martes, 24 de abril de 2012

los insumos venenosos


por: Dharmadeva
El Espectador


Para ilustrar mejor el tema que hoy tratamos, permítame el lector que le narre una experiencia personal.

En la década de los noventa, por doce años consecutivos estuve enclaustrado en una escuela de yoga en la India, en una zona rural bastante silenciosa. Al ashram, como se conoce en hindi a un monasterio, el mundo entraba dosificado con gotero: no había televisión, ni teléfono (ni soñar un celular), ni periódicos o revistas, ni radio, y mucho menos internet. Cuando se terminó el período de encierro salí, por fin, al mundo.
Desde luego, enfrentarse de nuevo con el mundanal ruido abrupto y literal fue muy difícil. El sistema nervioso había perdido sus mecanismos de defensa, el cerebro estaba casi limpio de estímulos inútiles, la vida monacal era sencilla, la comida austera y limpia y las necesidades pocas. Pero estas condiciones, casi las de un indígena selvático enfrentado por primera vez a la ciudad, me permitieron comprender en carne propia la importancia de aprender a seleccionar lo que comemos, lo que vemos, lo que escuchamos, lo que leemos, con quién nos relacionamos y aun lo que pensamos. Me di cuenta, por ejemplo, de que la gente en general no sólo se aguantaba el frenesí de una ciudad y sus diversas poluciones visuales, auditivas, olfatorias y emocionales, sino que además, con tanto ruido adentro, llegaban a sus casas a oír más radio y ver televisión, o se refugiaban en el ruido subliminal de los centros comerciales. Desde luego, a mis ojos de salvaje, estábamos enfermos. (Y lo estamos. Un informe reciente señala que el 25% de las mujeres en EE.UU. toman drogas psiquiátricas y en Colombia el cáncer es epidemia, como lo son las jaquecas, los desórdenes de atención y la hiperactividad en los niños, la colitis, el insomnio y otros males).
Hay venenos que no podemos controlar y otros que sí podemos. Los primeros, como la música a volúmenes atroces en el bus y en el centro comercial; la contaminación de toda clase en la ciudad con las vallas, los humos tóxicos, los pitos, la radiación electromagnética y el mal carácter de los habitantes, los controlan otros. Son, de alguna manera, inevitables.
Pero hay otros insumos (nótese que se trata de un término económico) que podemos y debemos manejar pues están aún en nuestras manos, y es imprescindible hacerlo para preservar la sanidad física y mental. Los consejos más obvios se resumen en simplificar el estilo de vida, buscar más naturaleza y silencio, desintoxicarse el aparato digestivo con ayunos y purgas o técnicas de yoga, utilizar plantas medicinales en vez de medicinas de farmacia, disciplinarse para disminuir las horas de uso de aparatos electrónicos, y su contenido, que estimulan hasta la adicción y causan ‘diarrea mental’, y respetar los ciclos naturales como higiene del sueño. Si no seleccionamos lo que entra por todos los sentidos, otros, pues así se benefician, escogerán lo que nos esclavice, envilezca y contamine.

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