martes, 28 de febrero de 2012

presencia


Por: Diana Castro Benetti
El Espectador


La presencia es el lugar del tiempo. Es el terreno donde no hay tapujos ni mentiras porque somos eso que revelamos cuando estamos. Pero resulta muy común que la mayoría de las veces estemos presentes sólo a medias.

Ni aquí ni en otro lado, como persiguiendo el pensamiento más inútil o el futuro más idiota. En los afanes, perdemos el momento precioso, o distraídos nos embelesamos con todas las ausencias que nos ocupan. Sin entusiasmos, gestos o cercanías, las peores presencias son aquellas que por ausentes ni opinan, ni dicen, ni hablan, ni acarician, ni escuchan.

Como biografías de abandonos y de anhelos, vamos caminando con lo inútil de las lejanías y las distancias imaginadas y mentirosas. Cargados hasta la médula de lo que no existe, nos da miedo el espacio vívido y le huimos a la plenitud. Pero resulta más doloroso aún cuando le damos juego a las torpezas y no percibimos lo que nos rodea ni escuchamos al extraño o al amigo. Podemos perdernos la canela y el café o la música y el silencio, pero es más punzante cuando nos perdemos la respiración acompasada y la mirada directa, cuando evitamos la locura de un roce o el escalofrío de un deseo. Perder lo que el otro nos cuenta, la caricia coqueta o la compasión profunda es perder lo que somos porque también somos todo aquello.

La presencia es más que un acto o una técnica esotérica. Es la única realidad concreta del don de la encarnación y el portal para el buen destino que descifra la inevitabilidad de la poesía que somos. Presencia vestida o desvestida, presencia profunda o enjuta, presencia atenta o mentirosa, toda presencia es la corriente de una existencia sentida y honda porque vuela con el pájaro o vive con el árbol. La presencia es el sonido, las calles, las nubes, el sol o el brillo de una estrella. Es la risa compartida, la emoción contenida y aquél abrazo tan cercano.

La presencia es lo que necesitamos del otro cuando narramos lo que nos acontece y, como un hilo invisible y un calor cierto, es la transformación y el regalo que nos hace la inmortalidad. Nunca inútil y mucho menos inocua, la presencia es todo lo que nos pasa cuando estamos por ahí.

otro.itinerario@gmail.com

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