Fuente: El Espectador
Por: William Ospina
TODO INDICA QUE JUAN MANUEL Santos ganará las elecciones del próximo 20 de junio.
No me alegra. Mi voto y el de muchos ciudadanos no será de respaldo al proyecto que domina a Colombia, sino de advertencia sobre la necesidad de un cambio de rumbo que ponga el énfasis en el respeto a la vida, la educación, la dignificación del trabajo, la modernización material y mental del país, el conocimiento y la protección de la naturaleza, la defensa de la soberanía y las relaciones serenas con los vecinos.
Colombia necesita desesperadamente una nueva dirigencia. No será la vieja élite, dueña de todas las oportunidades y de todos los privilegios, que durante siglos tuvo la oportunidad de engrandecer al país, de dignificar a los ciudadanos, de construir una democracia verdadera, y no lo hizo, quien logre conducirlo a la prosperidad y al siglo XXI.
El problema, por supuesto, no es Santos: un hombre que seguramente tiene capacidades, información, conocimiento del Estado. El problema es la comprobación interminable de que en Colombia toda opción de gobierno está escriturada a la vieja casta política, y el único enriquecimiento posible, para quienes ambicionan tal cosa, es el enriquecimiento ilícito.
Durante ocho años, un hombre talentoso y sagaz desperdició la posibilidad de transformar positivamente a Colombia. Álvaro Uribe llegó al poder sobre la cresta de la ola de la frustración por el fracaso del Caguán, y sus aliados aprovecharon esa circunstancia para montar un proyecto arbitrario y mezquino. Bajo el esfuerzo digno de gratitud de la seguridad democrática, triunfaron los robos de tierras, el desplazamiento, el espionaje a la oposición y a los otros poderes, los crímenes cometidos con las armas del Estado, los escandalosos subsidios a los privilegiados. Ocho años de pax romana nos dejan como herencia el eterno conflicto colombiano apenas contenido por las armas, unos niveles de pobreza que son escandalosos en cualquier lugar del mundo, la humillante tragedia de la supervivencia para las grandes mayorías nacionales. No podemos decir que se haya avanzado mucho en la recuperación del rumbo perdido de nuestra patria.
Al margen de las elecciones, dos poderes reales se disputan hoy a Colombia: dos facciones distintas de propietarios, empresarios y terratenientes. Uribe representa a una de ellas y Santos a la otra. Por eso, a pesar de la armonía que el candidato predica, no tardarán en surgir los desacuerdos. La vieja casta señorial querrá inclinar a su favor la balanza del poder, pero los nuevos dueños del país decidirán cuánto margen de maniobra tienen esos viejos señores.
El Partido Verde ha logrado la hazaña de tener en la primera vuelta una de las votaciones más limpias y espontáneas de nuestra historia democrática. En sólo tres meses surgió una fuerza de más de tres millones de votos, la más alta votación independiente que ha tenido Colombia en toda su historia. Sin maquinarias, sin promesas demagógicas, sin ejercer ninguna presión indebida sobre el electorado, sin barones electorales; sólo con entusiasmo, imaginación, alegría y lucidez. Ese resultado es asombroso, porque nadie ignora cuánto poder respaldaba a la campaña que obtuvo la mayoría electoral.
Gracias al trabajo de miles y miles de jóvenes que saben que Colombia necesita otro espíritu, el Partido Verde logró pasar a la segunda vuelta electoral, e intentó reunir a su alrededor, no sólo a la Colombia cansada de guerras y de ilegalidad, sino sobre todo a la Colombia esperanzada de modernidad, de equidad, de alegría y de cultura. No ha tenido ni la estructura organizativa ni la capacidad de mantener su ritmo de crecimiento y su opción de triunfo. Hay que reconocer que también han conspirado contra ese proyecto el equívoco liderazgo de Antanas Mockus y la falta absoluta de protagonismo de los otros líderes de la alianza.
El Partido Verde es uno de los pocos movimientos que están en condiciones de proponer cosas nuevas a nuestra democracia, y la gran pregunta del momento es qué capacidad real tendrá de persistir como fuerza política. La dinámica presencia de la juventud en su seno, el espíritu de innovación y de iniciativa compartida, la identificación con los altos valores de respeto a la vida, a los recursos públicos, a las reglas de juego, la necesidad imperiosa de una política que asuma la protección de la naturaleza y la defensa del medio ambiente, en una de las regiones más biodiversas, pero a la vez más frágiles, hacen su existencia más necesaria que nunca.
Aunque el poder de la fuerza y la trampa parezcan llenarlo todo, es necesario repetir que otro país existe, que otro camino existe.
PD: Feliç aniversari Joan, alias 'pitus' i filloll Sergi.. I bona diada de Sant Antoni
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