sábado, 2 de junio de 2012

La mañana


Diana Castro Benetti
El Espectador
1 de junio de 2012

Nos despertamos y empezamos a invertir energía en cualquier cosa como lavarnos los dientes, escoger atuendo o decidir la ruta del día. Todo de afán, obvio. Algunos pasan primero por las cremas, el maquillaje y las angustias conocidas.


Casi siempre pensamos en las noticias escabrosas de la noche anterior, en las cuentas por pagar y en lo que aquellos otros nos hacen o dejan de hacer. Pensamientos fugaces pero que, al minuto de abrir los ojos, ya invaden las emociones, el cuerpo y los estornudos. En la madrugada nunca escogemos y el día queda a merced de la eterna repetición.

Así, los pensamientos inútiles son un peligro mañanero. Dictan la emocionalidad del día y encogen el cuerpo, que ocupan con su obsesión. Nos dejamos llevar por el fluido sin fin y ruidoso de una mente contaminada de impresiones desde los sentidos. Dejamos desvanecer el espacio para ese lugar invisible y personal donde podemos anclarnos antes de la frenética actividad. Pocas veces dejamos pasar esas ideas obvias que no contribuyen al bienestar sino a la locura inútil de una sociedad ya suficientemente atormentada, por no decir enferma.

Ese lugar único y propio es inaudible e invisible, pero real, cuando nos sentamos unos segundos a observar cómo estamos y lo que hay alrededor. Colores, sonidos, palabras, ideas y emociones van y vienen y, entre uno y otro, surge una brecha única donde vive lo que somos, más allá de lo que aparentamos ser. Cobra sentido el silencio.

Por eso, transitar un día sin darnos el espacio de decidirlo en los primeros minutos es hacerle el juego a lo de siempre. Es ser cómplice con la inutilidad, lo ilusorio, lo malsano, lo que no construye, lo que no nos gusta, la queja, la rabia o el estancamiento. Dos segundos para darle tiempo a que el día amanezca en nuestro interior es tener el coraje de regalarnos la libertad porque es ahí, en la brecha de la observación, donde podemos optar por lo que se quiere vivir, sentir y pensar. Ahí giran el destino y el futuro; ahí estamos amarrados al pasado; ahí se mezclan los deseos y los temores; ahí se olvidan la fuerza y la belleza; ahí se evidencia lo que somos.

Por eso, toda revolución es interior y la mañana el arcano de su destino: o se arraiga la esclavitud o la libertad puede ser una realidad porque, en últimas, el amor también nace cuando abrimos los ojos.

otro.itinerario@gmail.com

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