domingo, 16 de septiembre de 2012

¿Un modelo superado?


Por Mauricio Botero Caicedo
El Espectador
8 de septiembre de 2012

No es realista negar que la caficultura colombiana se encuentra en serios problemas. 

El reciente estudio de Carlos Gustavo Cano y César Vallejo pone el dedo en la llaga señalando, entre otras cosas, que mientras que la participación de Colombia en la producción mundial del grano pasó del 13,7% en 1989 a 6,3% en el 2011, en igual período el Brasil aumentó su participación del 26,8 al 40%. 

Y mucho menos realista es adjudicarle, como hacen los dirigentes de la Federación, la culpa de esta debacle a factores coyunturales como el invierno o la tasa de cambio, y no a la miopía tanto del gremio como del Gobierno. En opinión de quien escribe esta nota, los graves problemas de la caficultura colombiana son de orden estructural y no coyuntural. Y Juan Camilo Restrepo, indistintamente de que durante largos años hubiera sido parte la “institucionalidad” cafetera, tiene toda la razón en advertirles a los cafeteros que como van, van mal.

Los fondos de estabilización de precios tienen como meta proteger al productor durante los períodos de precios bajos, acumulando reservas durante las épocas de vacas gordas. Estos “fondos”, sin embargo, adolecen de serios inconvenientes, siendo el menor su altísimo costo de funcionamiento asociado a la gigantesca burocracia que permanece indistintamente de los niveles de precio o producción. Pero el mayor inconveniente de los “fondos” es que rompen los canales de comunicación que son la principal virtud del mercado. Al no existir los canales de comunicación, el productor no se entera de las cantidades y calidades del producto, y mucho menos de los precios que el consumidor en determinado momento está exigiendo. 

Durante la épocas de “pactos”, al asignar arbitrariamente cuotas de producción, no tener señales del mercado era lamentable, pero no fatal. Pero al desmoronarse los “pactos”, el seguir manteniendo mecanismos que no le permitan al productor recibir las señales del consumidor es una política suicida.

La institucionalidad cafetera, anclada a un mundo de “pactos” y “convenios”, se quedó por fuera de los grandes cambios que se estaban gestando a nivel mundial, tanto en el caso de los cafés de alta calidad, como en aquellos de consumo masivo. El resultado de esta miopía es que hoy no dominamos los mercados de los cafés “especiales”, papel que de alguna manera estábamos especialmente preparados para hacer; ni producimos el suficiente grano de menor calidad para poder satisfacer la demanda de menor poder adquisitivo, colocándonos en la absurda necesidad de importar de Vietnam el 70% del consumo interno. 

Con el terco e inexplicable apego a un café tipo federación, creyendo que los mercados lo seguirán considerando el mejor del mundo, sólo muy pocos productores colombianos han aprovechado la ola de los “cafés de origen” específico. Al mismo tiempo que la Federación se dejaba desplazar en los cafés “especiales”, se resiste a que se siembren otras calidades de café y variedades, como robusta, a pesar de que ellas tienen un futuro promisorio. Esta política es el equivalente a que Francia, con el argumento de que produce vinos de altísima calidad con “denominación de origen”, no pueda producir “vinos de mesa”.

Para que el café colombiano pueda recuperar el papel que un lejano día desempeñó, se requieren cambios de fondo. En primer término sacar al Gobierno del gremio. En segundo lugar, la Federación ni debe ni puede sustituir al Estado en adelantar obras que se deben hacer con recursos presupuestales. Tercero, repensar a fondo tanto el papel de la Federación como la comercialización del grano y el uso del sello Juan Valdez. Starbuck’s adelanta un continuo proceso de reingeniería a fondo dadas las aleatorias preferencias de los consumidores. Mientras tanto, la Federación de Cafeteros sigue haciendo, con muy pequeños cambios, exactamente lo mismo que hacía hace cien años.

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