sábado, 23 de junio de 2012

noches oscuras


Diana Castro Benetti
El Espectador
15 de junio de 2012

Hay noches que son más oscuras que otras y no sólo dependen de la luna, las nubes o la lluvia. A veces es porque el alma y el cuerpo no se descubren.


Las noches oscuras, en términos simbólicos y místicos, son esos momentos de encierro y de ataduras donde se vive la imposibilidad y el desamparo. Son esos instantes que le dan un giro único a la línea de tiempo en la que nos hemos sumergido y recuerdan la realidad de la soledad y la inminencia de la muerte. No hay nada. Se está abandonado, sin esperanza, ni visión de futuro. Es también la mezcla ineludible de la tristeza y la rabia, la duda y la incertidumbre o el desánimo y la rendición. Una noche oscura es el momento en el que surgen preguntas esenciales pero sin respuesta aparente.

Y las noches oscuras son de todos los días. Les suceden a los locos, a los cuerdos, a los místicos, a los poderosos, a los grandes y a los pequeños. A ellas y a ellos. Aparecen cuando la falta de sentido se apodera de la presencia o cuando surge desazón por la inutilidad del gasto, por el deseo irrealizado, la pérdida reciente o lo inevitable de la enfermedad. Ni riquezas, bellezas o juventudes pueden refrenarlas. Llegan.

Pero también es claro que de esas experiencias surgen decisiones, ideas, intuiciones, giros, iluminaciones. El cuerpo respira y se mueve, la luz aparece, y en el paso de un instante al otro brota la certeza de que la existencia es maravillosa, plena, y que el camino vuelve a tener sentido o que la alegría no es una irrealidad. Recorrido el momento, amanece y se encuentra la plenitud de estar, de ser, de existir. Transformación.

Pero más allá de los sufrimientos y gozos de cada cual, hay noches sin luz que perduran años y años y en las que multitudes deciden sumergirse. Millares de mujeres y hombres al mismo tiempo que ven espacios vacíos donde ni un fósforo alumbra el camino. Dolores colectivos que son casi eternos y se incrustan en piedras, leyes, fosas, células y gritos.

Sombras que no dan respiro y se instalan para hacer su mal oficio. Sociedades enteras que andan con sus noches oscuras a cuestas en medio del jolgorio desabrochado. Sociedades como la nuestra. Ojalá que nuestras nubes tenebrosas puedan comprender su propia sombra y reconocer que cuando el sol brilla es mucho mejor.

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