viernes, 31 de enero de 2014

café


El Espectador
José Fernando Isaza
29 de enero de 2014



 A mediados del siglo pasado, Colombia era el segundo productor y exportador mundial de café.

El gobierno nacional delegó en los Comités Departamentales de Cafeteros la responsabilidad de crear una infraestructura física y social en las zonas de cultivos y canalizar allí parte de los beneficios de las periódicas bonanzas. La Federación de Cafeteros poco se preocupó por crear un mercado interno o un mercado de exportación de cafés especiales, con alto valor agregado.

Para desestimular el consumo interno, estábamos obligados a tomar pasilla, cuyo sabor es parecido a un sucedáneo del café, la chicorea, consumido por los ejércitos en guerra y los estudiantes pobres de Europa. 

La forma de preparación era atroz: sólo se podía acceder a una bebida clara y recalentada que producía agrieras. Cuando se ofrecía, el huésped preguntaba: ¿ya está hecho? Si la respuesta era: ¡sí, desde esta mañana!, se aceptaba. Hay que reconocer que la política de desestímulo fue exitosa. En Colombia el consumo anual de café por habitante es de 1,5 kilos, comparado con los otros productores. Las cifras son 6,1 kilos por habitante en Brasil y en Costa Rica, 4,6. De acuerdo con R. Avellaneda, en los últimos cinco años el consumo de Costa Rica creció en un 48%, en Brasil el 12% y en Colombia se estancó. Si un colombiano consumiera la misma cantidad de café que un habitante de Finlandia o Noruega, 10 y 12 kilos, el consumo interno superaría la producción. En los Estados Unidos han desarrollado el gusto por un agua caliente con trazos de café: el consumo individual es 2,7 veces superior al nuestro. En Italia y Alemania el consumo individual cuadruplica al de un colombiano.

Hoy las exportaciones de café sólo representan el 3,2% de las totales; en algunos períodos del siglo pasado eran superiores al 50%. El mapa de producción cambió totalmente: la zona cafetera es hoy Huila y Tolima, con un área de 273.000 hectáreas. La del antiguo Caldas tiene 158.000 hectáreas sembradas. Huila, con 154.000 hectáreas, se ubica en el primer lugar, desplazando a Antioquia, que conserva 137.000 hectáreas.

El paisaje de la zona cafetera del Huila recuerda el del Viejo Caldas de los años 60. Pocas y malas vías secundarias. Pero con una diferencia notable: gracias a que la Federación no obligó a consumir pasilla, muchas fincas productivas cultivan café no para venderlo a US$1,30 la libra, sino para un mercado gourmet. Aún en las veredas es posible conseguir una buena taza de café. Allí ofrecen café por libras producido y empacado en la finca; el empaque, de buen diseño, dice si el café es orgánico, la forma de tostado, las características gustativas, etc. Por supuesto, el precio refleja la calidad: la libra se vende entre $12.000 y $20.000. Para los adictos al buen café, esto representa entre $300 a $500 pesos por taza, costo que bien puede asumirse.

Existe un mercado para cafés de calidad, aún para variedades exóticas, como una producida en Indonesia. Se les da de comer a los gatos la cereza de café, que es expulsada sin la corteza pero con el grano intacto, y se supone que después de un proceso de lavado se tuesta; el precio bien puede superar los US$150 por libra. Sin llegar a esos extremos, debe recibirse con satisfacción lo que está ocurriendo en Huila y Santander: la posibilidad de tomar un buen café, que permita tener la mente alerta y el corazón a un mejor ritmo, disfrutando de esa bebida con placer y no como una medicina.

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