sábado, 25 de agosto de 2012

Héctor Abad Gómez





Jericó (Antioquia) 1921 - Asesinado en la Calle Argentina de Medellín, el 25 de agosto de 1987


Por CLARA INÉS ABAD FACIOLINCE*
Medellín, junio 27 de 2012

Papá:

Este año cumplo sesenta años. Casi la edad que tú tenías cuando te mataron.

Ese día y los siguientes pensé que no sobreviviría, sentí que no era capaz de soportar que te hubieran matado. A los pocos días, la mente, que tiene tantas maneras de defenderse, buscó una, y como el dolor era tan grande, me sacó un poco de la realidad; empecé a defenderme buscando hacer cosas que yo creí, en ese momento, eran de mi esencia, que con el golpe de tu muerte, me habían aflorado.

Quise dejar todo lo que había hecho hasta ese momento y pretendí formar una empresa que se llamaría "Pretextos"; me iba a dedicar, con el pretexto de tu muerte, a escribir, a hacer cosas bonitas con tus flores, con tus rosas. Seguí cuidando tus rosas, traté de hacer agua de rosas con mi esposo, tu amigo Alfonso, que me ayudaba en todo; quería hacer pétalos de rosas azucaradas; cada vez que tenía oportunidad, cogía un ramo de rosas de tu rosal y se lo llevaba de regalo a un amigo, tuyo o mío, como señal de agradecimiento, de cariño, de cercanía. Hice un álbum hermoso con todas tus fotos, con todos los escritos que publicaron sobre tu muerte y sobre tu vida en todos los periódicos, en todas las revistas; me ayudó "Pola", tu amiga, que es muy buena periodista, porque yo quería que quedara bien hecho.

Seguí así mucho tiempo, me dediqué a bailar, siempre me ha gustado mucho, después supe que tanta actividad y concentración en cosas que eran "casi tuyas" se explicaba como una reacción muy fuerte a ese dolor de tu muerte, que me había fracturado y que tenía que recomponerme. Volví a la realidad. No quería salir de mi casa. Me daba miedo, tristeza, pena, quería borrar todo lo que había pasado y no podía. 

Con ayuda de especialistas y de medicinas, y, lo más importante, de toda mi familia y de los amigos más cercanos, empecé a entender lo que me había pasado y a tratar de seguir viviendo con valor, como tú me habías enseñado. Tenía que recuperar mi salud. Diez días después de tu muerte pesaba diez kilos menos y tenía la boca llena de llagas; el médico me dijo que se me habían acabado todas las defensas.

El amor a mis hijos y a toda mi familia me salvó.

Leí todo lo que habías escrito; mejor dicho lo releí, seguía y sigo pensando que tuve como padre a un ser humano maravilloso que me enseñó la sensibilidad ante la belleza, la música, la poesía, las flores, y también la sensibilidad ante el dolor y la tristeza: un ser humano que me enseñó la sensibilidad social ante la injusticia, la enfermedad y las necesidades de los demás; me enseñó todo sobre el valor y la integridad que se necesitan para defender los principios y las ideas propias. Me enseñó el valor de estudiar, de aprender, de interesarme por diferentes temas. Yo no tuve la suerte de mi hermano, de que tú mismo lo guiaras y le mostraras los caminos iniciales para saber cuál era el rumbo que uno tenía que tomar para entender un poco mejor su papel en el mundo, en el universo, como ser humano, su lugar en la historia. Aun así, como con tu ejemplo y tu vida me enseñaste que era indispensable para vivir entender esto, me empeñé en descubrirlo y, con la ayuda de un gran maestro, lo entendí, poco a poco, pero con mucha emoción y entusiasmo. Todo eso que creo era lo que te mantenía contento de estar vivo, dispuesto siempre a enseñar, pero también a aprender y a disfrutar de las cosas maravillosas que tiene la vida y que nos hacen tanta falta en este momento que estamos viviendo, en el que el único valor es el tener, en vez de ser como tú nos enseñaste, el ser: qué sabe, a qué se dedica, qué ha defendido, con qué disfruta , qué ideas defiende, qué siente, cómo lo expresa como medida del ser humano.

Hemos podido mantener, gracias a mi mamá y a tu recuerdo, toda la familia unida, queriéndonos y apoyándonos siempre. Los nietos que tú conociste y los que no, han ampliado ese círculo y todos se quejan siempre de no haber podido conocer más al "Aba". No hay una reunión de todos en la que no estés presente de alguna manera: en las canciones que más te gustaban, en las coplas de las celebraciones, en los cuentos de La Inés, con tus frases, que siempre recordamos y que los nietos repiten un poco en broma, un poco en serio, tal como: "Tomo poco, porque me gusta mucho".

