miércoles, 19 de mayo de 2010
hay que pensárselo dos veces antes de marcharse a por tabaco
Manuel Rodríguez Rivero
El Pais
La huida es uno de los más frecuentes motivos literarios. Se huye de un peligro o de un cautiverio, pero también de una persona o de una situación: de una familia, de un país, de la explotación, del acoso, de la intolerancia, del deber. Uno puede escaparse poniendo tierra (o mar) de por medio, pero también puede huir hacia dentro: mediante la imaginación y la fantasía, mediante el arte, mediante la droga, la locura, el suicidio. El juicio acerca del que huye varía según las circunstancias y el punto de vista: puede ser un héroe, como el que salta el muro de Berlín, o un cobarde, como el automovilista que sale zumbando tras atropellar a un muchacho en una calle sevillana. Lo que parece claro es que, tras cada huida, hay un intento de encontrar la felicidad. O de restablecerla.
Para huir hay que escoger el momento. No todos los fugados quieren que se sepa que escaparon. Unas veces avisan: ahora me voy, pero sabréis de mí más adelante. Otras, no: anuncian que salen a por tabaco y nunca vuelven. Algunos aprovechan la confusión de una catástrofe con la esperanza de ser contados entre los desaparecidos: del 11 de septiembre, por ejemplo, de una matanza balcánica, de un tsunami arrasador.
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1 comentario:
Todos necesitamos huir de algo... Hay huidas más drásticas, más definitivas o breves y ligeras...
Saludos
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