lunes, 17 de marzo de 2014

“Pobre país rico”, si no reacciona


La indignación en las calles de Colombia y en las redes no puede resultar tan incoherente en las urnas. O votamos bien, o nos gobernarán mal.


Diana Calderón
El País
16 de marzo de 2014

El proceso electoral que se vivió hace ocho días en Colombia podría leerse como el más importante en muchos años. Los comicios dejaron conformado un Congreso que tiene las mayores responsabilidades en la reglamentación del marco jurídico para la paz -de llegar a firmarse en La Habana un acuerdo con las FARC-, la reformulación de la política y sus instrumentos de participación, la reforma a la salud, la de la justicia -que se corrompió- y todo lo que se convenga en materia de tierras, modelo económico, lucha contra los cultivos ilícitos y el negocio de la droga.

Este Congreso, que debería enorgullecernos por la diversidad de sus integrantes y la experiencia de otros, nos avergüenza en muchos casos por razones de forma pero, sobre todo, de fondo.

Quedó conformado por un expresidente -Alvaro Uribe- que por su liderazgo caudillista llegó al Congreso llevando de la mano a 18 senadores más del Centro Democrático. Se trata del 20 por ciento del Senado que representa esa otra forma de concebir el poder y su ejercicio de la política, y que reclama la recuperación de una Colombia segura. También está compuesto por un Partido Conservador que, si bien dividido, logró imponerse a las encuestas que lo daban casi extinto. La composición la completa el Partido de Gobierno -La U- que tiene en sus huestes a varios de los más cuestionados políticos colombianos y unos liberales que reclaman el triunfo aritmético sobre el político. Además, un minoritario Polo de izquierda, cuyo líder -un dogmático y coherente senador- repite con una de las votaciones más altas del país.

En ese mismo Congreso, esta vez creció la cuota femenina -mujeres valientes y libertarias- entraron los indígenas y unos negros no tan negros que usan los espacios de organizaciones electorales para las minorías cuando los rechazan en otros partidos.

Hasta ahí, todo parece más o menos lo esperable. Pero el mismo Centro Democrático de Alvaro Uribe le dijo al país que las 19 curules logradas son buenas, pero que le faltaron dos y por lo tanto, asegura que hubo fraude. Los ganadores en el Gobierno, los del partido de La U, que obtuvieron las dos curules que reclama el CD, son senadores acusados del más descarado clientelismo para mantener sus privilegios legislativos.

Algunos blancos se inscribieron en el Partido del Ébano para meterse en las curules que, desde la Constitución del 91, se le reconocen a los afrodescendientes. Lo hacen para seguir marginando poblaciones enteras porque en la miseria de esas vulnerabilidades tienen la fuente de su negocio. No hay más mirar el registro de sus propiedades.

Y en cada uno de los partidos de la Unidad Nacional -La U, Cambio Radical, Conservadores y Liberales- los herederos de las estructuras paramilitares lograron sus curules para seguir ensuciando de sangre regiones enteras como lo hicieron en el pasado.

Ese Congreso que elegimos, con variadas excepciones, no está preocupado por reducir la burocracia ni hacer más efectivo el funcionamiento del Estado. Tampoco por las crisis de nuestras sociedades sumidas en procesos de indignación juvenil y desesperanza colectiva porque no funcionan los sistemas de transporte o porque la educación resulta costosa a pesar de los indicadores que nos ubican como la tercera economía de América y en donde petroleras y bancos generan utilidades casi a diario. Un "pobre país rico”

Y, a pesar de que es el momento para la reflexión que permita encontrar salidas, el sesgo y la polarización imposibilita el equilibrio y el debate. Cualquier intento por llamar las cosas por su nombre y recordarle a quienes -en la aurora del poder- hicieron las mismas trampas que hoy denuncian, es considerado por ellos como activismo de oposición. Las noticias se publican a medias para calmar la conciencia que calla, las venganzas se sirven a la carta y las críticas vuelven a quienes las hacen enemigos de turno.

Por otro lado, las realidades de Bogotá tendrán efectos políticos nacionales. La capital espera estos días una definición sobre el futuro de su alcalde, destituido por faltas disciplinarias al haber cambiado el esquema de recolección de basuras. La decisión está pendiente de amparos en instancias judiciales superiores e incluso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y, por otro lado, tiene pendiente para abril una votación popular de revocatoria del mandato, que se vuelve una apuesta para los políticos. Unos se muestran a favor de Petro –“¡Petro no se va!”- y otros se suman al “¡Chao Petro!”, polarizando el ambiente en Bogotá y contaminando la elección presidencial. Difícilmente esa campaña podrá sacudirse del efecto de una crisis sin precedentes en la capital que estallará como muy tarde en abril.

La única salida -porque tiene que existir una- parece buscar ese punto que nos devuelva al equilibrio y encontrar un consenso nacional, en el que nos comprometamos con unos mínimos que no se rompan mientras se alzan las voces de la diferencia, ojalá cada vez más altas…

El consenso lo construyen los ciudadanos, quienes deben recordar que la forma en la que votan determina cómo los gobiernan y que deben exigirle a los candidatos presidenciales que demuestren que están a la altura del lugar que pretenden. Son Clara López, una mujer nacida de la cuna aristocrática que optó por la izquierda y esta misma semana se unió a otra valiente: Aída Avella, quien recuperó para el país la memoria de la UP. También Enrique Peñalosa quien, desde una Alianza Verde, terminó ganando una consulta y tendrá que dejar su arrogancia para decirle a los colombianos que es un gran gerente. Lo mismo ocurre con Oscar Iván Zuluaga, quien parece sufrir el síndrome de Estocolmo, secuestrado en un partido donde sus compañeros son sus propios contrincantes y le montan bulling en las redes. O Martha Lucia Ramírez, si logra dejar su posición de victima incomprendida y demuestra cuál es su talante.

Y el mismo presidente Juan Manuel Santos, de quien esperamos que asuma las posiciones que corresponden frente a quienes usan y abusan del poder.

La indignación en las calles y en las redes no puede resultar tan incoherente en las urnas. O votamos bien, o nos gobernarán mal.


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