La vida para nosotros, en veinticinco años que han pasado desde tu muerte, no ha sido fácil, pero ha sido muy bonita. Al principio, a todos nos venció el dolor y el deseo de encontrar a los culpables de tu muerte. De una u otra forma, y cada uno a su manera, hacía cosas que creíamos nos iban a conducir a encontrar un responsable. Después, con el tiempo y mucha tristeza, empezamos a aceptar que no había un solo culpable… ojalá, hubiera sido más fácil… entendimos, o por lo menos yo concluí, que se trataba de un deseo cumplido y manifiesto, de muchas maneras y durante mucho tiempo, de un grupo de personas poderosas, de diferentes organizaciones políticas y sociales, con pensamientos, ideas y acciones totalmente radicales, y a las cuales les fastidiaba, les molestaba, les irritaba, les parecía incómodo e inconveniente para sus intereses particulares, que una persona como tú estuviera permanentemente en programas radiales, en columnas periodísticas, en diferentes auditorios, denunciando, reflexionando, proponiendo. Porque tú sentías la obligación ética de explicar lo que estaba sucediendo en Colombia. Además, creías que tenías la libertad de decir lo que pensabas.

Y por eso te mataron. Pero se equivocaron. Porque tus ideas, tus denuncias, tus teorías, tus reflexiones, no se han muerto. Tus amigos, tu Universidad, tus alumnos, tu familia, se han dedicado a que esto no se pierda. Mi hermano escribió el libro El olvido que seremos en el cual, a la vez que cuenta la historia de tu vida y de tu muerte, se alivia un poco de esa carga y ese dolor que no podía soportar más. Fundamos La Corporación para la Educación y la Salud Héctor Abad Gómez que, con el apoyo de la Rectoría de la Universidad y de las facultades de Medicina y Salud Pública, organizan mensualmente, desde hace más de cinco años, la Cátedra de formación ciudadana Héctor Abad Gómez, en la cual han participado diferentes personalidades que, desde su visión o su profesión, nos enseñan cómo ser buenos ciudadanos.

Se han editado algunos de tus libros y reeditado otros; tenemos el archivo de tus programas radiales, de tus columnas periodísticas, que han servido y van a servir para que muchos jóvenes y estudiantes, entre ellos tus nietos y bisnietos, conozcan tus ideas, tus intereses, tus reflexiones, tus denuncias, y sepan también que por eso te mataron. Queremos que también a ti sea dedicado ese poema, que escribió Carlos Castro Saavedra, y que tú querías convertir en canción, cuando murió Marta Cecilia, tu hija: "No está muerta, no está muerta, la niña de la guitarra, está mirando la lluvia y cantando con el agua…". Te hemos recordado y siempre te recordaremos por tus luchas, por tus ideales frente a la salud pública, los derechos humanos, la universidad; pero también por tus logros y tus sueños.

Tus actuaciones no eran solo como médico, o como liberal, o como cristiano, como te definías; fueron mucho más amplias. Tenías una personalidad muy singular. Tenías un ideal de vida y eras un ser humano para el cual no había lugar a la indiferencia. Con unos principios muy claros, una ética de mente abierta en un mundo con una gran tendencia a lo cerrado. Nos mostrabas el gusto por la buena conversación, por la música y la literatura. 

A veces, cuando te quedabas solo en la finca y te llamábamos por la noche, decías: "No se preocupen, no estoy solo, estoy muy bien acompañado, por Bach y por Tolstoi". Así nos tranquilizabas. Nos mostrabas el gusto por el cultivo y el cuidado de tus rosas, la lucha con las abejas que trataban de destrozarlo, te oíamos la risa a carcajadas con un oportuno comentario o la seriedad con el tratamiento de un tema que a ti te parecía que lo tenía, nos mostrabas el amor por tus hijos y tus nietos, la admiración por mi mamá, la de ella por ti, la torpeza manual, la dificultad para conducir, la facilidad para expresarte, la incapacidad para la economía doméstica, la capacidad para dar un discurso o escribir un artículo, el valor para defender tus ideas y tu libertad.

Por todo eso, tal vez, cuando Cami, mi hijo que tenía diez años y quería correr una carrera de caballos entre dos pueblos, y yo, por miedo, no lo dejaba ir, me dijo: "Yo me quiero morir como El Aba, haciendo lo que quiero y lo que me gusta…" No tuve más remedio que dejarlo ir…
Nos has dejado una marca indeleble, con un dolor interior del que no vamos a poder escapar nunca. Como dice Gabriel García Márquez, "Olvidar es difícil para quien tiene corazón".

Te quiero mucho,

Clara

* Representante de la Corporación para la Educación y la Salud Pública Héctor Abad Gómez. Escribió esta carta para la Agenda Cultural Alma Máter y el Periódico ALMA MATER.



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