera favorecida por
los suelos volcánicos y, por supuesto, por los buenos precios
internacionales. Los mismos factores que han hecho reina a la coca. La
Violencia de los años 50 trató de sacar a los pequeños cultivadores y de
hacer grandes fincas, pero los medianos y los pequeños resistieron.
Sacrificando ganancias crearon la Federación Nacional de Cafeteros
(FNC), que por mucho tiempo consiguió ser auténtica representación de
los intereses cafeteros. La construcción de carreteras, acueductos,
escuelas y cooperativas impidió que la violencia que se volvió a
encender en los 70 afectara las regiones de cultivo.
El
primer golpe serio que sufrieron los caficultores fue el rompimiento
del Pacto Mundial del Café en 1989, que empujó a muchos a buscar en los
cultivos ilícitos, aun dentro de las zonas cafeteras, una defensa. Y lo
consiguieron. La coca les ayudó a sobrellevar el abandono en que la
Federación los dejaba para empeñarse ella en aventuras especulativas
volteándoles la espalda. Gemela de esta estrategia abusiva fue la
política de sustitución de variedades, cuyo resultado persistente ha
sido la producción de paquetes tecnológicos cada vez más gravosos para
el cultivador. La sustitución de variedades terminó siendo también
sustitución forzada de agricultores. Así, la brecha entre la producción
del grano y la especulación financiera se hizo cada vez más profunda.
La
crítica situación actual que tiene enfrentados a caficultores y
Gobierno se origina en la revaluación del dólar motivada por los
millones que entran al país como resultado de la compra de empresas de
servicios públicos, las inversiones gigantescas en minería y, claro
está, el retorno de utilidades de la exportación de cocaína. El precio
favorable internacional que podría llegar a los bolsillos de los
cafeteros es sacrificado por las gabelas que el Gobierno ofrece a los
inversionistas extranjeros y por las ganancias que la guerra contra la
droga le deja a la mafia, que seguramente también invierte en minería.
Cabe agregar que el Gobierno ha permitido la importación de cafés
perratas de Vietnam, Perú y Ecuador a los grandes fabricantes de cafés
solubles, que buscan sustituir el consumo de nuestro tinto por esa
aguachirle del instantáneo. Las importaciones legales de café el año
pasado fueron 954.000 sacos, según la OIC. Ese café se cultiva aplicando
endosulfán, insecticida para combatir la broca, prohibido en Colombia.
La cantidad importada paga la contribución cafetera a la FNC. Esa es la
verdadera causa de las importaciones. Quién sabe cuántos sacos entran de
contrabando. La tercera parte del tinto que nos tomamos en el país está
hecha con ese grano.
Para
rematar, las trilladoras están llenas de los llamados cafés inferiores,
porque el consumo nacional está abastecido en gran parte con
importaciones. La pasilla, que antes se negociaba a 25.000 pesos la
arroba, hoy difícilmente se paga a 5.000. Por tanto, todo ese café de
calidades media y baja terminará gorgojeado.
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