lunes, 10 de enero de 2011

Vivir sin arquitectos


Ciudades Invisibles
Por: Juan Luis Rodríguez
El Espectador


CUANDO UNO VE QUIÉNES EMPUjan los coches para bebé, constata empíricamente que algunas parejas se graduaron en maternidad antes que del bachillerato, y que otras se casaron por convencimiento entre los 20 y los 25.

En cinco años y en carrera contra la naturaleza, estas parejas se hacen a dos o tres hijos, y con la ayuda de un urbanizador informal, compran un lotecito para construir. Cercanos a cumplir los 40, cuando la casa por fin está terminada, o a punto de estarlo, ya no se soportan.

En el intermedio, la casa se habrá convertido en una alcancía en la que habrán sumergido los ahorros de la vida. Un bien que debería ser vendible, o al menos divisible, pero que no es ni lo uno ni lo otro. En cambio, se encuentran con un ornitorrinco de tres pisos, 150 a 200 metros cuadrados, cinco a ocho piezas, dos a tres baños, y una o dos cocinas, ambas estrechas. Una cosa que en últimas no es ni casa, ni apartamento, ni inquilinato, con una escalera que hace imposible cualquier subdivisión razonable de la propiedad, para que llegado el momento, alguno de los mártires pueda alquilar o vender su parte e irse a vivir donde la mamá.

La terminación de esta Vivienda Autogestionada y Progresiva (VAP), que no es ni de Interés Social (VIS) ni de Interés Prioritario (VIP), toma entre diez y quince años. Se corona por lo general con una estética en la que el rombo es la figura dominante; y con una funcionalidad en la que cualquier espacio abierto, tipo patio central o jardín posterior, termina cubierto para sacarle una rentica adicional. Como los materiales se compraron a puchos, los dueños desconocen que el precio por metro cuadrado sólo sería comparable con el metro en el estrato seis. Ahorraron en mano de obra porque en eventos como fundir la plancha, por una lechona con cerveza se cuenta con vecinos, familiares y amigos; y ahorraron en algunos reciclados. El resto del balance sigue las reglas del por mayor y el detal.

Desde los tiempos de la urbanización pirata, la producción de estas viviendas sigue su marcha sin la participación de alguien que anticipara lo que termina siendo deficiente por el lado que se le mire: casa, apartamento, inquilinato o espacio urbano. Gigantescas partes de ciudad sobre las cuales un arquitecto plasmó alguna vez su firma fantasma en el plano de urbanización.

La pareja, con el tiempo y veinte o treinta kilos a cuestas, se va acostumbrando a que lo que no pudo el cariño para mantenerlos juntos, lo pudo la casa. Como habitantes del barrio corroboran también que nadie previó algo tan básico como el estado futuro de lo público, con espacios adecuados para peatones, ciclistas, automóviles y coches para infantes. Mucho menos árboles. Como ciudadanos, constatan además que vender su ornitorrialcancía se convierte en una quimera, y que casa y barrio se quedarán así, mientras llega un terremoto o un invierno, como el reciente, que obligue a volver a los veinte.

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