Pereira y su festival del poesía
Por William Ospina
El Espectador
UN POETA NUNCA ESTÁ SOLO. AUNque parezca solitario en un cuarto cerrado, escribe necesariamente con toda la lengua y recoge experiencias de los seres incontables que han hablado a través de ella, labrando sus mecanismos y sus recursos, tejiendo y refinando sus músicas.
Hay quienes piensan que la poesía es un placer de lectores solitarios en sus gabinetes y sus bibliotecas. Que la poesía es sólo “la música callada” de San Juan de la Cruz. Que la poesía está en los libros y debe pasar en silencio a la mente y a la memoria.
Pero la poesía siempre fue un hecho social. Cuando todavía esos padres antiguos no habían inventado la escritura, ya la poesía convocaba a los hombres alrededor del fuego, y era a veces el fuego mágico alrededor del cual se sentían miembros de una comunidad frágil pero unida por sueños y por símbolos. Entonces la poesía era el dios y el trueno, la semilla y la fertilidad, el amor y sus frutos. Una red de sonidos con los cuales el humano exploraba los misterios del mundo.
Para ser dicha en voz alta y para ser cantada existió la poesía en tiempos de Homero y de Píndaro, y así fue también para los Skaldos de Islandia, para los rapsodas, para los cantores de salmos, para los trovadores provenzales. Sólo la llegada de la imprenta y la difusión de los libros intentó convertirla en juego solitario; pero nunca dejó de convocar al sentimiento compartido. Decir en voz alta poemas, y oírlos, siempre fue una necesidad de los seres humanos.
Hay poetas tipográficos, que sólo creen en el goce silencioso de la poesía, pero, como bien decía Jorge Luis Borges, todo buen poema quiere ser dicho en voz alta, y por eso, pese a que vivimos en la época de las ediciones masivas de novelas y ensayos, de crónicas y relatos, la poesía vuelve a girar alrededor de las lecturas de poemas, y algunas ciudades del mundo se han convertido en símbolos de esa vocación humana por celebrar de un modo compartido el arte de las palabras.
Casi siempre son grupos de jóvenes que advierten la profunda necesidad de crear espacios para que una comunidad se deleite celebrando la poesía del mundo, las aventuras del lenguaje. El misterio de los sueños, las paradojas de la realidad, fantasías y fantasmagorías, terrores y goces, vida y muerte vuelan sobre la multitud celebrando la persistencia de la palabra en los laberintos estridentes y a menudo desalmados de la modernidad.
En Medellín y en Trois Rivieres, en Bucarest y en Estambul, en la Córdoba andaluza y en Rosario, en Caracas y en Santiago, en Calcutta y en Toulouse, en Santo Domingo y en San José, en Brasilia y en la Granada nicaragüense, el mundo ha ido encontrando esos espacios donde la poesía resuena por calles y claustros, por parques y tabernas, como antes en los patios de los castillos y antes en las plazas de los burgos, y antes en las ágoras de Corinto y de Tebas, y mucho antes seguramente en las puertas de Babilonia.
En esas ciudades no sólo se ha logrado crear públicos atentos y fieles, sino que se han propiciado procesos generosos de transformación, se ha sensibilizado a las gentes que padecen marginalidad y violencia, se ha demostrado, contra la barbarie y la tragedia, que hay lugar para la sensibilidad y para la riqueza cultural. Sólo se abre una flor donde hay semilla y hay suelo fecundo, y no brota un festival de poesía sino allí donde existe una profunda necesidad de ella.
Por eso sería una lástima que las instituciones, las instancias culturales y las empresas sensibles permitieran que muera una tradición tan importante como el Festival de Poesía de Pereira, que un grupo de jóvenes escritores y artistas ha realizado de un modo cada vez más importante durante tres años, y que este año llega a su Cuarta Edición con un notable grupo de invitados internacionales.
Ledo Ivo y Affonso Romano de Sant Anna de Brasil, Fabio Morábito, José Luis Rivas, María Minerva y José Luis Villarreal de México, Jordi Virallonga de España, Jean Marc Desgents de Canadá, José María Memet de Chile, Giovanni Rodríguez de Honduras, Frank Báez de República Dominicana, y Tomás González, Fernando Denis, John Galán, Juan Manuel Roca, Omar García, Adrián Pino, Diego Leandro Marín y Julián Chica, de Colombia, son los poetas que este año pondrán en contacto a las gentes de Pereira y de la región cafetera con diversas manifestaciones de la poesía contemporánea.
Pero estos jóvenes comprometidos con la cultura de la ciudad, y reunidos alrededor de la revista de Poesía Luna de Locos, se ven obligados a realizar cada año su esfuerzo con verdaderos sacrificios personales; con una respuesta agradecida de la comunidad pero con un respaldo precario e indeciso de algunas entidades que no acaban de entender toda la importancia de esta fiesta del lenguaje. Tan graves son a veces las cosas que, para un evento que de tantas maneras beneficia a la sociedad y pone a Pereira en el mapa de la cultura del mundo, se ha llegado al extremo de que, en vez de apoyarlos con entusiasmo, hasta les cobran alquiler por los espacios públicos donde los organizadores se proponen realizar las lecturas.
Sería triste que un evento, cuyos costos son muy discretos, un evento que ha logrado la participación entusiasta de poetas y embajadas de ocho países, no logre contar con el apoyo básico de la propia ciudad. Lo que está por demostrarse es, en un país donde los jóvenes se hunden en la desesperación, en la violencia y en las adicciones destructivas, qué tanto los dirigentes son capaces de comprender la importancia de las iniciativas creadoras de su juventud. Qué tanto valoran sus esfuerzos civilizados y su capacidad de dialogar dignamente con el mundo.
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