domingo, 24 de febrero de 2013

visiones diametralmente opuestas


El Espectador
23 de febrero de 2013


Por: Mauricio Botero Caicedo

LA SEMANA PASADA SE PUBLICARON dos artículos sobre el café con visiones tan diametralmente opuestas que a primera leída uno pensaría que uno de los dos autores no tiene idea de lo que está hablando.

Pero leyendo con mayor cuidado los artículos se entiende que un autor está defendiendo un “modelo” cuya vigencia muchos se cuestionan; y el otro presenta una realidad hoy evidente en los mercados cafeteros.
El Dr. Guillermo Trujillo Estrada (La República, feb. 12/13) afirma: “Al productor nacional lo debe tener sin cuidado la importación, pues su café se vende en el mercado externo al doble de precio”. Revisando este último guarismo, Colombia vende su café a un precio aproximado de US$1,70 por libra y a su vez importa cafés robustas de Perú y Ecuador, cafés que se compran a un promedio de US$1,03 por libra. Las diferencias, sin fletes, son del 60% al 70%, no del 100%. Pero el punto de fondo no es ese: es la diferencia entre el “modelo” de la Federación, que se opone radicalmente a que en Colombia se produzcan cafés robustas, y una realidad global en que, como bien lo señala Leslie Joseph en el Wall Street Journal Americas (Portafolio, feb. 13/13), “en los últimos 12 meses el precio de los granos de arábica ha caído en un 37%, y el de los granos de robusta ha aumentado en un 13%”.
Hoy en día hay dos hechos incontrovertibles: el primero es que el café robusta vive un momento dorado y el segundo es que la caficultura en Colombia pasa por su peor momento, habiendo sido relegada a un séptimo lugar en la producción mundial, por debajo de Honduras. Y si bien el fenómeno colombiano puede ser coyuntural, y a mediano plazo volvamos a producir diez millones de sacos, lo que se debe repensar a fondo es el “modelo” de la Federación de Cafeteros: ¿se debe concentrar Colombia —en relación a los granos de calidad— en seguir produciendo un genérico de buena calidad denominado “Café de Colombia”, aspirando a una prima que como mucho puede llegar a un 20% por encima de las otras arábicas? ¿O, por el contrario, se debe concentrar en producir un amplio abanico de granos, desde los cafés con “denominación de origen”, como aquellos de Nariño y la Sierra Nevada (obteniendo primas que pueden fluctuar entre el 40% y el 400%) hasta granos de arábicas y robustas de menor calidad, pero excelente productividad, tanto para consumo interno como para exportación?
Para ilustrar la insensatez de oponerse a la siembra de robustas, granos de menor calidad, puede ser oportuno remontarnos a la historia del vino francés. Los galos, a diferencia de los italianos, nunca se dejaron encasillar en el cuento de “vino francés”. Siempre tuvieron claro que había múltiples regiones productoras de la vid, desde Burdeos hasta Borgoña. Y para seguir en el ejemplo, en Burdeos hay once regiones, y dentro de cada región, centenas de productores. A su vez, una muy estricta aplicación de las 57 “denominaciones de origen”, combinada con los controles a las 9.000 bodegas, le ha permitido a Francia mantener una convivencia entre vinos extraordinarios, como el Petrus, y vinos de mesa de consumo masivo. A nadie, bajo riesgo de repetir la Revolución de 1779, se le ocurriría que Francia debe producir y exportar exclusivamente vinos de alta calidad; y menos que —con la peregrina tesis de que sus “papilas gustativas” están acostumbradas a un producto de inferior calidad— obligar a los ciudadanos a consumir basura. Francés que tuviera la desfachatez de proponer que los vinos que beben vinieran de Argelia o de Túnez, seguramente terminaría en la guillotina. A los italianos les ha costado sangre bajarse de la “camisa de fuerza” que implica el “vino de Italia” y enseñarle al mundo que desde el Chianti hasta los Brunellos de Montalcino, hay una infinita variedad de cepas y calidades.

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