El País
Por:
Anatxu Zabalbeascoa
La capilla del silencio que se acaba
de inaugurar en Helsinki es un espacio laico pagado por la asociación de
las iglesias luteranas de la ciudad. No hay curas, quienes escuchan a
quien tiene necesidad de hablar son trabajadores sociales. El encargo lo
dejaba claro. Se trataba de recuperar una idea religiosa para
mejorarla: escuchar sin juzgar.

Se trataba también de que quienes necesitan ser escuchados no tengan
que hacer colas frente a las oficinas sociales sentados y callados
frente a otras personas que también esperan para que les escuchen. Un
estudio finlandés,
K2S,
ganó el concurso en 2008, al tiempo que ganaba otro para realizar el
pabellón finlandés en la Expo de Shanghai. Como aquel, este trata la
madera como un material precioso, cálido, noble y cercano a la vez. Y
espera llegar a la gente con una forma sencilla pero icónica. El
proyecto es caro, una joya visible para la ciudad y un refugio para los
más necesitados en medio de la zona más bulliciosa de la capital
finlandesa: la plaza Narinkka, el lugar donde llega el metro al centro.
Costó siete millones de euros y el trabajo realizado en ella es de
ebanista.
También de futuro. Se atreve a diseñar un refugio para la
ansiedad existencial que devora a tantos occidentales fuera del
territorio sagrado. Llega hasta el bullicio que esconde tantos problemas
de la gente sin problemas de subsistencia.

Convertida en reclamo la capilla, que se abrió al público a finales de
mayo,
impone el silencio. Sirve al turista y al necesitado.
Nadie
levanta allí la voz. Es una llamada de atención. El cuerpo cilíndrico
encierra solo la capilla. El acceso se hace por un prisma de hormigón y
vidrio donde tienen una sala los trabajadores sociales. Ese prisma
funciona de antesala también en las épocas de frío y nieve (más de medio
año en Helsinki) y guarda los paraguas y los abrigos de quienes llegan
hasta ahí. Se trata de preparar. También de despojar. De
llegar hasta el
silencio sin ruidos visuales y ligero de equipaje.
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