domingo, 20 de junio de 2010

Una blanca esperanza


Alfredo Molano Bravo
El Espectador

ME HE CRUZADO CON MOCKUS ALgunas veces y siempre me ha quedado la sensación de ambigüedad de su pensamiento.

Tiene un lado auténtico, de niño ingenuo, y un loco que le da vueltas en la cabeza que me gusta. Tiene otro lado amargoso, autoritario, rígido, que me produce cierta desconfianza, para no decir miedo. Administra con inteligencia —que le sobra— sus dos lados. En la campaña a la Presidencia le vi otro lado, su enredo. Es un expositor enredado —enriedado, dicen satíricamente los campesinos—, que quiere decir muchas cosas al tiempo y, como él mismo confiesa, “se tupe”. Un verbo expresivo que casi nadie usa. Podría decir también “se atasca”, que es lo que siente el espectador en los debates. Uno lo siente atascado y queda como cuando se le meten a la vez muchas cosas a un computador. Entonces, se echan de menos unos golpecitos en la espalda dados por Adriana. Mockus comienza a responder buscando la raíz profunda de lo que va a decir, quiere ser más inteligente de lo que es, pero se le atraviesa el tiempo, el lugar, otra idea, otro modo de decir, y queda tupido. Y uno en Babia. A veces le suenan las consignas por lo cortas, pero quiere ir más allá, más lejos, y termina convirtiéndolas en estribillos y hasta ahí llega, porque, de verdad, saltando, saltando, coge cara de personaje de El planeta de los simios, la película de Franklin J. Schaffner. No lo digo peyorativamente. Es tal cual. No es una cara odiosa, pero a mí, por lo menos, los brinquitos me producen pena ajena.

En los debates logra de vez en cuando dejar sonando una buena idea, sana, limpia, “innovativa” —en vez de decir novedosa—. Como aquella de que su ideal era un país como Costa Rica, sin ejército —y agrego yo, sin latifundistas—. Para desgracia, una hora más tarde se echó para atrás. Han sido varios reversazos de esos soplados por Lucho para ganarse tal cual votico de la derecha. Con lo cual, ni para Dios ni para el diablo. Ha sido firme en lo de que la vida es sagrada. Bien. Una tesis que en un país como el nuestro —o como México—, donde la vida no vale nada, no la entiende todo el mundo. Aunque todo el mundo debería defenderla. Es triste de todos modos que esa sea una de sus consignas más atractivas, porque es obvia. También es valeroso el reproche de que no todo vale ni siquiera en una guerra sin cuartel como la que Uribe les ha declarado a las guerrillas. Ponerse ahí para criticar con vehemencia la cultura del más vivo; del que se cuela en toda fila, no respeta turnos, se pasa todo por la faja, no era sólo necesario, era urgente. Esa detestable cultura es la verdadera herencia que deja Uribe. ¡Y que hay que salir a pararla! En este sentido, con Santos no va a haber transe porque el verdadero derecho que él siempre reconocerá será el de las chequeras, cuando no el del que marca las cartas. La crítica a la seguridad democrática tras la bandera de la legalidad democrática dirigida al corazón de los ocho años pasados cobra mayor vigencia para el doble cuatrienio que se nos viene encima. Hasta aquí, votaría por Antanas. Pero de ahí en adelante, pela el cobre, un cobre barato: el espaldarazo a las bases gringas y el rechazo a toda forma de acuerdo humanitario. Lo primero es vergonzoso: nos convertimos en una especie de gran portaaviones de un millón y pico de kilómetros cuadrados, para no decir en un Guantánamo más, en que se podrán hacer todo tipo de tropelías contra los DD.HH. La renuncia a un acuerdo humanitario equivale a legitimar los rescates a sangre y fuego. ¡Tremenda contradicción para quien cree que la vida es sagrada!

Por un afiche de su Ola Verde tuve la ilusión de que el lápiz que tapa el cañón de una pistola tapara también el de las ametralladoras Uzi, los fusiles Galil, los fusiles AK-47, las ametralladoras punto sesenta de los helicópteros Black Hawk y los mismos helicópteros y todos los aviones y armas de guerra. No era así. No es así. No sería así. Mockus no les da un brinco —ni siquiera el de los estribillos evangélicos— a los halcones y a ese estamento instalado que llamamos Fuerzas Armadas. Para nadie será fácil echar atrás semejante máquina de privilegios, pero menos para una personalidad tan contradictoria como Mockus, que tiene un gusanillo totalitario que podría terminar comiéndoselo entero. Lo vi temblándole a Santos en el último debate; lo vi contra las cuerdas, ya no enredado sino aculillado, y no porque los argumentos de su contrincante fueran muy brillantes o muy sólidos, sino por el hecho simple y llano de haber sido dichos con un tono autoritario de profesor de liceo. Total, votaré en blanco. La verdadera oposición a Santos no vendrá de Mockus, sino de lo que queda de liberal en el Partido Liberal —Piedad, Cristo, Samper— y del Polo. Serán años duros.

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