domingo, 31 de mayo de 2015

Más allá del cambio del gerente


El Espectador
Por: Mauricio Botero Caidedo
31 de mayo de 2015

En opinión del autor de esta nota, la caficultura colombiana —y por ende la Federación de Cafeteros— requiere una transformación mucho más radical que el simple cambio del gerente, por competente o incompetente que haya sido. 

La “institucionalidad” requiere un cambio de actitud y de posicionamiento, pero, muy especialmente, el sector requiere actualizar las políticas de producción y de comercialización del grano, políticas que le han hecho un enorme daño al sector y al país. El cambio de actitud tiene que ver con la manera arrogante y refractaria con que las directivas de la Federación toman toda sugerencia, como si por definición dichas directivas fueran depositarias de la verdad revelada. A las propuestas de la Comisión Cafetera, encabezadas por Juan José Echevarría, las directivas les restaron toda importancia al considerarlas producto de la ignorancia o el despiste, y las recomendaciones de dicha Comisión, en vez de debatirlas, las descalificaron de antemano.

El cambio de posicionamiento tiene que ver con los ajustes que el gremio y el mismo Gobierno tienen que hacer para situarse en un entorno totalmente diferente al que existía en 1989, cuando regía a nivel mundial un pacto de productores, cartel que a su albedrío establecía cuotas de producción. Antes del 89 el papel del consumidor era prácticamente inexistente: las decisiones de qué variedad, cuánto y dónde producir fluían de arriba abajo. Al desmontarse el pacto, y al empezar las decisiones a fluir de abajo para arriba, lo lógico hubiera sido que Colombia desmontara el manejo “dirigista” del sector. En un entorno de mercado libre la presencia del Estado en la dirigencia del gremio es redundante y perjudicial. Adicionalmente, al seguir siendo la “cúpula” la que señalaba y sigue señalando las directrices de producción y comercialización, los productores han dejado de recibir las señales sobre las preferencias del consumidor. De haberlo hecho, muy posiblemente Colombia sería la dueña de los mercados de “cafés especiales”, segmento que hoy acapara cerca del 37% del mercado mundial en volumen y más del 50% en facturación.

En materia de producción, Colombia se mantiene anclada en un modelo obsoleto que, con contadas excepciones, perpetúa uno de los mecanismos más absurdos del mundo: que siendo el país con mayor potencial de producir y consumir toda la gama de cafés, nos limitamos a ser por excelencia el país que consume internamente el peor café del universo. La culpa de este fenómeno, que los colombianos nunca hubiéramos adquirido el paladar para un buen café y nos tuviéramos que resignar como borregos a consumir productos de inferior calidad, recae en la Federación.

Finalmente, casi la totalidad de la política de comercialización está mandada a recoger. Hoy en día los reyes del mercado son los cafés especiales de denominación específica de origen. “Café de Colombia” no dice mayor cosa y el mercado paga con pocos centavos el hecho de que el producto sea 100% colombiano. Por el contrario, las primas por los cafés especiales, aquellas con denominación de origen, se miden en dólares.

Pero esta y otras opiniones equivalen a arar en el mar: ni se va a modificar la Federación de Cafeteros, ni se va a liberar el mercado, ni se van a eliminar los subsidios cafeteros, ni se va a sacar al Gobierno del consejo directivo del gremio. En su continuo e irreversible descenso, la “institucionalidad cafetera” va a seguir siendo refractaria al cambio.

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